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La higiene y la cosmética constituían, entre los antiguos pueblos mediterráneos, una necesidad vital. Considerando que, como productos de limpieza corporal, utilizaban cenizas y arcilla, de gran poder abrasivo, es comprensible que, después de las abluciones y baños por inmersión, necesitaran aplicarse aceites compuestos... por el Dr. Pablo de Santa María
La higiene y la cosmética constituían, entre los antiguos pueblos mediterráneos, una necesidad vital. Considerando que, como productos de limpieza corporal, utilizaban cenizas y arcilla, de gran poder abrasivo, es comprensible que, después de las abluciones y baños por inmersión, necesitaran aplicarse aceites compuestos, es decir, ungüentos y bálsamos, para devolver a la piel la elasticidad y resistencia necesarias.
Conocedores de las virtudes del aceite de oliva, tales como la capacidad de absorción, su permeabilidad y sus propiedades para conservar las cualidades de otros productos, supieron utilizarlo y adaptarlo a sus necesidades vitales de higiene y cosmética. La estética corporal, el signo externo, fue convertido en señal de identidad de la persona y del grupo social al que pertenecía.
La densidad de los olores reinante en los núcleos urbanos, dada la falta de condiciones higiénicas, la presencia de numerosos animales sueltos y el calor, requerían productos que enmascararan esta condición.
Los mesopotámicos creían que los dioses amaban los perfumes y, con la finalidad de crear un ambiente propicio para comunicarse con ellos, quemaban productos aromáticos. El término acuñado por los romanos, “pro-fumo” (“por el humo”), significaba esa intención “pro-fumo tribuere”, (“pagar en tributo de humo”), contactando con los espíritus que, siendo inmateriales, no podían nutrirse con las sustancias sólidas de los mortales y conjuraban su presencia y contacto de este modo.
Puede que fueran los persas quienes inventaron los perfumes y ungüentos, pues los utilizaban tan copiosamente que se decía que su cuerpo transpiraba aceites perfumados.
Los pueblos del desierto y también los asirios, sumerios y babilonios solo usaban ungüentos grasos para las prácticas higiénicas. Este hábito se difundió rápidamente por todo el Oriente y hacia Egipto. Los egipcios y los pueblos heládicos se sumergían en el agua y después friccionaban su cuerpo con aceites aromatizados con plantas, seleccionadas por sus principios curativos, aunque poco a poco los cosméticos y ungüentos se fueron secularizando y desposeyendo de su significado religioso, mágico e incluso médico.
En todo el Oriente próximo, el olor era la manifestación de las cualidades del individuo y desempeñaba un papel médico-religioso muy importante. Los perfumes se destinaban solo a enmascarar los olores pestilentes, la falta de higiene o a despertar sentimientos eróticos.
Los griegos se lavaban cuidadosamente en la fuente, en bañeras domésticas o en los baños públicos. La fricción de aceite tonificaba y templaba la piel después del agua fría y evitaba la desecación e irritación debida al exceso de contacto con aguas calcáreas.
Las bases de la cosmetología clásica se debieron a los griegos, que adoptaron las artes ungüentarias que tanto se habían perfeccionado en Oriente y en Egipto. Los disolventes con los que experimentaron inicialmente fueron el agua y el vapor, pero aromas sutiles como el de la rosa y el jazmín se evaporaban con facilidad. Recurrieron entonces a los vehículos grasos y en el aceite de oliva y en algunas grasas animales encontraron los fijadores que necesitaban.
La función social del ungüento perfumado, además de proporcionar un elemento neutralizador del sofocante entorno, era la de personalizar el propio olor individual con la intención de comunicar su propia identidad, de seducir y de mostrar su territorialidad, de acuerdo con su gusto personal y sus recursos económicos.
Las primeras técnicas de extracción del aceite de oliva, por majado de las aceitunas y torsión en tejidos con posterior filtrado y decantación, permitían la obtención de aceites de calidades y precios muy diferenciados. Los de primera presión en frío (con la calidad de nuestros vírgenes extra actuales de baja acidez), se dedicaban a los ritos y ceremonias mágico-religiosas y a los usos culinarios, cosméticos e higiénicos de las altas jerarquías sociales. El aceite destinado a los perfumes y ungüentos se obtenía de aceitunas que probaban para controlar su grado de maduración, después oprimían unas cuantas entre los dedos y, vertiendo con un embudo unas gotas en un frasco, las evaluaban para seleccionar las mejores partidas.
En el judaísmo los óleos eran uno de los elementos esenciales del culto rendido a YHVH. El Libro de los Proverbios dice: “el perfume y el incienso alegran el corazón”.
En los cultos que acompañan al hombre durante los momentos trascendentes de su vida (el nacimiento, la iniciación a la pubertad, el matrimonio o en el último tránsito al más allá) se unge el cuerpo con aceite.
Con el transcurso del tiempo se ha comprobado el poder que los aromas ejercen sobre el psiquismo, puesto que desencadenan la aparición de imágenes y escenas significativas. Estas imágenes, a su vez, suscitan emociones y deseos que pueden asociarse, por su poder de evocación nostálgico-olfativa, a un pasado lejano. Se trata de fenómenos de simbolización sensorial de los que el aceite de oliva es un desencadenante privilegiado. Ω
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