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Por Tony Capote.
El spleen, término griego, como tantos -splen-, fue adoptado por la cultura francesa y Baudelaire lo convirtió en arte y belleza negra en su “Spleen de París”. Ese spleen francés se relacionaba con el bazo, órgano vital, que era el que segregaba la bilis, y por tanto, la sensación de melancolía. Ahora llega la navidad, una vez más, como las hojas que caen muertas de los olmos y alfombran crujientes las calles y las aceras. La Navidad tiene su aire de spleen y melancolía, a pesar del alborozo forzado, entusiasmo y demencia mercantil que genera.
La Navidad, cuya tradición procede de un humilde pesebre en Belén donde se supone que nació el Niño Jesús entre bueyes, vacas, ovejas y pastores se ha convertido -degenerando, como decía Belmonte- en un espectáculo invencible donde reina el exceso y la estridencia. El Corte Inglés le debe mucho a aquellos Reyes Magos de Oriente que se acercaron al pesebre divino con sus ofrendas de oro, incienso y mirra. ¿Alguien sabe que es la mirra? Pues eso, una sustancia resinosa aromática con propiedades medicinales, ya ves. El oro y el incienso son más de dominio público.
Así que llega la Navidad, con su vértigo de tiempo a la vuelta de la esquina de la mayor ola de calor que hemos sufrido en nuestras carnes el último verano donde nadie sabe lo que hizo nadie. Y entonces toca empaparse del rito, porque lo que no es tradición es plagio, como apuntó Eugenio Dor's a su manera. Llega el empacho de dulces, turrones, mazapanes y polvorones intragables, y los ánimos se revuelven con la algarabía desatada y desenfrenada y los deseos comunes para un año nuevo que ya nació viejo. Ay, pero también le sacude a uno ese spleen francés, esa melancolía que se agarra a la sangre como una alimañana insaciable. Tantas ausencias, tantos olvidos, tantos fantasmas sobre el cordero lechal que humea en la mesa y que quita el pecado del mundo. Pero conviene disimular en ocasiones, inventarnos otra vida dentro de la que uno vive, compartir el exceso, si es propicio, compartir una sonrisa y sobre todo, una ilusión, esa ilusión que siempre se pierde en el aire, soplando en el viento. Apagar las velas de una tarta, dar un beso a tu amada y brindar con sidra o champán esa Nochebuena en la que se cruzan tantas sonrisas y lágrimas.
Porque esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad, saca la bota, María, que me voy a emborrachar. Y por unas horas, o unos días, a la melancolía la guardamos en un cajón con llave para que no se escape a destiempo. Que no tardará en escaparse y regresar. Pues eso, feliz Navidad. Ω
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