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Por Alberto Gómez Font
Todo comenzó en el bar del Hotel Ritz, donde Pedro Chicote entró como ayudante de barman a la edad de 17 años. Allí, en una fiesta, el embajador del Brasil obsequió con una botella de aguardiente de caña a cada uno de los bármanes y camareros. Pedro la guardó y fue la primera de una colección que llegaría a superar las veinte mil botellas.
Cuando le tocó cumplir con sus deberes para con la patria tuvo que ir a la Guerra de África, contra los rifeños acaudillados por Abdelkrim. Llegó como soldado raso y volvió a España de sargento, gracias a los cócteles servidos a los oficiales, pues estando allí, poco después del desastre de Annual, lo reconoció el corresponsal de guerra del diario ABC Gregorio Corrochano, que había sido cliente suyo en el bar del Ritz, y de inmediato se lo dijo a los jefes de su batallón. Así Pedro pasó de cavar trincheras bajo el fuego enemigo a servir dry martinis bajo las balas de los fusiles moros.
De nuevo en Madrid, en 1923, se hizo cargo de la barra del recién inaugurado Hotel Savoy, de allí al Gran Kursaal de San Sebastián y de vuelta a Madrid, al Cock Bar de la calle de la Reina. En 1925 Pedro Chicote adquirió un bar en San Sebastián, donde pasaba los veranos; los inviernos trabajaba en el Bar Pidoux de Madrid. También tuvo un bar en el Teatro Alcázar y otro en La Gran Peña y, apenas seis años más tarde, en 1931, abrió el Bar Chicote en la Gran Vía de Madrid, con diseño del arquitecto Luis Gutiérrez Soto.
El primer cóctel que creó lleva su apellido, el chicote, y es una mezcla de vermú, ginebra y Grand Marnier. Como todos los grandes bármanes Chicote creó muchos cócteles, pero nunca se tomó ninguno, ni de los que él inventaba ni de los que ya estaban inventados; sólo tomaba vino tinto con sifón.
El Chicote Cocktail Bar, fue una extraña mezcla, un cóctel en el que se mezclaban el comercio ilegal de productos que escaseaban en la posguerra, un impresionante museo de bebidas y un bar de alterne, sí, un sitio donde los hombres podían conseguir fácilmente compañía femenina entre el grupo de señoritas que estaban sentadas en los taburetes de la barra. Y allí, en ese mismo ambiente, podía uno encontrarse con Ava Gardner, Ernest Hemingway, Luis Miguel Dominguín, Luis Buñuel o los altos cargos de los gobiernos franquistas. Un extraño y complicado cóctel que quizás fue lo que hizo de aquel bar un mito.
Festejamos ahora el 90 aniversario de ese bar, de ese templo de la coctelería que es como un Ave Fénix que a veces muere y en ocasiones renace de sus cenizas. Tuvo épocas tristes en las que perdió su museo y se vio convertido en cafetería y restaurante de menús baratos, y tuvo también dos nuevas vidas que lo hicieron volver a ser lo que fue; una a finales de los años 80 del siglo pasado y otra, efímera, en los primeros años de la segunda década del siglo XXI. En palabras del exbarman Juan Luis Recio, hoy en Chicote «[...] lo mejor es olvidar el presente y saborear el pasado, imaginando un mejor futuro. Chicote ya no es lo que era, pero atesora entre sus paredes una parte fundamental de la historia de la coctelería española».
Bridemos, pues, por este 90 cumpleaños y soñemos con un centenario como el que se merece, y hagámoslo con un sencillo trago que vi servir allí en tiempos mejores: una ginebra preparada.
Ginebra preparada: en un vaso mediano se ponen dos o tres cubitos de hielo, una cucharadita de azúcar, una copa de ginebra, una rodaja de limón amarillo y un chorrito de sifón o soda. Se remueve con una cucharilla. Ω
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