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ABRIL 2018  /  ENTREVISTAS

ALBERTO CABALLERO: “EL HUMOR ES UN MECANISMO DE SUPERVIVENCIA”

04-04-2018 9:36 p.m.

Viaje por la ética y la estética de la sociedad occidental, en un diálogo metafísico con el creador de las series de humor más vistas de la historia de España: Aquí No Hay Quien Viva y La Que Se Avecina
Por Katy Mikhailova

Con un abrigo amarillo chillón, accede por la enorme puerta del Zielo de Urrechu de Pozuelo de Alarcón, mientras por el móvil, ante mi insistencia (a pesar de su simbólica y casi inexistente impuntualidad), me avisa que le quedan 20 segundos para llegar; una comunicación por whatsapp, ilustrada por una foto de perfil que no es ni el “cangrejo de Antonio Recio” (personaje de La Que Se Avecina) ni el Mirador de Montepinar. Tampoco es su foto (el egocentrismo carece de sentido en su vida), ni la de sus perros (aunque les adora).

Un mapache vestido de traje responde por Alberto Caballero, el guionista y director de la serie de humor que más récords ha cosechado en la pequeña pantalla; y el hombre que, junto a su equipo, llena de humor las vidas de los españoles (y hasta podría decir que llena de vida el humor español), y, si me apurais, llena de vida la vida de medio mundo (ya que LQSA se ve, traducido al idioma local, hasta en los países del este de Europa).

No hace mucho que le recordé (si me permiten mis lectores la licencia de perderme en el surrealismo insignificante de estas frivolidades) que hace meses tenía “puesta” la imagen de un oso panda, acompañada del ‘estado del whatsapp’ (sí, ese en el que la mayoría tienen escrito “no contesto al teléfono. Solo mensajes” o algo similar) de ‘Pandismo ilustrado’. Me acuerdo de que en una ocasión le pregunté si quería transmitir con dicho mensaje “todo para los pandas pero sin los pandas”; una premisa que Alberto nunca llegó a desmentir. Supongo que el oso panda es el principal damnificado de la indiferencia de la selva. Pero ese es un tema aparte.

No presume ni de mascotas (en su instagram cae alguna foto de sus caninos), ni de mujeres, ni siquiera de motos (una de sus grandes pasiones; objetos que, como él mismo declara, termina “humanizándolos al dotarles de personalidad”). Sólo hay un mapache encorbatado. Alberto no lleva corbata. Rara vez la usa. Un creativo como él, afortunado de hacer lo que hace (algo que afirma sin complejos), viste de manera informal y anteponiendo, supongo, la comodidad a las etiquetas.

Todas estas parrafadas anteriores no son un método para rellenar espacio, sino para intentar ilustrar, en este fresco baúl de los recuerdos, a un personaje que se dedica a crear personajes. A una persona que del surrealismo hace su particular sátira. Y a una personalidad llena de secretos y misterios que reserva para unos pocos.

Alberto es natural, políticamente incorrecto y con un sentido del humor bastante fino, aunque sepa captar los diferentes tipos de humor que coexisten en nuestra sociedad. Él es gracioso sin buscarlo. Lo que tiene más gracia aún.

Y es que han pasado 3 años desde la primera entrevista que le realicé. En esta ocasión, acompañada de Carmen Millán, como en los viejos tiempos, viajamos del pasado al presente para proyectar un futuro lleno de ideas en torno a la visión de la vida de un genio de la televisión que habita en silencio detrás de las cámaras.

En Pozuelo: aquí sí hay quien viva
Alberto ha dejado Majadahonda, municipio en el que ha vivido desde pequeño, para mudarse a Pozuelo de Alarcón: “me he mudado a Pozuelo porque encuentro que esta ciudad es más moderna”.

“Mi primera novia formal era de Pozuelo”, recuerda. Y es que, viviendo en la zona Noroeste, la relación de Alberto con esta ciudad era a través de la escuela. Empezó estudiando en el Colegio Sistema de Pozuelo. Narra hoy, con cierto encanto, (entonces quizá lo percibía de otra manera) la transición de pasar de ser un colegio laico a católico, dirigido por los Legionarios de Cristo, llamándose Everest School. “Con la llegada de los curas, nos separaron a los niños de las niñas, y nos convertimos en unos obsesos sexuales”, explica. “De hecho, la gran aventura del día era cuando se acababan las tizas en la clase y había que bajar a Sexto B, por ejemplo. Bajar era emocionante. Y más aun entrar en una clase con 25 alumnas mirándote como si fueras un fantasma”, completa. Para Alberto, aquella “batalla con los curas era maravillosa”.

