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RILKE, MERIMEÉ, COCTEAU, LORCA Y ORSON WELLES AL PAREDÓN antitaurino
Por Germán Pose - El gobierno de Pedro Sánchez ha decidido dejar al mundo de los toros fuera de las ayudas económicas para los jóvenes, debido el impacto del Covid -el llamado bono cultural-, con lo que ha provocado el rechazo total del sector taurino y de muchos personajes del mundo de la cultura. Todos ellos asisten atónitos ante el obsceno desprecio de nuestros gobernantes a la Fiesta de los Toros. Una decisión que conlleva aires de prevaricación, teniendo en cuenta que los Toros están declarados Bien de Interés Cultural y Patrimonio Cultural de España. Por no hablar de las diferentes sensaciones que el planeta de los toros provocó en un buen puñado de artistas universales.
En el relato del asombro, emoción, drama y misterio que encierra la fiesta de los toros no cabe más ideología que la que sacude la piel del testigo de esa ceremonia sagrada. No hay izquierdas ni derechas, no hay ideología ante el asombro absoluto. Toros y vida, no existe mayor tragedia y drama que el viaje de la propia existencia, con sus esporádicas estaciones luminosas, a sabiendas de que al final nos espera un hoyo o una hoguera. Los toros se quedan en relato naif al lado del viaje de la vida. Pero el mojigato esconde la cara ante la cruda evidencia.
Y la cultura, ay, la cultura y ese enconado empeño de la izquierda política de nuestros días en demonizar el juego dramático y festivo de los toros como si todo hubiera empezado hoy. La cultura, de la mano del conocimiento y la sabiduría, marca el carácter de los pueblos. Esta nueva izquierda insípida y tan poco iluminada que nos toca soportar dispara tan a ciegas que acaba rebotándole su propia balacera. Entre otras estupideces, de un tiempo a esta parte les ha dado por los toros, cuestión reaccionaria y denigrante, según sostienen.
¡Con lo que hemos sido!
Hay que ver, ¡con lo que hemos sido! Toda la vida en los altos del 7 de Las Ventas, con la cuadrilla de amigos, casi todos “rojeras”, ¡de la LCR y demás!, menos yo, que era anarquista, cosas que pasan. Y hacíamos gira de provincias siguiendo a nuestros toreros favoritos. Habría que vernos a todos derramados de emoción ante una magistral tanda de naturales de Antoñete, Romero o Paula mientras la banda del coso atacaba con brío “España Cañí”. ¡Eso era una comunión en toda regla! Ahí no había ideologías ni otras bobadas, compartíamos la descarga emocional de un suceso extraordinario.
En su afrenta antitaurina, y por supuesto iletrada, esta actual izquierda española ni siquiera toma conciencia de que, en su torpe refriega, se alía con las añagazas de los antiguos borbones que se empeñaron en prohibir los toros. Los Austrias, más refinados, lo tenían claro y bendijeron la Fiesta, pero la irrupción del poder borbónico ensució el camino una vez más. Carlos III y el mentecato de su hijo, Carlos IV, fueron los más airados detractores de los toros por su perversa sumisión a no se sabe qué moralina vaticana. Y ahí está, ahora, esta nueva izquierda, cómplice del ideario de los borbones más cobardes y estúpidos meapilas.
La fiesta más culta
“Creo que los toros es la fiesta más culta», dejó escrito Federico García Lorca, quien se rompió la camisa en la mítica elegía a su amigo Ignacio Sánchez Mejías, a quien “Granadino” le arrebató la vida de un cornadón en la plaza de Manzanares: “Eran las cinco de la tarde, las cinco en punto de la tarde. Un niño trajo la sábana blanca a las cinco de la tarde”. Poetas de aquella generación gloriosa del 27, como Gerardo Diego, también dejaron numerosas muestras de su afición, y José Bergamín, con La música callada del toreo o “El arte de birlibirloque”. También Vicente Aleixandre, tan hermético: “ Oh tú, toro hermosísimo, piel sorprendida, ciega suavidad como un mar hacia adentro, quietud, caricia, toro de cien poderes, frente a un bosque parado de espanto al borde”, o el hierático Dámaso Alonso, tan cándida figura.
Y con similar entusiasmo escribieron de toros José María Pemán, Jorge Luis Borges, Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda: “se convirtió la rosa en toro urgente: la sangre se hizo vino navegante y el vino se hizo sangre diferente: bebamos esta rosa, caminante”.
Y Jorge Guillén, Jean Cocteau -aquel 1 de mayo en La Maestranza- o Blasco Ibáñez –“Sangre y arena”-. Por no hablar del comunista Rafael Alberti: “de la muerte, girando, y los toreros, bajo una alegoría voladora de palmas, abanicos y sombreros”, cuya fascinación por la Fiesta la dejó bien plasmada en un buen puñado de textos y poemas para sonrojo de sus camaradas de ahora.
Hemingway, Welles, Ordóñez y Rilke
Algún tiempo antes, Moratín ya se estiró con su “Oda a Pedro Romero” y Merimeé compuso “El toreador”. Valle Inclán intimó, a su manera, con Juan Belmonte y deslizó, entre otras, estas palabras: “Es pequeño, feo y desgarbado, y si me apuran mucho, ridículo. Pues bien, coloquemos a Juan ante el toro, ante la muerte, y Juan se convierte en la misma estatua de Apolo”.
Apasionado aficionado a los toros también fue el premio Nobel Ernest Hemingway, fascinado por Antonio Ordóñez y autor de esa trepidante crónica-road movie literaria : “El verano peligroso”, un viaje en primera línea en aquél duelo histórico entre Ordóñez y su cuñado Luis Miguel Dominguín a finales de la década de los 50. Y otro fiel a Ordóñez, el cineasta Orson Welles, casi nadie al aparato, quien dejó instrucciones para ser enterrado en Ronda, la cuna de su amigo y compadre y cuyos aires taurinos también inspiraron lo suyo a Reiner María Rilke durante su estancia en ese pintoresco rincón malagueño.
Que se lo digan a Goya, a Zuloaga o a Picasso, que los toros no son cultura; y que se lo cuenten al oído a Ceesepe, Calderón Jacome o a Miquel Barceló. Y en cuanto al cine, hasta un húngaro, Ladislao Wajda –“Tarde de toros”-, quedó rendido ante el fulgor de la Fiesta, sacudida que también estremeció al director italiano Francesco Rossi –“El momento de la verdad”-y a un buen ramillete de glorias patrias del celuloide.
Y echando la vista atrás en la noche de los tiempos, la hazaña de Teseo, el fundador de Atenas, quizá el primer torero perdido en las tinieblas de la historia. Él solo se adentró en la cueva maldita y acabó de un espadazo con el fiero Minotauro, quien sabe si después de una magnífica faena: “¿Lo creerás, Ariadna?, dijo Teseo, el Minotauro apenas se defendió”, dejó escrito Jorge Luis Borges -La casa de Asterión-. Que el porteño estaba ciego, pero veía lo que nadie.
No, para este gobierno los toros no son cultura, ¡que se mueran los toros! En esta siniestra época de moralina tan vacía tenemos que recurrir al impulso poético de aquellos artistas monumentales que se vieron atrapados por el misterio que encierra esa extraordinaria ceremonia en la que se conjugan la gloria y el fracaso, la vida y la muerte, la sangre y la arena junto al ánimo excitado de los aficionados que abarrotan, ensimismados, los tendidos de una plaza. El mayor espectáculo dramático y romántico que se puede presenciar en vivo. Poesía bendita, maldita y pura contra la estupidez. Y tan plena del misterio que los más lerdos escupen. Ω
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