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Por Guillermo Montesinos
Todo arranca en Castellón de la Plana, mi noble cuna, quizá a mediados de la década de los 50, tiempos remotos de mi brava infancia. Yo era un crío y mi padre, dueño del glorioso Bazar Montesinos, me llevaba a menudo a los toros, ¡a contrabarrera! Una de esas tardes de festejo de altura mi padre sacó de la tienda una muñeca, que era más grande que yo, y se la llevó a los toros, conmigo de la mano, a esa contrabarrera. Se lució el matador y la afición le premió con vuelta al ruedo. Entonces, mi padre me puso la muñeca en las manos y me dijo muy serio que bajara a la arena y se la entregara al torero como premio a su notable faena. Y eso hice, sin rechistar.
Mi madre se agarró un berrinche de campeonato por el numerito provocado por mi padre. El niño, acarreando la muñeca a duras penas, entre el gentío alborotado, y saltando al ardiente ruedo para entregársela al torero, que no entendía nada. ¿Y esto qué es?, decía el coleta. Y los paisanos, desde los tendidos, a viva voz: “¡Eh, mirad el xiquet menut dels Montesinos en el ruedo de la plaza de los bous!”. Mi padre disfrutaba de la escena mientras mi madre se desesperaba cubriendo su rostro con las manos.
A mí me gustaba mucho ir con mi padre a los toros y me fijaba en todo; se me iban grabando las cosas que veía, las buenas y las otras. Los lances de capa, el cite en corto al toro remolón, la impotencia del torero en una tarde nefasta, los detalles variados, siempre entre el desastre y la gloria. Todo ese aire me fue marcando. Cuando iba solo por la calle ensayaba pases a las moscas con la palma de mi mano por muleta. Tiene lo suyo torear a una mosca. Me iba envenenando, en fin, y me veía “en torero” hasta durmiendo la siesta. Pero sin llamar la atención, templado en mi conducta; ante todo, discreción, aunque los paisanos algo debieron notar y empezó a latir cierto rún-rún en el pueblo. Me verían maneras, a lo tonto.
NATURALES EN LA BARRA
El caso es que una tarde soleada de primavera, en el bar “Puskas”, cercano a mi casa y a la iglesia de San Miguel, varios parroquianos animados en su comunión de cerveza y vermú, se aliaron para alzar mi cuerpo menudo hasta la barra del local. Una vez ahí, me endilgaron el delantal de la dueña del bar y me reclamaron unos lances de toreo de salón, o de barra, en este caso. Y yo, de pié sobre la barra con el delantal, solo ante el peligro, lejos de venirme abajo iluminé el paisaje con una clase magistral del uso del capote y la muleta, y hasta le clavé el cuchillo en todo lo alto al jamón que colgaba por ahí para rematar mi lección con la buena ley de la suerte suprema.
Para qué seguir, cada verónica que dibujaba al aire sobre esa barra cromada era coreada por los parroquianos con olés sentidos, que restallaban etílicos en las paredes encaladas del local. Ovaciones, vítores, palmas de tango. Fue un triunfo apoteósico en el bar de mi barrio. Estaban pasando cosas que iban a marcar mi vida.
¡DEJADME SOLO!
Por aquella época, en unas fiestas de la Juventud se celebró una capea con vaquillas en la Plaza de toros “La Viña”, de Benicasim. Así que agarré un capote y me crucé en la arena con una becerra, cara a cara, y engarcé unas verónicas muy floridas y limpias. Con la muleta ligué cuatro naturales exquisitos rematados con un pase de pecho sensacional que levantó al público de sus asientos. Algunos paisanos entusiastas saltaron a la arena y se empeñaron en darme una vuelta al ruedo subido en hombros. Causé gran alboroto y el director de la Escuela Taurina, que tenía su sede en esa plaza, me propuso entrar en ella como alumno. Y no me pude negar.
