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ENERO 2018  /  ENTREVISTAS

CRISTINA LÓPEZ SCHLICHTING

04-01-2018 9 p.m.

Viaje por las creencias y las herencias de las emociones, vivencias y deseos de una de las periodistas españolas más relevantes del panorama actual
Por Katy Mikhailova

Hiperactiva, cercana y amable. Llega Cristina López Schlichting a una cafetería en Pozuelo. Pide un té caliente. Hace frío y es consciente de que su voz es una de sus herramientas de trabajo.  Dispone de dos horas para volver a la radio. Así es su vida. Madre, esposa, y, además, una mujer entregada a su profesión: no cubre la información, la descubre; para después comunicarla, con la máxima honestidad posible.

Schlichting es esa periodista española cuyo segundo apellido, (imposible de pronunciar para la mayoría, a pesar de sonar cientos de veces en las ondas y en la pequeña pantalla) hace que su ‘marca personal’ sea inconfundible. La mayoría la conocen por defender la España unida, y, por encima de todas las cosas, la verdad. Esa verdad de la que hablamos a lo largo del encuentro.

Es una profesional de armas tomar, que no teme decir lo que piensa, haciéndolo desde la elegancia y el respeto. Es feliz, y eso se nota.

Con unos enormes ojos azules, que te observan como si te estuvieran analizando, está llena de curiosidad y pregunta de vez en cuando.  Opta por ropa ancha de tonos uniformes y oscuros. Aprovecha, mientras esperamos el té, para retocarse los labios para la sesión de fotos con Miky Guerra.

Cristina y yo nos conocimos en plena huelga de AVE en la Estación de Atocha. Ambas esperábamos un tren, pero hacia un destino diferente. Diferentes en edad, parecidas en espíritu. De periodista a periodista, con una extraña conexión que surgió, compartimos una charla agradable, que ampliamos en este nuevo encuentro en la revista de cabecera de los vecinos de Pozuelo.

Una dulce infancia europeizada

Es española, pero su segundo apellido crea confusión. Su madre, Ingeborg Schlichting, de Hamburgo, le enseñó a amar la verdad, algo que es muy propio de la cultura alemana; de su padre, Felipe López, de Albacete y Madrid, aprendió el afán de saber y la importancia del trabajo. Ambos se conocieron cuando Ingeborg llegó a España a aprender el idioma.

Del matrimonio nacieron 4 hijas. Cristina, la mayor de todas, confiesa que uno de los recuerdos que con más cariño guarda de su infancia es el de sus abuelos dándoles regalos cuando venían de visita a España desde Alemania: desde albornoces de colores hasta pijamas estridentes, entre otros tipo de accesorios extravagantes que en la España posfranquista eran impensables. También recuerda los viajes que hacían por toda Europa, visitando los Países Bajos, Francia… lugares que, por aquel entonces, eran totalmente exóticos para los españoles. También narra los cálidos veranos en familia en la Costa Brava. Una infancia bonita y llena de alegrías.

Era una afortunada. Pocos compañeros de clase, por no decir ninguno, pudieron descubrir otro mundo con la misma facilidad que la joven Cristina, que en sus ratos libres devoraba la biblioteca de su padre. Su infancia, por tanto, la define como “mixta”, ya que vivió entre dos países europeos: España y Alemania, aprendiendo ambas culturas y diferentes idiomas.

“Tuve una infancia patrimonio del Franquismo (que reflejo en mi última novela Días Modernos). La infancia del 600, de comprar el primer piso pagado a plazos…”, cuenta, recordando esos días azules. Conocer Alemania y media Europa le permitió vivir otra realidad paralela a la de España: la de las autopistas, los supermercados con dulces que jamás había conocido; ciudades prósperas alejadas de los pueblos grises españolas…

Cristina siempre tuvo claro que quería ser periodista. Confiesa que ha “crecido leyendo a escondidas” algunos libros inapropiados para su edad: “ese vicio por la lectura me ha llevado a escribir”. Destaca Corazón de Edmundo Amicis, un libro que asegura que ha marcado la educación moral de los niños italianos.

La adolescencia la recuerda como una etapa ambigua: “se confunden los problemas externos con los psicológicos”. Su primer amor fue su marido. “Le conocí con 15 años. Nos casamos después con 24. Me lo presentaron unos amigos, y años después nos reencontramos”, desvela, con especial cariño.

Una vida dedicada al trabajo y a la Providencia

Parte de su educación se la debe a las Monjas Mercedarias de la caridad. “Con ellas aprendí el sentimiento religioso”, explica. La religión desempeña un papel muy importante en la vida de Cristina. Ese conflicto entre la razón y la fe lo descubrió a través de  franceses  como Charles Bergquist, un tomista (Santo Tomás de Aquino) declarado. “Llegué a la certeza de que la máxima inteligente es la fe”, confiesa. “La duda sirve de mucho”, prosigue. “Uno realiza su camino religioso a partir de las preguntas y la realidad que te rodea; de ahí que me decliné por el Catolicismo, entre otras razones, porque crecí principalmente en España”, añade.

Investigando las tradiciones europeas en materia de literatura y espiritualidad, deduce que Europa es tolerancia. Para Cristina, “el Protestantismo está anclado en las normas”. La gran diferencia que encuentra entre la religión promovida por Lutero y el Catolicismo  es que esta última tiene su origen en la alegría de una persona que abraza y perdona. “Encuentro mayor humanidad en el Catolicismo”, detalla. “Me he educado en el perdón. Es un deporte que merece la pena. Es lo único que cura las heridas”, completa.

