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Por Jesús Castells
En el trabajo no se bromea. Cuanto más serio eres, más profesional. Estos eran algunos de los axiomas de los desaboríos y vetustos jefes que he tenido. Algunos ya eran viejos con treinta años, y hoy en día siguen acuñando a hierro este paradigma que esconde sus inseguridades. Parecía que nos sumíamos en un halo de frialdad donde reinaba el miedo y la mesura de cada palabra. Romper la etiqueta y el rictus establecido en las reuniones, podría delatarte como un insurrecto e insurgente a las normas del buen hacer. ¡Qué coñazo!
Yo no podía, ni puedo con este rigor y sigo sin aceptarlo. Adrede, llegaba cinco minutos tarde a estas reuniones, mientras entrecerraban los ojos y los clavaban en mí, reprochando mi impuntualidad. Yo les mantenía estoico la mirada, uno a uno, y haciéndome el sorprendido les preguntaba con un grito desesperado ¿QUIÉN SE HA MUERTO? escenificando un drama del mismísimo Otello. El primero que explotaba a reír nos contagiaba a todos, y ya podíamos empezar la reunión sin tensiones, eso sí, tachándome con el estigma de “Jesús, eres imposible…”
Un día sin reír es un día perdido. Y a tomar por culo. Me he negado a que, fuera quien fuera, me amargaran la vida aquellos que libran una lucha interna y quieren que los demás llevemos la misma carga. Esta gente cuanto más lejos, mejor. Y si es inevitable, porque están ahí o son parte de nuestro propio entorno, combatirles frenéticamente con dosis extraordinarias de alegría y buen humor. Está demostrado que con una sonrisa se llega siempre más lejos.
El humor es el gran olvidado de las cualidades para ser jefe. Parece que eres menos jefe si te tomas el trabajo con buen humor. Y para mi es precisamente lo contrario. Da gusto tratar con una persona amable, bien educada y con sentido del humor. Ya si es inteligente y guapa por dentro ¡acabáramos! Y no es que lo diga yo, un estudio realizado por la mismísima Universidad de Stanford asegura que los líderes con sentido del humor son considerados un 27% más inspiradores que aquellos que no bromean, y sus equipos se manifiestan un 15% más comprometidos con el trabajo mejorando la productividad hasta un 50%. ¿Ahora quién se ríe?
Parece que el jefe tiene que estar siempre malhumorado, cabreado, pegando latigazos y eso lo único que provoca es un ambiente enranciado y hostil para trabajar. Está más que demostrado que en ese tipo de grupos son desconfiados y en ellos nunca surge la creatividad ni hay iniciativa.
El entorno ideal para trabajar no es el de alta tensión, alta presión y mal rollo. ¡NO! Habrá momentos así, pero tienen que ser puntuales, tampoco hay que caer en el “buen rollismo” continuo. El compromiso de las personas sólo se consigue en entornos agradables, armoniosos y de desarrollo sostenible. El sentimiento de pertenencia de las personas a una organización se basa en la capacidad que tenga la organización para hacer felices a sus integrantes y ahí juega un papel fundamental el sentido del humor de su líder.
El humor también funciona como antídoto para quitarle hierro a los momentos difíciles. Las personas que bromean con las cosas “serias” tienen mayor predisposición a admitir un hecho trágico, asumirlo y por tanto a superarlo. A mi amigo Carlos (el de los coj… largos) no se le ocurrió otra cosa que descojonarse cuando estaban echando las cenizas de su padre en el Mediterráneo; me contaba que la escena era para verla, todos allí compungidos, en la barcaza, con caras largas, su madre aventando el cofre de forma compulsiva sin conseguir que salieran todas de golpe… y aprovechando una ráfaga de viento, su padre les impregnó a todos como si de un ave phoenix se tratara, y a la par que les cegaba, les hacía abrir bien los ojos por dentro. Rompieron todos a reír, que probablemente era lo que su padre hubiera querido desde el principio, y volvieron a contar sus historias, a disfrutar de sus recuerdos y de aquel momento juntos. Ese hombre era un crack.
El humor es probablemente la herramienta más difícil de manejar, si te extralimitas, es como pasarse con la sal en un guiso, lo echas todo a perder. Hay que saber cuándo hacer la gracia, la intensidad, el interlocutor y controlar un largo cúmulo de variables. Me encantan esos tres segundos de silencio posteriores a cualquier broma. Clavan en ti su mirada atónitos, y no sabes si te va a matar o se reirán a mandíbula batiente. Es importante no mover ni un solo músculo en ese breve interludio y estar muy ágil, por si surge un arranque de ira, y decir ipso facto “que era una broma, hombre, que era broma” y aguantar estoicamente lo de “no tienes ni puta gracia” sin esbozar la más mínima de las sonrisas, pues eso sería devastador para tu integridad física.
Y si detectas que una persona no tiene sentido del humor, no insistas. Utiliza otros métodos, no funcionará nunca. Eso sí, te sorprendería la cantidad de personas que agradecen que les saques una sonrisa, hay mucha tristeza diseminada por la faz de la tierra.
Es cierto que es un juego delicado y por eso mismo, muchos inseguros, poco hábiles o tristes prefieren la absoluta ausencia de humor y así no hay malentendidos. Sacrificar el humor por esto, es renunciar a la salsa de la vida. Se puede, pero la vida se te hace más larga, dura y menos fructífera. Ahora bien, si no es tu fuerte, mejor no lo uses. Simplemente sé amable, alegre y ríe las gracias de los demás, que eso también se agradece y mucho.
La alegría es otro cantar, esta asignatura debería de ser obligatoria en los colegios y dime que no es bien necesaria para vivir hoy en día. Hay personas que nacen alegres y van contagiando su alegría allá donde van. Da gusto verlos y da gusto estar junto a ellos.
Cada día son más necesarias las personas que desprenden positividad y buen rollo. A diferencia del sentido del humor, la alegría se puede adquirir con la práctica. Requiere de altas dosis de quitarse pensamientos negativos e ir puliendo las tristezas, pero definitivamente la alegría se puede conseguir. El sentido del humor es un don y es de ley compartirlo y difundirlo. Si tienes este don, úsalo con fuerza todos los días. Ω
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