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Cualquiera que se siente un rato con Manolo Zarzo (Manuel López Zarza, Madrid, 1932) tiene la oportunidad de aprender mucho. Y no solo por su alargada experiencia vital, sino por los claros planteamientos que realiza en cada una de sus respuestas. Antes siquiera de que llegara a la hora de la cita –puntual, no podía ser de otra forma-, lo vemos andando a paso ligero. “Voy a hacer un recado y vuelvo para estar con vosotros a la hora acordada”, nos dice mientras sigue con su ágil andar. Nadie diría que va a cumplir 83 años el próximo mes
El pequeño de los ocho hermanos López Zarza (así es su apellido real), que se crio entre la madrileña avenida de los Toreros y la albufera valenciana, debutó en el mundo del cine en el 54. Antes ya trabajaba con la compañía Los Chavalillos de España, una compañía de teatro ambulante que recorría los pueblos del país en los años 40. Eso significa que lleva casi siete décadas trabajando… “Y me queda una pensión ridícula. Menos mal que soy una hormiguita, que si no, con lo que recibo, poco podría hacer. Ni me lo he fumado ni bebido y eso que he criado a cinco hijos”, nos dice orgulloso.
“Aún tengo que interpretar el papel”
El número 39 de la Academia de Cine acaba de participar en un corto de forma gratuita con profesionales nóveles. “¿No lo voy a hacer? Pues claro. Hay que ayudar a la gente que empieza. Además, era una cosa cortita”. Era el drama 82 años, con guion de Néstor López y que contó también con la participación de Nacho Garayalde, Francisco Hurtado y Ricardo de la Cámara. Se encuentra con fuerzas y es de los que piensa que aún está por llegar su verdadero papel. “Estoy convencido que todavía no me ha llegado mi verdadero papel, en el que pueda demostrar todo lo que sé”, señala con mezcla de rabia, optimismo y convencimiento.
Le acaban de ofrecer una comedia muy bonita de teatro, “pero no me atrevo. No puedo estar dos horas en pie porque me duele. Esto no tiene solución”, confiesa. Pero sabe que en el cine sí que espera ‘su papel’ y que lo soportaría. Eso es lo único que le falta para cerrar el círculo.
Ha demostrado que puede hacerlo. En 2013 estrenó Blockbuster, una película con la regresaba al cine después de unos años en blanco. Rodó en la fría y lluviosa Galicia, toda una prueba para su espalda. Fue Tirso Calero quien quiso hacer un homenaje cinematográfico a los actores y al séptimo arte, siguiendo los pasos de un veterano actor (Zarzo), una auténtica gloria nacional, aquejado de una enfermedad terminal, que decide participar en un corto de ciencia-ficción que dirigen unos jóvenes 'frikis'. “La hice porque me encantó el papel”, nos cuenta.
Hasta hace poco, unos dos años, Manolo salía todos los días a pasear por los parques del municipio. Le encanta hacerlo, aunque ahora, después de la operación de columna que tiene, no puede hacerlo tanto como le gustaba (le han metido dos clavos entre la cuarta y quinta vértebra). Según nos cuenta siempre fue un gran deportista. Además, montaba mucho a caballo (algo demostrado en sus muchas películas). Otra de las causas para mantener la espectacular forma en la que se encuentra es la genética. Los miembros de su familia siempre han sobrepasado los 90 años, aunque él asegura que no llegará a tanto.
"Uno que, no es tonto, sabe de qué pie cojea cada uno. En esta profesión está en juego muchas cosas y hay muchas rencillas. Hay gente joven que lo hace muy bien, pero otra no tanto. El problema es que no se les entiende porque no vocalizan bien. En nuestra época, aprendiendo con Bódalo o Rodero en los míticos Estudio 1 aprendías por fuerza, porque si no…", señala.
La familia
Es de los que fueron educados con unos principios fuertes y los supo aplicar a una profesión en la que hay muchas cosas que están en juego, no sólo el dinero… ahora hay de todo y en todo se mete la gente. “Mi hermano –uno de sus referentes- me dijo que no me metiera ni en política ni en fútbol… y le hice caso. Hoy en día no es así. Cada uno que vote a quien quiera. Eso es una cosa personal, pero a la calle solo salgo para las manifestaciones a favor de las víctimas del terrorismo… porque me educaron así”, señala.
Manolo era el mimado de su casa al ser el menor de los hermanos. Siempre ha agradecido el trato y la educación que le dieron sus padres y hermanos. “Sobre todo Paco. Era como mi segundo padre. Ellos hicieron un gran esfuerzo para que pudiera estudiar. Y al colegio que iba era El Pilar, ¿eh?”, nos dice sonriendo y continúa, ya entre risas, que “no obstante, el profesor siempre decía a mi madre que yo donde tenía que estar era en el circo, porque era muy payaso”. De esa época Manolo recuerda el hambre que se pasaba en la posguerra y los esfuerzos que hacían en su casa para tirar adelante.
