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Hubo un tiempo en que la aureola que desprendían las personalidades de los toreros hacía que sus casas fueran lugares míticos donde iban a romper las olas del temporal que llevaban dentro. Eran playas donde iban a morir mansas las aguas que desbordadas un día en su ímpetu juvenil los convirtieron en seres casi sobrenaturales, por sus gestas dentro de los ruedos y sus inquietudes más allá de ellos, objeto de culto de sus contemporáneos (muchos de ellos también tocado por los dioses de la genialidad en sus actividades), pues era el rincón del mundo donde se habían sintetizado todas las furias creativas matizadas por el negro fondo de la muerte siempre acechante en sus almas.
Vamos en esta ocasión a intentar, un poco indiscretamente, penetrar en aquellos reinos personales, muchas veces Yuste para un emperador (pues la parca quiere a los héroes jóvenes), ya que de los pequeños detalles hogareños extraeremos, en los casos que el transcurso del tiempo nos lo permita, datos muy significativos del carácter de sus moradores y en todo caso dejaremos constancia de que hubo una dirección en una ciudad o un rincón en medio del campo español donde nuestras leyendas se retiraron, o quisieron retirarse, a disfrutar del descanso del guerrero.
Como ocurre frecuentemente en estas páginas el lugar más antiguo en este paseillo lo ocupa Rafael Molina Lagartijo. Cómo no es mal nombre para encabezar un Cartel nos iremos a las viejas fotos donde se ve al Califa sentado en el patio de su casa de la calle Osario número 10, en un sillón de enea (que mejor trono para un torero) donde se desprende toda la esencia del hogar de un torero decimonónico cordobés. Al rincón donde me gustaría dirigirme es al despacho; por suerte, y gracias a sus sobrinas que un día tuvieron a bien cederlo al Museo Taurino de Córdoba, lo conservamos hoy. Consta de 43 piezas, está realizado en nogal, con sillón y ocho sillas, la escribanía es de plata e incluye una vitrina con estoques (entre los que destacan el que le regaló el Tato y que fue con el que dio la estocada al toro que le produjo la cogida que provocaría la amputación de su pierna) y otros enseres personales y profesionales. A este conjunto pertenece el célebre busto del diestro que realizara el escultor, paisano suyo, Mateo Inurria.
Un inciso. El despacho de un hombre denota claramente su personalidad, no sólo por la infinidad de detalles que en él cabe y que dirán tanto de su dueño, sino también por el hecho de tenerlo. Siempre que nos sea posible, como hemos hecho con “Lagartijo el Grande”, debemos buscar en las casas este rincón tan relevante para una persona.
No muy lejos de donde vivió, y murió, Lagartijo, hizo lo propio, en su dorado retiro, Rafael Guerra Guerrita. Nos encaminamos a la cordobesa calle Góngora donde en un espléndido edificio instaló el califa su hogar, con amplios salones y hermoso patio, y donde me gustaría destacar el oratorio de la casa que estaba presidido por la Virgen del Pilar, realizada en plata y enmarcada en un hermoso retablo donde flanqueaban a la Reina de la Hispanidad una imagen de San Rafael y otra de San José. No podemos obviar el despacho de Guerrita, horror vacui de trofeos y recuerdos profesionales donde, por cierto, ocupaba un lugar preeminente un retrato del “visitado” anteriormente Rafael Molina Lagartijo. Lamentablemente en 1966 la piqueta hizo acto de presencia en este hermoso edificio cordobés.
Un moderno bloque de viviendas en el Campo de la Merced de Córdoba ocupa el lugar donde vivió y falleció en 1955 Rafael González Madrid, Machaquito para la historia y además en ella nació otro personaje para la leyenda taurina cordobesa José Flores Camará. Que no exista hoy rastro de esa casa es algo tan lamentable como inevitable, pero digo yo: ¿no se podría al menos recordar con una pequeña placa o azulejo?
De la mano de Gregorio Corrochano nos adentramos en la sevillana casa de los Gallos, dirigiéndonos a los despachos de cada uno de los dos grandiosos matadores donde se va a poner de manifiesto, lo referido anteriormente, que en los detalles de estos espacios salen a la luz las personalidades de los toreros y más cuando se trata de dos caracteres tan opuestos como los de Rafael y José. En el del mayor de los hermanos había una enorme caja de reloj sin reloj, lugar que en el de Joselito aparecía una caja de caudales (aquí ya a quedado claro por donde tiraba uno y por donde el otro); otra cosa que llamaba la atención en el despacho del Gallo era un cuadro de Roberto Domingo en que se ve a él mismo tratando de matar a un toro, con el público encrespado y los cabestros al fondo para llevarse el toro al corral. Esto es una demostración del enorme sentido del humor del torero. Según contaba el propio Rafael en una exposición había dos cuadros del gran pintor taurino, en uno se veía a un torero que acababa de rodar sin puntilla a un enorme toro y al lado otro que se titulaba Al Corral; con todo su ingenio dijo, refiriéndose a uno y a otro cuadro, “este es Machaquito y este soy yo” y pidió al pintor que cambiara la cabeza del torero abucheado por la suya. Ese era el cuadro que colgó Rafael el Gallo en su despacho.