Alberto lo detalla en un tono semi-anecdótico, como es él, relajado y sin un fin programado que transmitir en una entrevista. Tiene pinta de haber sido rebelde en la infancia. Sin embargo, fue un buen estudiante, llegando a rozar lo que podría ser el clásico “empollón” de toda la vida.

De madre tradicional y católica practicante, y padre ateo, no me queda claro, en materia de fe, por dónde ha salido Alberto , alguien que siente un profundo respeto y cariño por sus padres, y quien asegura que le encanta trabajar con su hermana Laura Caballero.

Como muchos saben, iba para tenista. “Tenía muy mala leche y pasaba muy mal lo de viajar”, profundiza. Empezó estudiando Empresariales, tras pasar por la “crisis del tenis”. Confiesa, durante la cena, que no tenía suficiente pasión para este deporte, y, entre bromas, asegura que le gustaban más las motos y las chicas. Hay algo que me dice que habría sido un buen tenista, pero el futuro que le esperaba era hacer reír a España entera durante más de 15 años marcando todo una generación (puede que más de una).

La mente inquieta de Alberto llena de curiosidad no le ayudó a soportar durante mucho tiempo más aquella carrera, y terminó dejándola. Tirando de mi hemeroteca privada, su padre le recordó que “escribía bien”, cuando Alberto le confesó estar perdido. Entonces, comenzó en el Instituto de Realización y Producción Audiovisual, y, años después, continuó estudiando en la Escuela de las Letras para escribir literatura.

Entremedias, aunque ligado hoy a Mediaset, TVE fue la casa que vivió su nacimiento profesional. No sólo porque empezara en la cadena como becario, sino también porque sus primeros éxitos, cultivando el género de humor conocido como sketch, fue con ‘Feliz Nochevieja, cariño’ en 1998. Lo que Alberto no sabía, en aquellos felices 90, era el enorme éxito que le depararía el siguiente siglo. 

Lo que se avecina en la física y metafísica de un ser creativo
Como un filósofo en continuo aprendizaje, Alberto no desperdicia ni un sólo segundo para analizar la realidad que le rodea. Cualquier lugar, cualquier persona o situación puede ser una fuente de inspiración para su mente inquieta.

—¿Qué ha cambiado en estos 3 años desde nuestra primera conversación periodística?
He incorporado en mi vida el concepto de la muerte. Vas cumpliendo años… no es algo que me aterre en absoluto; de hecho, me gusta cumplir años. Pero tienes más cerca tu prejubilación.

—Queda por ver quién va a financiar tu jubilación…
(Alberto ríe). No cuento con el dinero del Estado. De hecho, mi consejo es que nadie cuente con ello. Recomiendo que se trabaje como un ‘cabrón’ y se ahorre lo que se pueda.

—¿Cuál es tu estado vital en estos momentos de tu existencia?
Nunca me siento en paz. Si estuviera en paz entraría en una nirvana aburridísima. Estoy curioso. De hecho, el secreto de mantenerse joven es la curiosidad. La curiosidad mantiene a la gente más viva. Aunque el ser humano es un saco de contradicciones.

—¿Qué entiendes por la vida?
Estructuralmente la vida es una tragedia. Algo que acaba con la muerte es una tragedia. Suponiendo que la vida te va bien, en el mejor de los casos, vas a ir viendo cómo fallecen tus seres queridos. Y tú vas observando cómo envejeces paulatinamente: te conviertes en la versión más fea de ti mismo.

—¿Qué me dices de la felicidad, término tan de moda?
Conseguir ser feliz es un logro acojonante. El cerebro es una conquista social. Es la pelea de uno mismo con el entorno. En verdad el cerebro está programado para la supervivencia, y no la búsqueda de la felicidad. De hecho, si estás tranquilo tu cerebro va a empezar a buscar complicaciones.

