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Cuando ha pasado más de un siglo de aquello, vamos a recordar en estas páginas un acontecimiento taurino que se puede considerar como histórico, pues en él confluyen las condiciones que hace que los libros lo recuerden; y la principal de esas condiciones son los nombres de los protagonistas de esto que aconteció al terminar la temporada del año 1908, a saber: Ricardo Torres, Bombita para la Historia de España; Rafael González, Machaquito para esa misma aventura llena de dichas y desdichas que es la crónica de nuestro viejo país; y además el que probablemente sea el mejor ganadero que ha existido jamás, don Eduardo Miura Fernández, el patilludo criador de toros que forjó la leyenda más grandiosa que nunca unos animales hayan podido tener (esto lo digo por los “amantes” de los animales que tanto denostan nuestra Fiesta; no hay mayor ecologista que un criador de reses bravas que da la oportunidad a un animal de lucir con orgullo un apellido que le permite salir del anonimato, además de que, y más importante y claro, permiten que exista esta raza única)
Tres años antes de ese año de 1908 se había creado la Unión de Criadores de Toros de Lidia, hoy Asociación centenaria por tanto, por la cual los ganaderos tomaban fuerza ante los coletudos, siendo la máxima expresión de ello el hecho de que cualquiera de ellos se comprometía a no embarcar sus toros para plazas regentadas por empresas que se plieguen a las imposiciones de algún espada de no lidiar alguno de los Toros de los miembros de la Unión –ciencia ficción hoy en día-. Está claro que en este punto al lector se le viene a la cabeza la palabra Miura. Pero además se dan dos circunstancias más que centran la cuestión en la mítica ganadería, por un lado ese año el que preside la Unión es precisamente don Eduardo (lo que personifica aún más en la ganadería esta decisión) y también, el ganadero criaba todos los años unas muy largas camadas, por lo que la probabilidad de que los toreros se tropezaran por esas plazas de Dios con los pupilos salidos de Zahariche era bastante elevada.
Llegado a este punto hay que hacer un pequeño inciso en lo referente a los vetos de los toreros a determinadas ganaderías. No era nada nuevo, las grandes figuras anteriores al torero de Tomares y al cordobés Machaquito lo habían hecho en mayor o menor medida y posteriormente a ellos se siguió haciendo y se hace, solamente que no de una manera oficial, por decirlo de algún modo, existiendo toreros que pasan a la Historia de la Tauromaquia, o tienen esa intención de hacerlo, sin haber lidiado jamás un encierro de algunas ganaderías que forman parte, y más que ellos, de esa historia a la que pretenden acceder, evidentemente Miura es una de ellas.
Hecha esta precisión hay que aclarar que ninguno de los dos toreros que protagonizan estas páginas era sospechoso de no poder, o no querer según se mire, con los toros de Miura; ambos estaban curtidos con este hierro, con él habían obtenido sonados triunfos (recordemos que Machaquito se inmortalizó con un toro de Miura, Barbero de nombre, en la famosa estocá de la tarde de Benlliure) y sin ir mas lejos esa temporada de 1908 había lidiado Ricardo siete corridas del hierro miureño y seis Rafael, si bien al final de la temporada ya se rumoraba por los mentideros taurinos que los dos hacían ascos a estos toros, lo que les empezaba a costar algunas broncas; el precio de la fama siempre ha sido caro en este país nuestro, y más para los toreros.
De esta forma se presentaba un invierno muy divertido en las tertulias taurinas, esta era la principal afición de nuestros mayores por lo que el asunto dio mucho de sí. Un grupo de matadores, con Bombita y Machaquito al frente, constituyen una Unión Taurina, así la denominaron, por la que exigían cobrar el doble de sus honorarios cuando se tratara de una corrida de Miura, alegando que eran toros muy duros de lidiar, por lo que la exposición al riesgo era mayor, y que era una ganadería que lidiaba gran número de corridas, por lo que el riesgo no sólo era cualitativo sino además cuantitativo. La que se formó con este manifiesto fue tremenda, dividiéndose la afición entre dos bandos, con opiniones para todos los gustos, en definitiva algo apasionante que hoy los aficionados echamos de menos, poder hablar de Toros. Se llegaron a recoger firmas para que los aficionados se comprometieran a no asistir a los Toros si no se lidiaban los Miuras en las condiciones y precios habituales.
