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Por Germán Pose / Imágenes Ricardo Rubio.
Miguel Stuick (Madrid, 1949) pertenece a una saga familiar que desde hace más de 3 siglos ha cultivado el arte y la cultura de los tapices en España y ha sido la envidia de medio mundo. Ahora la historia va tocando a su fin, Miguel Stuick es el último superviviente. La familia, de origen flamenco holandés, creó en Madrid la Real Fábrica de Tapices, una auténtica maravilla de este arte ancestral. Miguel Stuick, vive en Pozuelo de Alarcón y, aparte de su experiencia con los tapices, desgrana en este reportaje sus recuerdos de aquellos veraneos en Pozuelo de los años 50 y 60.
—El último gran almacén de tapices de Madrid, que usted regenta en la calle Ercilla, en Arganzuela, está a punto de echar el cierre ¿Estamos en el final de la historia de la familia Stuick con la cultura de los tapices?
Desgraciadamente, parece que sí. Yo voy a intentar mantener lo que sea posible a través de una colaboración que voy a prestar y con el apoyo de mi hija Andrea, que es arquitecta de interiores y decoradora.
—Todo viene de principios del siglo XVIII, con Felipe V, cono se cuenta en un parte de este reportaje, pero ¿qué ocurrió en la década de los año 50 de nuestra era cuando su padre decide independizarse de los asuntos comerciales de la familia?
Hubo serias disputas familiares, por diferentes motivos, y mi padre decidió independizarse de la Real Fábrica de Tapices -que ahora se encuentra junto a la iglesia de Atocha- con más de 150 operarios que estaban a su cargo y apostaron por él. En la calle de Peñuelas, en la Arganzuela, montaron la fábrica de tapices que se llamaba Miguel Stuick. La cosa empezó a prosperar aunque ocurrió la desgracia del cáncer que sufrió mi padre en 1959, a causa del cual fallecería dos años después.
—Estaban su hermano Livinio y usted; ¿quien heredó la empresa?
La empresa la hereda mi madre, que no tenía una formación empresarial convencional, pero tuvo mucho mérito porque tenía constancia e inteligencia, y con la ayuda de algunos destacados empleados de la fábrica mantuvo muy bien la empresa. Al cabo de unos años lo dejó en nuestras manos, hasta que yo compré la empresa a mi familia. Y a partir de 1992 estoy solo al mando de todo esto.
—La historia y fabricación de tapices, aparte de un negocio es una vocación, una cultura tradicional, ¿cómo se engancha a ello, teniendo en cuenta que procedía de otro mundo empresarial muy distinto?
Yo había estudiado Derecho y Empresariales y estaba bien situado en la Compañía Arthur Andersen, por Cuatro Caminos. De repente decidí dar un s alto al vacío y hacerme con la empresa de los tapices. Un cambio radical, de La Castellana a la calle Peñuelas, y todo eso. Pero muy gratificante. A base de trabajo conseguí que me dieran la fabricación de todas las alfombras del hotel Ritz, de Madrid. Y eso fue un gran impulso para el resto de mi vida profesional. Fui aprendiendo en fabricación y venta y hasta hoy, que parece que se cierra el ciclo.
DESDE FELIPE V 9 GENERACIONES DE STUICK HAN ESTADO AL FRENTE DE LA REAL FÁBRICA DE TAPICES
—Una cultura artesanal, la de los tapices, que parece se está extinguiendo.
Sí, porque hay que tener mucha vocación y resistencia. El coste de fabricación es muy elevado y es dificilísimo encontrar mano de obra, no hay formación de artesanos. Ya acabaron esos gloriosos tiempos de la Real Fábrica de Tapices, donde se trabajó también. Solo ese nombre te abría las principales puertas, eso lo he comprobado yo fuera de España, era increíble cómo nos conocían. La Real Fábrica era un sello muy importante. Desde Felipe V ha habido 9 generaciones de Stuicks en la Real Fábrica, hasta que en 1996 se hizo la Fundación Real Fábrica, que ahora es un Consorcio al que pertenecen el Ministerio de Cultura y otras instituciones públicas y privadas.