—Entonces, hoy por hoy, ¿qué entiendes por la `felicidad´?
La felicidad no es un estado. Son ‘flashes’ que confundimos con la euforia. De hecho, hicieron un estudio, y dedujeron que  las personas en Occidente cuando más  “felices” son es durante el sexo y con los amigos.

—¿El “amor”, entrecomillado…?
Antes, el matrimonio no tenía nada que ver con el amor, hasta el nacimiento de la novela romántica. El problema de la sociedad es que ahora la mujer tiene que ser mujer y hombre a la vez. Por mucha revolución feminista que haya, la mujer sigue llevando tacones. Por lo que no ha renunciado a las cosas femeninas pero se ha sumado las masculinas. Hoy día la mujer tiene que ser ‘la madre del año’, ‘la ejecutiva del año’, ‘el pibón del siglo’...

—¿Qué buscamos, entonces?
Todos queremos lo mismo: querer y ser queridos. La educación que nos dan es torpe. No hay gestión emocional. De hecho, no tengo hijos por respeto a mis padres: lo han hecho tan bien que será difícil igualarlo. Para ser padres hay que estar preparado emocionalmente y tener tiempo. Es muy difícil encontrar gente en el exterior sin traumas. Guillermo del Toro en una ocasión escribió aquello de que si creáramos una generación entera que creciera sin traumas acabaríamos con los problemas.

—La serie es un fiel reflejo de la sociedad y de nuestros traumas…
Los niños de ‘Los Cuquis’ (de Maite y Amador), por ejemplo, se sentían marginados por no tener padres divorciados al principio de la serie. Como civilización estamos agotados: Occidente tiene que reinventarse. Y lo que te salva de la vida es el humor.

(Carmen no duda en asegurar que es una visión algo pesimista de la vida).

Para nada. Soy un optimista patológico. De hecho siempre pienso que lo normal es que las cosas salgan bien. Y el humor es un mecanismo de supervivencia.

—¿Qué es el humor?
Es algo etéreo, específico, raro, que nunca vas a dominar del todo.
Sin embargo, tú y tu equipo (entre los que no puedo no mencionar a Laura Caballero y el guionista Daniel Deorador) habéis conseguido “gobernar” las tendencias sociales del humor. Y no hay más que ver los datos, copando audiencias en las que superáis el 27 % de share…

LQSA (y previamente ANHQV) es una parodia de la realidad en tono de deformación.

Y es que Aquí No Hay Quien Viva fue una serie que se estrenó en 2003.  En ANHQV  contaba con el “don de la inconsciencia”. Tras 91 capítulos de una serie que se emitía los domingos en Antena 3 repartidos en 5 temporadas, un final confuso con la cadena no permitió que se emitieran los 39 capítulos restantes. De hecho, esta fue la serie más vista de la década de 2000, llegando a alcanzar en algunas ocasiones un 40% de audiencia. Entonces fue cuando Mediaset les propuso una oferta, cuyo propósito era mantener una serie que siguiera con la idea de una comunidad de vecinos. Y es que Alberto, al principio, creía que La Que Se Avecina no iba a funcionar en Telecinco, ya que encontraba muy complicado conservar a los mismos actores pero en roles diferentes. Hablamos de una serie, que a día de hoy sigue viva, que predijo la burbuja inmobiliaria,  el 15M y el nacimiento de Podemos a través de casi una metáfora materializada en la ‘Revolución Centollo’ de Antonio Recio.

Como el protagonista de la novela Niebla de Unamuno, Alberto desvela que la magia del proceso creativo está en el fenómeno de aquellos personajes que se rebelan contra el guionista.

Ahora, los Caballero están trabajando en la primera temporada de una nueva serie, también de humor. Hace tres años le pregunté si pensaban en el final, a lo que Alberto no dudó en asegurar  que “no tiene miedo de que LQSA acabe, ya que, cuando te liberas del miedo eres más valiente”.

Alberto transmite templanza, aunque afirma que “la seguridad no existe”: “la estabilidad emocional es ficticia. Te pueden pasar tantas cosas que la aspiración a la seguridad es tan irreal como la felicidad continua”.   Ω