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Por Tony Capote.
Vuelve septiembre, antesala de hojas secas, regresa el pulso adormilado de las vidas, vuelve la Liga y vuelven también los políticos maleantes, afilándose con su puñal oxidado los dientes amarillos en la sombra de las esquinas. España es un alboroto, una brecha que sangra y no cicatriza. Al menos, nos quedan las barras de los bares donde las miradas cruzadas y los besos suspiran, y en el fondo de los vasos te invita a bailar el fantasma de una chiquilla.
No regresarán los amores perdidos, que vuelan prendidos del humo de los cigarros y se confunden con el aire lejano que ya no se respira. Pero siempre aguarda una sorpresa, como escapada de la manga tramposa de un mago que guiña el ojo a quien se lo guiña. Y por el arroyo de las calles cantan las ratas su canción de alcantarilla, las cucarachas ralentizan su paso oscuro y los cuervos se esconden en sus guaridas.
Y los ángeles negros que iluminan las noches en blanco traen como mensajeros del misterio una buena nueva envuelta en un aliento de alcohol y gasa: el Pifi se casa. Nadie sabe quien es Pifi, nadie sabe lo que pasa, pero los abanicos flamencos se desperezan y despliegan agitados por Pozuelo en su remolino de viento su alborozo por la noticia que causa asombro: el caso es que me dicen que el Pifi se casa. Y en ese momento el milagro te envuelve y el azar te abrasa.
Vuelve septiembre y asoma su cabeza de otoño joven, de verano viejo, con toda su explosión inocente de esperanzas blancas. Quizá, ya lo sabemos, todo vuelva a ser igual, pero el caso es que me dicen que el Pifi se casa. Sentado en un banco del parque, como aquel flautista escocés de melena ancha, uno asiste a la vida cruzado de piernas y con un cigarrillo en la boca, el botellín de cerveza en una mano y en la otra el corazón, que medio palpita y calla. Y ya lo espera todo mientras ya no espera nada. Pero el caso es que me dicen que el Pifi se casa.
¿Qué será de nosotros?, pregunto a mi ángel de la guarda. Y el ángel no dice nada, pero me acaricia como un perro fiel, me consuela y me guarda la espalda. Hay amores que se esperan, y hay trenes de amor que de largo pasan, y envejeceremos en esa estación donde solo algunos duendes amigos se paran. El caso, y vaya caso, es que me dicen que el Pifi se casa. Ω
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