“La vida no me ha maltratado. Tengo además la ventaja de que se me olvida todo, es una virtud pero a veces también un defecto”, confiesa. Gran optimista, afirma que no cree en el destino: “creo en la libertad de las personas y en el amor de Dios”. A mi pregunta sobre cómo definiría la libertad, tras detenerse unos instantes para pensar, contesta que es “la posibilidad de afirmar el bien”: “la gente piensa que es la encrucijada. Pero no es una encrucijada. Acontece después en la alegría y en el abrazo”. Según la escritora, la libertad podría ser la facultad que constituye la esencia del hombre, ya que el animal está determinado por el instinto: “el humano es el único ser capaz de morir por otra persona”, añade.

—¿Perdiste en alguna ocasión la libertad? “Por la libertad hay que luchar. Luchas contra las trampas, los instintos, el poder, los miedos”, responde.

—¿Y el miedo? “Es la fórmula que tiene el ‘poder’ (entendido este desde el demonio hasta el Estado) para intentar engañarte y decirte que el amor de Dios no existe”.

—¿Cómo definirías el ‘Amor de Dios’? “Todas las personas tienen el mismo deseo. El de alcanzar la belleza, el bien y la verdad. El deseo de un infinito positivo, marcados por la huella de Dios”.

—¿Qué es La Verdad? “Lo imposible para el hombre. La consideración de la realidad en su totalidad de los factores. La vida es esa búsqueda: ser cada vez más justos. Pero la vida no da tregua, no hay que apurarse”.

—Pero las personas a menudo vivimos manipulados… “Hay nuevas técnicas para enajenar al hombre de sus propios acontecimientos. Hoy día la mayoría de las personas necesitan estímulos inmediatos, una dopamina que genera adicción, permaneciendo atrapados en el círculo de esos estímulos que necesitan. Vivir en 140 caracteres te incapacita. Y es algo favorable para ese ‘Poder’ del que antes hablábamos, el instrumento contra la libertad”, completa.

De corresponsal por el mundo a liderar las mañanas de Cope del Fin de Semana

El éxito en su profesión lo explica con dos razones. La primera, el intenso estudio y lectura, ya que para mi protagonista de este baúl el trabajo y el esfuerzo son dos constantes en su vida. La segunda, el azar y la Divina Providencia: “llegar a ABC (que fueron sus comienzos) en la época de Ansón y que de 500 que se presentaron yo fuera una de los 30 periodista que eligieron tiene algo que ver con la Providencia”.

Recuerda su época de prácticas en ABC como una “generación de becarios con muy buena formación”. Y en esta línea, menciona grandes periodistas que salieron de esa etapa de jóvenes promesas, muchas mujeres, como Isabel San Sebastián, María Peral, Virgina Rodenas y muchos más. Cristina habla con especial orgullo de esos comienzos en la comunicación. Una gran enamorada de su vocación, está convencida de que, gracias al conocimiento de diferentes idiomas (alemán, inglés e italiano), empezó muy pronto como reportera internacional, cubriendo la Caída del Muro de Berlín y el final del Comunismo. Entre el 95 y el 99, Cristina visitó países como Irán, Israel, Egipto, Kurdistán Iraní, Lichtenstein, India, Albania, Alemania, Estados Unidos, Nicaragua, Marruecos, Albania-Kosovo, llegando a especializarse en Países del Este, para el diario ABC. Después pasó a El Mundo.

Pocos son los medios que se han resistido a su trabajo. Desde Antena 3 y Telecinco, pasando por Telemadrid, Intereconomía, llegando a la cadena Ser y a la corporación de RTVE, entre otros. Actualmente escribe en La Razón, colabora en 13 TV, y dirige y presenta ‘Fin de Semana’ en Cope. Autora de los libros Políticamente Incorrecta, Yo viví en un Harén o Días Modernos, entre otros, cuenta que su fichaje en Cope fue algo que nunca se esperó en su carrera. “Jamás me había imaginado que me iban a dar la dirección de un programa”.

Su humildad y sencillez pueden chocar con ese exceso de seguridad. Una seguridad que quizá sea fruto de haberse equivocado numerosas veces para hallar el equilibrio entre lo interior y lo exterior. Hipótesis elaborada en el Baúl de Katy, con permiso de Cristina.

De esa niña que fue un día, destaca que ha sustituido la prudencia por la impulsividad, el ser cuidadosa por ser precipitada, la paz por la ira, entre otras cosas. Como persona asegura que tiene fallos y limitaciones, como todo el mundo, y confiesa que le hubiera gustado tener más tiempo para disfrutar de sus hijos.

En su tiempo libre anda, practica snorkel y no abandona la lectura. Al 2018 le pide paz: “por primera vez en mi vida mi deseo para este año es paz, aunque suene a tópico. Pido paz frente al odio de Cataluña y el odio de los revolucionarios de Europa que quieren partir el continente. Paz para Oriente Medio, Asia y África”, confiesa. “Ahora entiendo por fin el valor de la paz y lo privilegiados que hemos sido en Europa”, añade.

A la pregunta de quién es, en materia de valores intangibles, Cristina López Schlichting, ella no duda en detenerse unos minutos a pensar en silencio. “‘¡Me haces unas preguntas que nadie me plantea!”. Prosigue con ese silencio que tan bien maneja en las ondas, para dar lugar al ruido que aspira a comunicar la definición de su esencia, dejando a un lado las etiquetas. “Soy una persona que busca la verdad, el amor y la belleza, pero que se siente muy incapaz para darse todo eso”.   Ω

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