Si de algo está orgulloso es de la familia que tiene, con sus defectos y virtudes. Sus hijos, mujer, hermanos, padres… se acuerda de todos. “Hace pocos días estuve en el cumpleaños de mi hermana que cumplía 94 años y ella recordaba que yo era un trasto, pero bien educado”, dice emocionado.
Una salud de hierro y un humor inquebrantable
Es de los pocos que quedan vivos. Álvaro de Luna y él superan los 80 años. Tenía grandes amigos como Ferrándiz, Bódalo, Agustín González… una gente maravillosa que ya se ha marchado y a los que les ha llorado.
Manolo es una persona muy expresiva y en cada uno de sus gestos se aprecia. No es de los que se lamentan de nada, aunque si pudiera regresar atrás sí que sopesaría el tomar otra decisión en momentos determinados de su vida. Como cuando fue a Italia hace unos 40 años a trabajar. “Estuve haciendo un par de películas allí y me vio Ettore Scola para hacer una película y terminé haciendo dos con Nino Manfredi y Alberto Sordi. Siempre he tenido suerte en el trabajo y tuve la oportunidad de haberme quedado”, asegura. Pero no lo hizo. Por una sencilla razón: por la familia. En sus palabras: “por querer demasiado a mi mujer y mis tres hijos. No me los podía llevar porque eran los tres muy pequeños”. Su representante se empeñaba, pero en aquellos días no había forma de cambiarle de idea, a pesar de haber trabajado allí, conocer el idioma… Si se lamenta, aunque no lo demuestra, es porque “allí seguro que hubiese hecho carrera y hubiera sido más respetado”. Luego la vida da cambios y su matrimonio se rompió… pero hace 30 años que se volvió a casar y tiene dos hijos más.
El café y las estufas del bar hacen su aparición. Manolo ya ha entrado en calor y quiere quitarse la cazadora que lleva puesta. Lo que más le cuesta es “levantarse y arrancar”, asegura entre risas mientras lo vemos con nuestros propios ojos. Todo es por esa operación de la columna. Le tuvieron que operar por un accidente que tuvo hace 50 años. Se iba a Italia y tenía que validar el pasaporte. “pasaba por Sol cuando vi un remolino de gente frente a un edificio. Me acerqué y era un incendio cerca del túnel de Carretas. La gente saltaba desde las ventanas. Entre tres o cuatro personas nos decidimos a coger mantas y así intentar amortiguar la caída de las personas. Las pobres atravesaban las mantas… hubo una muchacha, la última que yo recuerdo, que saltó hacia fuera tomando demasiado impulso y yo me fui a por ella. Lo siguiente que recuerdo es tener escayolado todo el cuerpo y estar tumbado en la cama del hospital. A ella sólo le pasó algo en el tobillo”, recuerda con cierta amargura, pero sin dejar de sonreír.
Dice que está acobardado por su recuperación, pero no cabe duda de que si no lo sabes y lo ves por la calle, no te des cuenta de nada. No se ve esa leve cojera que le molesta y con humor recuerda que ya tiene tablas en ese pequeño defecto (en su primera película interpretó a un joven cojo. Para que no se le olvidara –algo raro con su magnífica memoria-, se metía piedras en el zapato).
Ahora, sus películas, se pueden ver en distintos canales. “hay días que se proyectan hasta tres a la vez. Eso me produce alegría y tristeza. Lo primero porque se vuelven a reponer y lo segundo porque la gran mayoría de los actores que hay han fallecido. Yo he llorado mucho a mis amigos”, nos cuenta mientras se acerca un amigo de Pozuelo que lo saluda efusivamente.
Mucho cine
Manolo es amigo de sus amigos y no es de los que se quejan. Por mucho que se le pregunte el por qué no ha recibido aún el Goya, no se molesta. Sabe que hay muchos matices en este tipo de decisiones. Aunque para él “el cine debe emocionarte, asustarte, divertirte, causarte algo, pero no aburrirte. Te tienen que contar algo siempre. Y eso no ocurre siempre”, asegura y analiza la recién dimisión de González Macho como presidente de la Academia: “es algo muy raro. Debe ser algo personal. Ahora iremos a votar a uno nuevo”.
Otra vez la política. Da igual en qué ámbito, pero siempre está ahí. Nos asegura que no sabe qué va a votar, ni en la Academia, ni en las municipales, ni…
Volviendo al cine, Manolo, después de haber participado en 127 cintas, tiene algo que decir. “Lo del famoso impuesto del 21% en cultura es algo muy malo, pero lo que no cabe duda es que si la economía fuese bien, los cines se llenarían. Pero también hay que tener en cuenta que hay películas que aun con dinero no irías a verlas. Que son muy aburridas”. Esto nos lo cuenta con pena porque no le gusta hablar mal de su profesión. Y, la verdad, no habla mal de nadie ni de nada. Ω
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