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Por Carlos H. Vázquez.
El boxeo, ese deporte que no interesa a los tibios hasta que lo pueden encajar en su relato. Pero ellos no ven más allá de dos tipos «dándose mamporros»; prohibirían el noble arte con tal de llevar siempre la razón, enfermos de ideología.
Pero hete aquí que el noble arte no entiende de ideologías (afortunadamente), sólo de triunfos y derrotas, venga de donde venga el púgil. Así sucedió con Paulino Uzcudun, que hizo fortuna en Estados Unidos sin ser un campeón del mundo y luego encontró el rechazo en España por pertenecer al bando nacional. En los años veinte y parte de los treinta, el boxeador de Régil se había enfrentado a Primo Carnera, Max Schmeling, Jack Dempsey o Joe Louis, quien acabó con su reino de los pesados el 13 de diciembre de 1935 en el Madison Square Garden de Nueva York.
Con todo y con eso, el llamado “Toro vasco” escribió con letras de oro sus gestas americanas en las páginas de la historia del boxeo español sin haber sido –se recuerda– campeón del mundo, cosa que sí fue Baltasar Belenguer Hervás “Sangchili” el 1 de junio de 1935 ante Panamá Al Brown en la Plaza de Toros de Valencia.
No son pocos los “peleadores” españoles que alcanzaron el cielo de los vencedores sin serlo. Ahí está Alfredo Evangelista, que le aguantó quince asaltos a Muhammad Ali el 16 de mayo de 1977. El hecho de no caer ante el “Loco de Louisville” fue un triunfo moral. O Poli Díaz en los inicios de la década de los noventa, luchando por el entorchado mundial de los pesos ligeros contra Pernell Whitaker el 27 de julio de 1991. Aunque Poli se autoproclamaba “el cuñado de Dios”, no pudo traerse a España el cinturón de campeón. No obstante, y al margen de su vida extradeportiva, el “Potro de Vallecas” fue de los boxeadores más mediáticos por estos lares, si no el que más, a pesar de la “censura” de El País y de Radio Televisión Española, que retiraron su apoyo a este deporte por “violento” (sic). Poli Díaz sorteó esta oscura etapa gracias a las cadenas privadas, pero le precedieron otros nombres que no gozaron de tanta fama por este hecho. Aquí podría hablarse del leonés Roberto Castañón o de José Luis “Dum Dum” Pacheco, pandillero en su juventud y orgullosos legionario de honor después que lució bigote y chapiri en el ring.
En la línea de los boxeadores más laureados (por su fama y repercusión social) están aquellos hombres que protagonizaron la edad de oro de esta “ciencia”. A saber: José Manuel Ibar “Urtain”, José Legrá, Pedro Carrasco, Miguel Velázquez... De Urtain se han escrito libros y obras de teatro; su vida da para película. Que se lo digan a José María García, que publicó el volumen Comedia Urtain (Publicaciones Controladas, 1972) para desmontar el mito alrededor del vasco, acusado de ceder ante los “tongos” que le preparaba su clan. Finalmente, el llamado “Tigre de Cestona” acabaría suicidándose el 21 de julio de 1992.
García, en la actualidad, se ocupa de ayudar a Pepe Legrá con la residencia, como hace Manel Berdonce, ex boxeador y seleccionador nacional que hoy imparte clases en su gimnasio a las nuevas generaciones que sí ve la luz en el boxeo, una disciplina puesta en duda por los adalides de la moral.
En A un gancho de la gloria (Efe Eme, 2024), libro firmado por quien escribe estas líneas y prologado por Jaime Ugarte, se recogen dieciséis historias de los boxeadores anteriormente mencionados, desde Paulino Uzcudun hasta Kiko Martínez; del blanco y negro al color y, de ahí, a la gloria más absoluta. La eternidad. Ω
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