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Por Alberto Gómez Font
Hagamos un ejercicio fácil: repasemos todos los objetos que puede haber sobre la mesa del comedor de una casa o sobre la mesa de la terraza de un restaurante en el momento en el que los comensales acaban de sentarse y se disponen a beber, masticar y deglutir las viandas.
Sobre la mesa puede haber un mantel, unas servilletas, platos planos o llanos, platos hondos o de sopa, platos pequeños para el pan, vasos o copas para el vino blanco, el tinto, el cava y el agua, una jarra llena de agua, una o varias cestas con trozos de pan, cubiertos para el aperitivo, cucharas para la sopa, cubiertos de pescado, cubiertos de carne y cubiertos de postre, también pueden estar sobre la mesa los cubiertos grandes y las palas y espátulas que se utilizan para servir los alimentos.
Respecto a la presencia de ceniceros sobre la mesa yo mantengo la opinión de que solo deben aparecer una vez concluida la comida, cuando ya se vayan a servir el café y los licores cordiales. Eso en cuanto a los instrumentos prácticos, pero también podemos poner algún adorno sencillo, como un pequeño recipiente con algunas flores, pequeños candelabros con sus correspondientes velas, o incluso una pareja de faisanes plateados.
Hasta ahí todo va bien, todo funciona, todo es correcto; pero puede ocurrir algo que rompa ese orden, que desmorone esa armonía, y lo malo es que lo que voy a contarles ocurre con harta frecuencia y somos muy pocos los que nos rebelamos contra esa falta de educación; estoy hablando de esas personas que lo primero que hacen al sentarse a la mesa es extraer de su bolso o de su bolsillo un paquete de tabaco y un encendedor o una cajita de fósforos y acto seguido los colocan sobre la mesa, y lo hacen sin ningún miramiento, apartando lo que haya que apartar, como si se tratara de algo lícito y natural.
Sobran los comentarios acerca de esa tremenda falta de educación, pero insto a todos los que lean estas palabras a que luchen contra esa práctica antiestética; a los que lo hacían hasta hoy los apremio para que abandonen esa mala costumbre, y a los que nunca lo han hecho los animo para que reconvengan a quienes tengan la desfachatez de hacerlo a su lado.
Y, por supuesto, es también una horrenda e imperdonable costumbre la de colocar el teléfono móvil sobre la mesa. Ω
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