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El olivo y el aceite, desde tiempos remotos, se han utilizado tradicionalmente, por la simbología que encierran, en rituales y ceremonias donde, en ocasiones, es difícil separar lo profano de lo religioso
En los antiguos textos griegos figuran los cuidados que se prodigaban a los cuerpos de los difuntos y refieren cómo, después de lavados, se les ungía con aceite, cumpliendo un gesto sagrado; estos cuidados eran similares a las prácticas con los vivos, porque la unción después del baño era habitual, como el bálsamo que cura las heridas y ayuda a conservar el cuerpo.
Se untaban también con aceite las piedras sagradas para los sacrificios y, en particular, las estelas funerarias. Durante esas ceremonias se utilizaban ramas de olivo humedecidas con agua purificada y se ofrecían libaciones de aceite y de vino a la persona difunta.
Cuando nacía un niño se colgaba un ramo de olivo encima de la puerta, si era varón, o una banda de lana si era hembra, como signo de alegría y para informar a los vecinos del nacimiento y sexo del recién nacido.
El día de los esponsales, tanto la casa de la novia como la del novio se decoraban con guirnaldas de olivo y de laurel.
El olivo presidía todas las etapas de los ciclos vitales y la hora final.
Esta creencia en los poderes mítico-mágicos del olivo y su simbolismo religioso ha trascendido hasta los tiempos actuales y aún perduran algunas de las costumbres y tradiciones transmitidas durante milenios. Los ramos bendecidos del Domingo de Pasión (Domingo de Ramos) se colocaban —y continúan poniéndose—, como símbolo religioso, en las ventanas y balcones de las casas.
En todas las culturas mediterráneas perviven costumbres y tradiciones relacionadas con el olivo, generalmente ligadas a atributos religiosos.
En Israel, al borde del torrente Cedron se encuentra el Huerto de los Olivos, donde Jesús oraba y meditaba frecuentemente. Ese lugar era llamado también Gethsemani, que significa “prensa de aceite” y allí siguen dando su sombra de cara a Jerusalén unos olivos milenarios que han sido testigos de grandes acontecimientos históricos.
El olivo se asocia al drama del Calvario y a las tradiciones evangélicas. Según una leyenda cristiana, la cruz de Cristo, eje de un mundo salvado por su sacrificio, estaba hecha de madera de olivo.
En la religión judía se empleaba el aceite en las lámparas y como elemento de sus sacrificios, ofrendas y fiestas. La celebración de Hannuka conmemora el milagro del aceite de la lámpara de la sinagoga, porque, habiendo sido profanada por los griegos, solo quedó una pequeña jarrita de aceite con la que apenas se podía alimentar la Menorah, el candelabro de siete brazos, durante un día; pero el aceite ardió durante los ocho días necesarios para la fabricación de un nuevo aceite fresco y puro.
En los países del Magreb, el olivo se considera sagrado porque creen que el nombre de Alá está escrito en sus hojas.
El aceite de oliva en la medicina tradicional
Las propiedades curativas atribuidas al olivo y al aceite desde la antigüedad son muy variadas. Ya en el siglo V a.C., Hipócrates aconsejaba el aceite de oliva para los dolores musculares y también en el caso de úlceras o de cólera. Plinio el viejo, en el siglo I de nuestra era, recoge en sus escritos todas las recetas conocidas donde el olivo y el aceite se utilizan en ungüentos externos o como medicina.
No solo a las hojas del olivo y al aceite se les atribuían efectos terapéuticos, sino también a las aceitunas; así, por ejemplo, la salmuera en la cual maceraban se recomendaba como óptima medicina para los casos de histerismo. Plinio consideraba la aceituna como excelente remedio contra los cálculos renales, el mal de dientes y las quemaduras. Otros aconsejaban las fricciones de baño de aceite contra la fiebre, cansancio muscular y convulsiones tetánicas.
Lo cierto es que las hojas del olivo ejercen un efecto saludable; contienen: calcio, fósforo, magnesio, sílice, potasio, sodio, hierro, tanino, azúcar, resinas, ácidos (málico, tartárico y láctico), aceite esencial y saponina.