—El caso es que al final la cosa no salió bien y la familia Stuick debe abandonar la Real Fábrica de Tapices.
Ocurrieron muchas cosas, la principal fue que siendo mi primo Livinio el gerente mayor de la Fábrica contrató a una señora, cuyo nombre no lo quiero decir, de Arthur Andersen, precisamente, para dirigir la empresa, en contra de mi consejo, y al cabo de los años su gestión fue nefasta y a Livinio le tocó asumir una deuda de más de 7 millones de euros, en las cuentas. Y hubo que dejarlo.
—Parece que se acaba la historia de los tapices de Stuick, su gran tienda almacén de la calle Ercilla, de Madrid, está a punto de cerrar. Hasta aquí fue todo.
Sí, es una gran lástima, pero así es la vida. Esto ha llegado a su fin, aunque me seguiré dedicando indirectamente a ello. Ahora me toca hacer inventario de todo lo que tenemos y a ver donde podemos trasladarlo. No es un buen moento, la verdad. El local será ocupado en breve por unas salas de cine, así que seguriá habiendo ambiente de fantasía entre sus paredes.
LOS FELICES VERANOS EN POZUELO
—¿Cuál es su relación con Pozuelo de Alarcón?
Es maravillosa. Desde que era muy crío, casi un bebé, siempre veraneábamos en Pozuelo. Había unas 10 o 12 familias que veraneaban en Pozuelo desde siempre, cuando era el pueblo de antes, de finales de los años 50, no el de ahora, claro. Teníamos una casa en la colonia de La Paz, lo que es ahora la calle Antonio Becerril, que se llamaba La Quinta Bustillo, porque venía por parte de la familia de mi madre, los Bustillo eran muy conocidos en Pozuelo. También estaban los Clemente de Diego, los Becerril, Fernández Golfín, Butragueño...en fin, una serie de familias con mucho arraigo en el pueblo.
—¿Cómo eran esos veraneos en Pozuelo?
Deliciosos, yo me tiraba 4 meses en Pozuelo y eso se prolongó durante mucho tiempo. Tenía muchos amigos, te levantabas, cogías la bici, y hala, a la calle. A jugar al fútbol, a Dola, al bote bolero...a todo. Luego, en cada casa solía haber una piscina y te bañabas en tu casa o en la de algún amigo. Y luego por la tarde, a volver a hacer el ganso.
—¿Cómo recuerda el pueblo?
Estamos hablando de finales de los años 50, estaba la plazuela del viejo Ayuntamiento, las casas de regiones...era un pueblo muy humilde y sencillo. Recuerdo con mucho cariño las fiestas de Pozuelo, todos los chiquillos ahorrábamos para gastar en las fiestas. Estaban los encierros y la plaza de toros de La Coronación, que la cerraban con maderos. Eso lo hacía Isidoro, un carpintero estupendo.
—Había dos pueblos en uno: Pozuelo Pueblo y Pozuelo Estación.
Sí, y había sus rivalidades. Los de Pozuelo pueblo miraban como por encima del hombro a los de la Estación. Y algunas veces se enzarzaban los mozos de uno y otro lugar. Pero, bueno, solo guardo buenos recuerdos de aquella época.
—A mediados de los 80 vuelve a vivir Pozuelo.
En 1987 compré una casa en Montepríncipe, que es mitad Pozuelo, mitad Boadilla. Vivo en Pozuelo y trabajo en Madrid, pero siempre que puedo pasó mucho rato con mis amigos del pueblo, tomando cañas y jugando al mus.
—Hay que hablar también de los Stuick y su influencia en los toros. Ahí está su tío Livinio Stuick, el creador de la feria taurina de San Isidro.