Tampoco faltaban en aquella habitación recuerdos de las grandes tardes de gloria que tuvo Rafael, por ejemplo una cabeza de un toro de Pablo Romero que desorejó doblemente en Valencia. Donde no faltaban las cabezas de toros era en el despacho de su hermano, entre ellas estaba la del toro al que le cortó una oreja en la Maestranza, primera concedida en la historia del coso sevillano. Ni que decir tiene que en aquella casa existía una capilla donde se veneraba a la Esperanza Macarena. Hace poco el despacho del “Rey de los Toreros” ha sido adquirido por ese personaje sinigual llamado José Antonio Morante Camacho, es decir, Morante de la Puebla.
Dos toreros que no debemos olvidar en estas líneas son Ignacio Sánchez Mejías y Domingo Ortega. Ambos inspiran domicilios cargados de profundidad. Por una parte el espíritu inquieto del torero sevillano, amigo de intelectuales y depositario para la eternidad de una de las más bellas elegías de la literatura mundial (“¡Que no quiero verla!/ Dile a la luna que venga/ que no quiero ver la sangre/ de Ignacio sobre la arena”). Todavía hoy se puede ver la esencia de Sánchez Mejías, a pesar del tiempo transcurrido, en su cortijo de Pino Montano. Por otra parte la profunda inteligencia del maestro de Borox que tuvo el receptáculo entre su confortable casa de Madrid y su finca de Guadarrama llamada Navalcaide, donde hasta muy entrado en años siguió dando pases esa cabeza castellana y privilegiada que Dios otorgó a Domingo Ortega. En una entrevista en 1975 contó que le ofrecieron 200 millones de pesetas (año 75 no lo olviden) para construir una urbanización en Navalcaide y él se limitó a decir: “para que quiero yo doscientos millones si a mí lo que me gusta es coger un capote y una muleta y darle unos pases a una vaca...”
Volvemos a Córdoba y a su avenida de Cervantes donde el destino frustró el anhelo de descanso de Manuel Rodríguez Sánchez en la casa que se había comprado a tal efecto. Su despacho podía ser admirado en el Museo Taurino de la capital cordobesa. Hoy la casa de Manolete sigue en pie aunque muy transformada en restaurante. El edificio fue mandado construir a finales del siglo XIX por el padre de Ortega y Gasset para tenerlo de residencia invernal en Córdoba y en ella pasó parte de sus primeros años de vida el autor de La España Invertebrada.
Y no podemos dejar de hablar de la legendaria casa de los Bienvenidas, General Mola número 3 de la capital de España, hoy Príncipe de Vergara. En su jardín, convertido en pequeña plaza de toros, aprendieron a ser toreros, en toda la extensión de la palabra, los hijos del Papa Negro, allí falleció este personaje irrepetible y allí se veló el cuerpo sin vida de uno de los toreros más íntegros que ha conocido la fiesta, su hijo Antonio. Casa llena de penas y alegrías, triunfos y fracasos... reflejo de la vida, que en 1976 fue derribada para la construcción de un bloque de apartamentos. El sino de los tiempos... Al menos para el recuerdo una placa de cerámica hace constar lacónicamente “Aquí vivió la famosa dinastía torera Bienvenida”. El capilla de aquella casa se veneraba una imagen del Nuestro Señor del Gran Poder y que hoy es ante la que se arrodillan los toreros antes de afrontar el compromiso más importante de la temporada, el paseíllo en las Ventas del Espíritu Santo, pues la imagen del Señor fue donada por la familia Mejías a la plaza madrileña.
Creo que el cartel ha quedado suficientemente rematado con los nombres que estas páginas han desfilado y aunque todo se puede rematar considero, que de una manera somera y valiéndome de una visita a sus hogares, hemos dado un repaso a las personalidades de unos toreros que, al menos en su manera de ser, no se volverán a repetir. En las casas donde quisieron retirarse, algunos no lo lograron, es donde mejor queda reflejada esa cualidad. Al fin y al cabo el hombre es de verdad lo que es en su hogar, allí no caben brindis al sol. Ω
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