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Por Tony Capote
Hay veces en que decir NO te mata y aniquila a quién se lo dices, pero hay ocasiones en que ese NO te libera, purifica y te aleja de ese SÍ dicho por un vano compromiso que acaba marcando toda una vida. Y luego está el tono, ese tono que es la parte más difícil de decir que no, como sostenía el dramático inglés Jonathan Price. No, no, ya, para, te digo que no y el otro, o la otra, baja la cabeza y prosigue su viaje de mierda y perdición.
La negación acarrea resignación y, también, coraje. Porque no es fácil decir NO por un arrebato diabólico o divino a nadie, menos, a la persona amada. Pero el decir SÍ, como el que no quiere la cosa, también lastra consecuencias graves, que luego se pagan, como siempre paga el crimen, como diría Chester Himes.
En el SÍ y en el NO van cosidas al aliento ardiente del que dispara la verdad y la mentira. Y la condena es similar cuando uno dice NO, o exclama lo contrario. De la misma manera se sufre porque ahí, en esa fatal decisión, uno se juega la existencia sin ser consciente. Dice uno SÍ o dice NO y ahí está el misterio perverso de la vida y de la muerte. Como en las Plegarias atendidas de Santa Teresa. Mujer misteriosa y mística quien, con sus llagas abiertas de sangre divina y encarnada sentía, en su iluminada lucidez de Santa, que si se cumplían sus súplicas regaría su pecho encendido con lagrimas ardientes que no iban a abrasar nada.
El NO y el SÍ van juntos de la mano, lo mismo que dos amantes bajo la sombra alargada de un ciprés. Luego, ocurre que a una bella mujer, igual que a un trago largo escocés, cuesta decirle que No, pero más tarde todo eso pasa factura. Sé que me ocurrirá cualquier día de estos, me calaré como es debido el sombrero y con la garganta hecha un nudo marinero es posible que le diga NO, como un chulo de verbena, a esa hermosa mujer que me abaniquea con sus pestañas largas y negras desde lejos, aunque inmediatamente después seguro que me tiraré al río sin quitarme los botines para que los peces no me mordisqueen los pies por haberme comportado como un gil. Ω
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