El tío Livinio era muy aficionado y amigo de muchos profesionales del toro. Él creó la Feria de San Isidro junto a Jardón, el empresario de aquella época, en 1947. Al principio eran tres corridas y año a a año fueron aumentando. Mi afición a los toros viene de mi tío que me invitaba a algún palco de la plaza cuando había corrida y acudía con algún amigo del colegio. Recuerdo que la primera corrida de toros que ví en Las Ventas fue una corrida de la Prensa en la que Gregorio Sánchez se encerró con 6 toros. Cortó una oreja en el primero y ahí acabó todo. Me aficioné enseguida a los toros.
—Se aficiona a los toros y al fútbol. Usted es un atlético irredento siendo toda su familia del Real Madrid, menos su padre.
Pues sí, ya ves, qué cosas. Soy del Atleti apasionado, y siendo mi padre del atleti, yo tenía que ser atlético, teniendo en cuenta que toda mi familia era del Real Madrid. Tengo una foto preciosa en la tribuna del Metropolitano antiguo con una gorrita cuando yo tenía 4 años con mi padre. El hombre, mi padre, era muy amigo de Santiago Bernabéu, Y Bernabéu me decía: este niño tan mono tiene que ser del Madrid. Y yo le respondía: ¡No, soy del atleti! y se tronchaba de risa. Mi padre murió cuando yo era muy jovencito, pero ya no se me quitó mi querencia atlética. Hasta la muerte, claro. Ω
LOS STUICK Y LA REAL FÁBRICA DE TAPICES
La llegada del maestro tapicero, de origen flamenco, Jacobo Vandergoten a España se remonta al reinado de Felipe V, cuando no existía una industria fuerte que pudiera fabricar objetos suntuarios . Las autoridades flamencas encerraron a Vandergoten en la prisión del castillo de Amberes cuando comunicó su intención de instalarse en España con su mujer y sus seis hijos, conocedores de todos los secretos para elaborar los mejores tapices de Europa.
El 20 de junio de 1720, los Vandergoten llegaron a España y se instalaron al final de la madrileña calle de Hortaleza, en la zona de Santa Bárbara en la Casa del Abreviador. Siete años después, Jacobo Vandergoten «El Viejo» fallecía y sus seis hijos le sucedieron al frente de la fábrica.
Primera mujer empresaria
Fue con ellos cuando la fábrica sufrió los cambios más revolucionarios: importaron de Amberes un telar de alto lizo, cuya estructura era vertical y no horizontal; y, además, consiguieron que Francisco de Goya , José del Castillo o Francisco Bayeu comenzaran a pintar cartones para tapices. Durante esta época de esplendor, Livinio, un sobrino nieto de Cornelio Vandergoten, llegó desde Amberes e inició la saga de los Stuyck. Este primer Livinio Stuyck murió muy joven, cuando su hijo Gabino era un niño, y su mujer Nieves Álvarez, se hizo cargo de la empresa familiar, siendo la primera mujer empresaria en España en el siglo XVIII, abanderando así la causa femenina. Desde entonces y durante siete generaciones, cada Livinio llama Gabino a su primogénito y viceversa. Así la fábrica siempre ha estado dirigida por un Livinio o un Gabino.
En 1774, la Corona atravesaba un momento muy complicado y las Reales Fábricas comenzaron a cerrar. Los Stuyck, para evitar que la suya no cerrase, propusieron explotar la fábrica de forma privada , aunque se ubicase en un edificio de la Corona. Fue el primer contrato de estas características en España.
La Real Fábrica de Tapices se mantuvo en Santa Bárbara hasta 1891, cuando el viejo edificio amenazó con desplomarse y Patrimonio Nacional decidió instalar la empresa y la residencia de los Vandergoten en el Olivar de Atocha , concretamente en el número 2 de la calle Fuenterrabía, donde se encuentra en la actualidad. Con la venta del primer solar se hizo frente a la construcción del edificio (ubicado entre el Parque del Buen Retiro y la estación de tren), el dinero sobrante se invirtió en la construcción de un ala del Palacio Real, donde ahora se encuentra el Museo de la Armería.
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