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Por Jesús Castells / Imagen: Marta Aparicio
Prohibir está en boga. Se ha instaurado entre nosotros el fatídico arte de prohibir. Parece ser que la mejor forma de controlar algo es prohibir todo lo contrario. Cabe preguntarse qué no está prohibido y acabamos antes. Sin haber tenido que ir a la cárcel, ya nos podemos hacer una idea de lo que es estar privado de libertad. El grado máximo de la prohibición. Es el peor castigo. Y tengo esa sensación, últimamente me parece que todo se arregla prohibiendo. ¿Acabaremos repitiendo el eslogan de mayo del 68 en Francia, “prohibido prohibir”, que legitimó la idea de que toda autoridad es sospechosa?
Me centro en los jóvenes, que al igual que todos los demás, están viviendo con absoluto desconcierto esta delirante situación. El efecto contrario y contraproducente que tienen las prohibiciones en la adolescencia es un hecho palpable. Los marinos dirían que es lo mismo que escupir contra el viento. Flaco favor les hacemos a nuestros hijos si en vez de intentar entenderles y ayudarles en esta etapa, pues os recuerdo que son más vulnerables que nosotros, nos sumamos vehementemente a este conjunto de restricciones continuas y sinsentido. En toda negociación hay que buscar primero los puntos a favor de las partes para encontrar posteriormente acuerdos en aquellas aspectos en los que se disiente. Y es obvio que para llegar a un punto de acuerdo habrá que hacer cesiones por ambas partes.
Vamos por partes, pues. Intentemos ver el lado positivo de ver Tik Tok, de jugar a la Play, de salir, de beber o de fumar un porro… aunque no lo creamos todo en esta vida tiene una parte positiva y otra negativa. Sólo hay que buscarlas. Lo que sí varía es el porcentaje de beneficio que tiene cada cosa, pero todo, por pequeño que se sea, tiene una parte positiva. El lado positivo de las drogas es que sirven para anestesiarnos evitando el dolor de una operación. Y para buscar este aspecto positivo hay que querer entender que existe. Negar la mayor no ayuda a encontrar nada. Es más, prohibir fumar a un adolescente y a su hormona, es invitarle a fumar. Porque a esa edad o para los eternos rebeldes, cualquier prohibición de libertad es una invitación abierta a hacer lo contrario. Esto les genera admiración entre los demás y les hacen sentir bien por el hecho de infringir la norma o contrariar a la autoridad competente.
A veces es mejor permitir algo que para nosotros no es bueno con la clara intención de no fomentar su uso por el hecho de estar prohibido. Mi abuelo pilló a mi padre fumando. Y en vez de regañarle y prohibírselo, le enseño a fumar, porque le vio torpe, no tragaba bien el humo. Al igual que hoy en día, si fumabas eras más “guay” (ahora “cool”) y más todavía si lo hacías a escondidas de tus padres. Mi abuelo, médico militar, no sólo le enseñó a fumar con estilo y chulería, sino que le proveía de cigarrillos de los buenos, de los de importación. Es más, le incitaba a fumar cada vez más hasta que en una sola tarde le hizo fumar tres cajetillas de tabaco seguidas, encendiendo un pitillo con la “pava” del anterior. Básicamente le intoxicó. Mi padre le cogió tal asco al tabaco que ese día dejó de fumar.
No comparto estos métodos, ni fomentaría inducir a mi hijo a un coma etílico para dejar de beber, pero me quedo con la lección velada. En vez de escupir prohibiciones contra el viento, lo que tenemos que enseñar a nuestros hijos es a tener criterio. A tener su propio criterio. Y por supuesto a respetarlo.
Jugar a videojuegos tiene una componente positiva, buena para el cerebro. Mejora la atención, la memoria y la coordinación visual y manual, así como previene del envejecimiento cerebral y evita el Alzheimer. Los jugadores son personas con mayor rapidez en la toma de decisiones. Lo que hay que trabajar con tu hijo no es a prohibirle jugar sino negociar y limitar el tiempo de juego. Es más, para conocer los beneficios del juego es bueno que nosotros los padres juguemos con ellos. Nada une más que compartir experiencias con tus hijos: uno, para saber de lo que hablas y dos, para entender las virtudes y defectos de sus descubrimientos. Las redes sociales y el teléfono hacen que mejoren nuestras relaciones con los demás si son auténticas y complementarias a la amistad o al amor de la vida real. Gestionar nuestras frustraciones, nuestro estrés o el aburrimiento con el consumo incontrolado de cualquier sustancia es un grave error y nadie está exento de engancharse a algo para huir de algo, en cualquier formato: un móvil, Instagram, una tablet, una serie de televisión, el tabaco, las compras, el alcohol, el sexo, la pornografía o las drogas.
En el fondo cualquier adicción es una vía de escape, igual que el mecanismo de la olla a presión, que necesita de una válvula de escape para que no explote. Mi querida amiga Blanca de vez en cuando dice, hay que quedar “a descomprimir”, para liberar la presión a la que está sometida profesional y personalmente. Necesita de sus amigos para quitarle hierro a la vida. Lo hace de una forma sana; una buena comida, un buen vino y risas, muchas risas. Y para llegar hasta aquí tuvo que descubrir cuál era su propio criterio, forjado a fuego lento, con constancia, con esfuerzo, utilizando el argot marinero, a boga lenta, remando despacio.
Siempre acabo en el mismo punto, la educación os hará libres. Ω
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