El uso terapéutico de las hojas está particularmente indicado en la hipertensión arterial, arteriosclerosis y diabetes.
Tanto las hojas como la corteza del árbol comparten las mismas propiedades y se utilizan en infusión.
Desde un punto de vista religioso, el aceite alcanzaba su máxima propiedad curativa cuando estaba bendecido. Los apóstoles ungían con aceite a los enfermos y sanaban y se atribuían propiedades especiales al aceite de las lámparas.
El aceite de oliva para la iluminación
En el libro del Éxodo se encuentra probablemente la primera descripción de una lámpara de aceite: la Menorah, o candelabro de los siete brazos. Dios encargó a Moisés que lo fabricase para el Templo, dándole indicaciones precisas y advirtiéndole que solo utilizara para encenderlo el aceite de oliva de máxima calidad.
Los fenicios fueron los que difundieron por el Mediterráneo el uso del aceite como productor de luz y enseñaron a los demás pueblos la fabricación de lámparas de arcilla y bronce.
Los contenedores del aceite para iluminar podían ser portátiles, para encender fuegos o para suspenderlos de la pared. Tenían capacidad para unos centímetros de aceite de segunda calidad y, dependiendo de la mecha, ardían una o dos horas.
Los egipcios añadían sal al aceite de las lámparas para conseguir una llama amarilla, de mayor luminosidad y transparencia, cuya mecha duraba más tiempo. La sal catalizaba la combustión del aceite de mala calidad y absorbía las impurezas. Por otro lado, la sal subraya el valor de ofrenda de las lámparas sagradas.
En el mundo semita, se quemaba en las lámparas el mejor aceite y la sal más pura procedente del desierto.
Los griegos, cuando acudían a los banquetes, llevaban consigo el aceite de las lámparas. En Delos, en el siglo I a.C., habría una media de diez lámparas por habitación en las casas hacendadas.
Tras las conquistas de Alejandro Magno, los dispendios y el lujo se incrementaron, a juzgar por el enorme consumo de aceite para iluminación.
Con respecto a la forma de las lámparas eran muy variadas; éstas podían contener uno o dos caños para la mecha y solían adornarse con motivos vegetales o animales.
Se desarrolló una mitología asociada al uso del aceite para la iluminación durante los sacrificios y ofrendas a la divinidad. Manifestaba el deseo de avivar la llama del sol en los momentos críticos de su desaparición por el horizonte al pasar de una morada a otra.
El sol es símbolo de productividad, fructifica la tierra y, por analogía, también el plano de lo psíquico. El aceite, de color solar y productor de calor y luz, simbolizaba los deseos de productividad del alma y las ansias del espíritu.
En el Antiguo Testamento existen múltiples referencias al aceite que ilumina las lámparas del Templo. El libro del Éxodo recoge los dictados de YHVH a Moisés, entre ellos la obligación de considerar el aceite como elemento de culto en lámparas de bronce: “Manda a los hijos de Israel que traigan aceite de olivas machacadas para alimentar continuamente la lámpara santa”.
Desde la Edad Media y hasta mediados del siglo XIX, pervivió el uso del aceite para la iluminación, hasta que, primero el petróleo y luego la electricidad, lo sustituyeron.
La luz del candil se interpretaba como símbolo de la brevedad de la vida. La exigua llama movediza arde siempre amenazada, como la vida misma, por cualquier ráfaga de mal viento.
Se atribuye el origen de las lámparas en los cementerios y en las capillas cristianas a las catacumbas. Como reminiscencia de esta costumbre, que se extendió por los pueblos de Andalucía, se consideraba que el aceite que ardía ante determinadas imágenes, era un remedio milagroso.
En la catedral de Sevilla hubo tantas lámparas de aceite como días tiene el año.
Los árabes adoptaron esta costumbre cristiana y se ha contabilizado que, en la época de esplendor de la mezquita de Córdoba, se quemaban para su iluminación mil arrobas de aceite al año.
Los aceites lampantes, impropios para el consumo directo, se han utilizado hasta bien entrado el siglo XIX para la iluminación. La propia denominación de “lampantes”, hace referencia a su destino para alimentar a las lámparas. Ω
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