Los más perjudicados, con el revuelo que se montó, eran los que más arriesgaban con ello; evidentemente estos no eran otros que las máximas figuras del momento, es decir, nuestros protagonistas Bombita y Machaquito, a los que la gente identificó claramente como los oponentes del gran ganadero sevillano; ellos curtidos en mil batallas con estas reses veían como su prestigio se ponía en duda precisamente por culpa de esa ganadería, reaccionando en su defensa con la publicación de una carta el 14 de noviembre en el diario El Imparcial. En ella explicaban las razones por las que han pedido ese aumento de honorarios por lidiar toros de Miura, que no era otro que defender la Fiesta: que el Sr. Miura, al no tener ya el peligro de que nadie pueda negarse a lidiar sus toros abusa del número de reses criadas, advierten de que ese año había errado más de 300 becerros, esgrimiendo que esto acabaría en un monopolio ganadero, aprovechando también la leyenda que ya adornaba a los toros de Zahariche, y que era explotada por su propietario para vender sus múltiples productos sin mayor complicación, además incluyen una frase clarividente, “a mayor trabajo mayor recompensa” y advirtiendo que el lucimiento es más complicado con miuras; concluyendo, para evitar que se les pudiera acusar de que lo hacían por dinero, que la parte de los honorarios que cobraran de exceso iría destinada al Montepío de los toreros. “Nosotros ponemos un mayor salario, pero no en nuestro provecho. Y además lo hacemos público”. Así terminaba la carta que rubricaban Ricardo Torres y Rafael González.
Como se ve cada uno tenía su razón, formándose, como hemos dicho, dos bandos, aunque algunos comprendían a ambas partes (algo raro entre españoles), y todo el mundo dando su opinión sin que faltaran ilustres como un premio Nobel, Jacinto Benavente: “Me parecería justo que los toreros cobrasen más cuando han de habérselas con corridas de peso y de cuidado, si en lógica proporción cobrasen menos cuando más que torear se divierten con peritas en dulce. ¿Ustedes recuerdan la corrida de bichos murubes con que la familia Bomba celebró la despedida del hermano mayor? ¿No es verdad que aquel día no debieron cobrar o debieron de darnos algún dinero encima?”
Los que no soportaban a Miura, veían una oportunidad para que se viera obligado a enviar gran parte de sus reses al matadero, y los que sentían animadversión por Bombita lo que argumentaban era que el torero estaba atacado por el pánico. Hay que precisar que se llegó a un punto en que la afición personificaba los bandos en don Eduardo y en Bombita, habiendo dejado un poco apartado de la polémica a Machaquito, torero más poderoso que el sevillano y del que se decía que había secundado a Ricardo por compañerismo y amistad. Lo que sí está claro que fue “un invierno calentito” como se diría hoy, con toda su polémica y con toda su pasión, con dos bandos claramente enfrentados; esto último típicamente español.
Cuando va a empezar la temporada de 1909 ya hay un ganador en este famoso Pleito, don Eduardo Miura. El honor de los toreros se empieza a poner en duda, se les acusa de medrosos, lo que por otra parte vista sus trayectorias era una gran injusticia, y tras muchas reuniones Ricardo Torres Bombita y Rafael González Machaquito acaban transigiendo. El padre de Bombita ante esta actitud de su hijo después del revuelo que había formado sentenció: “Ahí arriba hay siete trajes de torear de Ricardo. Los siete se quedarían colgados en la percha antes de vestirlos de nuevo si yo estuviese en el pellejo de mi hijo”. Lo único que pudieron hacer estos dos toreros, grandes en la historia de la tauromaquia, es empezar de cero y arrimarse como si fueran novilleros para recuperar el prestigio, sino perdido al menos tocado.
De todas maneras el destino ya estaba escrito y por tentaderos y cercados empezaban sus correrías dos chavales sevillanos llamados José y Juan, el apellido no hace falta reflejarlo aquí. Siguiendo la trayectoria final con toros de Miura de Machaquito, pondremos un clarividente punto y seguido a esta historia. Ese 1909 solo mata una corrida de Miura, la de la Prensa de Madrid, año en que toreó poco pues un saltillo estuvo a punto de provocarle la amputación de una pierna; en 1910 solamente vuelve a hacer el paseillo en una de Miura, en Valencia concretamente; en 1911 torea alguna más, entre ellas una que será un hito en su trayectoria ya que le corta a un pupilo de don Eduardo la segunda oreja que se concede en Madrid (la primera la obtuvo Vicente Pastor a un conchaysierra). Zapatero se llamaba el miureño que desorejó Rafael.
Así hasta llegar a la temporada de 1913 donde se producen dos hechos trascendentales; por un lado, ya es matador de toros José Ortega Gallito, que había tomado la alternativa al final de la temporada anterior y que asiste en Madrid un 19 de octubre, compartiendo cartel, a la retirada de su paisano Bombita, algo que, por cierto, se había propuesto pues le tenía una especial inquina a Ricardo (aunque esto es asunto para otro artículo); y por otro, el 16 de septiembre Rafael González Machaquito daba la alternativa en la capital de España a un muchacho llamado Juan Belmonte. La Edad de Oro del toreo se abría de la mano del diestro cordobés que cedía el paso al inexorable destino, un destino que él, junto a Ricardo Torres Bombita, había cumplido con gloria los años previos; apenas un mes después de esa trascendental alternativa que otorgó, Machaquito se retiraba, también en la plaza de Madrid. Ambos empezaban a disfrutar del merecido retiro que se habían ganado. Ω
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