Allí estaba yo, junto a maletillas procedentes de media España, Andalucía, La Mancha o Extremadura. Me integré con todos ellos, ensayando lances taurinos en el ruedo y también haciendo labores de limpieza de la plaza y los corrales. Hasta que llegó el gran día de mi debut. Era un domingo de cielo despejado y por las calles del pueblo se anunciaba el festejo por el megáfono de un coche. Y me anunciaban a mí: ¡Hoy torea la gran sensación del momento, Guillermo Montesinos, “Serranito”! -mi segundo apellido era Serrano-. La plaza estaba hasta arriba y el paseíllo fue triunfal y emocionante.
Y salió el eral, ¡dejadme solo!, hay que ver, ¡el bicho era más alto que yo! Lo cité con el capote y pasó a mi lado como un Talgo y empezaron los temblores. A cada sofocado pase que intentaba me sentía morir, el animal me iba comiendo el terreno peligrosamente, ¡mátame!, ¡mátame! Me sentía un guiñapo incapaz de nada y el director de la Escuela, al que le sacudió el pánico de mi rostro y se temía lo peor, me dijo a gritos que me tapase y me refugiara en el callejón. Muerto de miedo tomé a tiempo el “olivo” y me salvé de un serio revolcón. En ese momento, algo cabizbajo y hablando para mí, tomé la decisión: no valía para ser torero, lo dejaba. Era demasiado. Fui torero por un día, ese día, y ahí acabó todo.
CON SHARON STONE BAJO LAS ESTRELLAS
Y entonces me dediqué en serio a mi carrera de actor, sin merma de mi afición a los toros. Poco tiempo después, durante el rodaje de “La vaquilla”, de Luis G. Berlanga, tuve la ocasión de volver a vestirme de luces, pero a última hora Berlanga decidió que el torero fuera otro actor. También participé en el reparto de otra película con trama taurina: “Sangre y arena”, la novela de Blasco Ibáñez que llevó al cine Javier Elorrieta. Interpretaba a un peón de confianza junto a Antonio Flores y una jovencísima Sharon Stone, con la que compartí muchos momentos dulces e inolvidables en aquellas noches estrelladas de Jerez.
Mis pasajes taurinos se van cruzando a galope por mi agrietada memoria . La peña taurina que fundé con mi primo Vicente García Quijada y con Miguel Perelló siguiendo a Curro Romero y a Vicente Barrera…..las charlas noctívagas con el ilustre Pedro Beltrán, el más ingenioso gruñón, un genio y el último bohemio…… las tardes de toros en Las Ventas junto a Jorge Berlanga, Germán Pose, Javier de Juan o Jaime Urrutia. Nuestros encuentros tras el festejo en el “Braulio”, bar fetén junto a Las Ventas en el que alternábamos con Ricardo Franco, Javier Grandes o Agustín Díaz Yanes, además de un buen ramillete de amigas bellas, listas y muy aficionadas; y todos sacando punta a su manera a los detalles del festejo……La tertulia inflamada no tenía fin y, como la lava de un volcán, se extendía a su compás hasta la madrugada.
Algunas de esas noches recalábamos en El Cock, en la calle de la Reina, y seguíamos, tan encegados, dándole vueltas a ciertos lances discutibles de la corrida de la tarde. Hasta que el más audaz polemista indignado se quitaba la chaqueta y salía a la calle con ella desplegada como un capote a enseñarnos el misterio de la verónica toreando taxis, que ya estaban toreados. En fin, una fantástica catástrofe. Pero grandes tiempos, ya quisieran. Y ahí seguimos, abandonados en el sueño eterno de las glorias que nos quedan. Ω
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-Guillermo Montesinos es un histórico actor español. Ha intervenido en más de 70 películas y en otras tantas obras de teatro y televisión. Entre sus películas más destacadas figuran: “El crimen de Cuenca” (1980), “La vaquilla” (1985), “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (1988), “Amanece, que no es poco” (1989) o “Todos a la cárcel” (1993).
28-08-2023 11 a.m.
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