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Jueves Santo, jueves 9 de Abril

09-04-2020 10:02 p.m.

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Por Ricardo Rubio
La vida es un viaje. Un recorrido lento y seguro para unos. Rápido y loco para otros. Un viaje sin paradas. Una aventura llena de postales escritas desde tu casa.

Me gusta viajar. A veces solo. La soledad agudiza los sentidos, los pone en guardia. Recoloca en un orden de supervivencia cada sentido y te ayuda a seguir creciendo.

Ver de que manera esta configurado el mundo  te hace madurar, abandonar el odio y la incomprensión hacia el otro. 

Y de esto va esta cuarentena. De un viaje solitario por las calles del mundo. Puede ser Madrid, pero en esta pandemia solo cambian el nombre de las calles. Lo demás viene a ser lo mismo. Nada cambia. Pocas cosas varían. El mundo es un lugar común. Y yo lo piso cada día.

El Padre Benjamín Echeverría es el prior de los Capuchinos de Medinaceli. Hablé con él para poder asistir a la misa de Jueves Santo en la Basílica de Jesús de Medinaceli. La peculiaridad de este oficio es que la iglesia estaría vacía.

La puerta principal esta cerrada. El Padre Benjamín acude puntual pero por la puerta del despacho parroquial. En la entrada esperaban varias televisiones para acceder. Se necesita un permiso especial que ellos no tenían. Se quedan fuera.

La iglesia esta vacía. El púlpito esta tapado por un pequeño andamio con dos cámaras. Una mesa de mezclas y dos PC’s ocupan las primera fila de la iglesia. Al comienzo del oficio el sacerdote se dirige a los feligreses: oremos todos los que nos estáis siguiendo por las redes sociales de Facebook y Youtube entre otras. ¡Sorprendente!

Los bancos vacíos, las puertas cerradas y cientos de personas conectadas. Todos nos hemos adecuado a vivir esta pandemia de forma distinta. Quizás no nos guste. Quizás no nos hayamos acostumbrado ni queramos, pero la vida nos ha puesto a prueba y todo continua.

En la calle me quedo observando esos portones que permanecerán cerrados mañana viernes santo día de procesión del Cristo de Medinaceli. Un viandante pasea con su perro con la vista fija en el móvil. Es casualidad, pero sus pelos, su perilla es lo más parecido a la procesión que no será este año.

Una fina lluvia se filtra por los adoquines de ese Madrid antiguo que rodea la basílica. La casa de Lope de Vega apenas a unos metros de allí. Bares, la calle Huertas, la plaza Santa Ana. El bullicio de Carretas y la Puerta del Sol. Preciados y sus tiendas. Y el vacío caminando sereno por sus calles.

La sirenas de las ambulancias golpean los muros de las paredes. Absorben sus luces y reflejan mi imagen en los escaparates dormidos de los comercios hasta nueva orden.

La luz que alimenta las calles se apagan poco a poco. En nada una serpiente amarilla llenará de reflejos amarillos los charcos del paseo del Prado. Juegan las luces de las farolas con esta ciudad en calma. Hay un Madrid que no duerme, quizás sueñe despierto y agazapado espere resarcirse de tanto dolor acumulado.

Paseo de la Esperanza. Que mejor calle para volver a casa.

Portugal siempre fue un lugar mágico. Oporto y ese puente dorado. Lisboa y esa luz blanca y limpia. Consiguió distraer nuestra pena en aquellos días. Mariza lleno de fados mi casa. Y hoy quiero que llene también la tuya y distraiga tu pena.

Pídeme lo que quieras. Estoy contigo.

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