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Por Alberto Gómez Font
Ya pasó el 40 de mayo, día en el que nos tocaba guardar las prendas de invierno y sacar las de entretiempo y también las de verano, pues en Madrid el entretiempo dura muy poco o más bien no dura nada.
Una vez guardado el sayo, los abrigos, las cazadoras, los pantalones de paño grueso, los de pana, las botas, los calcetines de lana, los jerseys, las chaquetas de tweed, y las camisas de franela, toca sacar los pantalones y los calcetines de algodón, las chaquetas de verano, los polos de manga corta, los zapatos ligeros, las camisas de lino y las guayaberas.
Entre todas esas prendas que sacaremos de las maletas o del fondo del armario puede que aparezca alguna que otra camisa de manga corta... Si están ahí espero que sea por error y nos tocará desprendernos de ellas, pues son mucho menos elegantes que las de manga larga, que tienen la posibilidad de ser arremangadas en días de mucho calor, y es mucho más bonita una camisa arremangada que una de manga corta.
Sea como sea y pase lo que pase, hay un tipo de camisas de manga corta que nunca deberán aparecer en nuestro armario, me refiero a las camisas de vestir, es decir, las de usar con traje y corbata. Un hombre elegante y con un mínimo de sensibilidad estética jamás usará camisas de vestir con manga corta, horrendo invento norteamericano que algunos se atreven a lucir incluso sin chaqueta, como esos angelicales apóstoles de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días, a los que vemos pasearse en pareja, con gabardina en invierno y con camisa de manga corta y corbata en verano... bueno, al fin y al cabo son estadounidenses y podemos pasar por alto su inelegancia porque vienen de un país que se caracteriza por los mal que se visten sus habitantes.
Pero qué decir de esos jóvenes e intrépidos ejecutivos que aparecen así vestidos en verano. Mientras no se quitan la chaqueta la cosa puede pasar casi inadvertida, aunque los puños de la camisa siempre deben asomar un poco, pero cuando el calor aprieta y les da por desenchaquetarse, contraviniendo así otra norma básica de etiqueta, y aparecen esas manguitas ridículas y esos brazos peludos, dan ganas de llamarles la atención, y es nuestra obligación hacerlo después de calmarnos de la desagradable sorpresa y recuperar el ritmo cardiaco. Ω
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