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Por Alberto Gómez Font
En la esquina del paseo de la Castellana con la calle de Ayala estaba la puerta de la pastelería Embassy, y al entrar nos encontrábamos con varios mostradores llenos de bombones, dulces, pastelillos, hojaldres dulces y salados, tartas y unos pequeños sándwiches de esos que los británicos toman a la hora del té, entre ellos uno de lechuga, sí: un sándwich de lechuga, algo sumamente extravagante para las costumbres de los madrileños.
Al fondo del espacio pastelero había unas escaleras, pocas, que nos llevaban a un amplio salón: el salón de té, donde a media mañana o a media tarde era harto difícil encontrar una mesa libre, pues allí se reunía gran parte de la alta sociedad de ese barrio. Andando hasta el fondo y torciendo a la derecha estaba el bar, semioculto, casi un speakeasy, al que también se podía entrar por una pequeña puerta de la calle de Ayala.
Parte de la clientela del bar —casi todos eran señores— tomaba cerveza, otra parte tomaba vino, pero a la hora del aperitivo se veían muchos dry martinis y, reinando sobre todos los demás, el trago de la casa: el cóctel de champán; fórmula secreta del barman jefe, César Ortiz.
En otro barrio, junto a la Puerta del sol, entramos en otra pastelería donde también servían —hasta que, recientemente, cambió de propietarios— esa extravagancia de los sándwiches de lechuga, aunque allí no hay salón de té y la bebida caliente de la casa es el consomé, que se sirven los clientes directamente de un samovar. Tampoco hay en Lhardy un bar escondido, pero sí podemos deleitarnos con un cóctel clásico —que no está anunciado en ninguna parte del local—, la media combinación; hay que pedírsela a cualquiera de las empleadas o los empleados que atienden el local, y ver cómo entran en el office para aparecer al cabo de unos minutos con una bandejita sobre la que hay un pequeño vaso con hielo y el trago de la casa.
Dos cócteles en dos pastelerías, una de las cuales ya no podemos disfrutar, y otra que sigue impertérrita viendo pasar los años.
(Embassy se inauguró en 1931 y cerró en el 2017. Lhardy abrió sus puertas casi cien años antes, en 1839, y siguen abiertas).
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