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Las redes sociales muestran perfiles repletos de fotos y vídeos personales en busca del mayor número de likes y comentarios posibles. Pero, ¿cómo son las bambalinas de Instagram, la red favorita de los Influencers? Tres expertos nos ayudan a descubrirlo
Por Ariana Francés.- No sabemos en qué momento hay un antes y un ahora. Antes era cuando veías a una persona sacarse una foto y poner morritos y te daba la risa floja y el ahora es cuando todas las experiencias concretas que vivimos están diseñadas para ser mostradas.
Vivimos en una sociedad instagrameable. Hoy hay más de 50.000 millones de fotos en esta red social y cuya demografía está clara. El 71% de los usuarios de Instagram tiene menos de 35 años (fuente Statista 2019) aunque el rango de edad más popular es el de los usuarios entre las edades de 25 a 34 años seguido de cerca por los usuarios que acaban de alcanzar la mayoría de edad hasta los 24 años.
El usuario pasa una media de 53 minutos al día en esta red así que es evidente que Instagram ha cambiado el guión de nuestras vidas. Aunque el confinamiento parecía destinado a borrar la magia de una red social que se nutre de viajes, restaurantes y fiestas, aprendimos a bañar de filtros el aburrimiento y la cotidianeidad. No hace falta irse al Caribe para tener muchos “me gusta”, basta con hacer un contenido sensual desde el salón de tu casa para alcanzar la gloria de los “likes”. Lo curioso es que esa carrera por la fama no para nunca. Kim Kardashian querrá seguir siendo la más seguida en el mundo y cualquier usuario de a pie deseará alcanzar la cantidad de followers de su compañero de trabajo.
Durante la pandemia por ejemplo, hacer pan o los entrenamientos en casa, hicieron que el uso de redes sociales aumentara un 72% en el confinamiento, según Global Web Index. A los psicólogos estos datos no les sorprenden dado que llevan tiempo advirtiendo de la necesidad de aprobación que cada vez parece más acuciante.
La felicidad como objeto de deseo
Todos en Instagram son felices. Los expertos en ciberpsicología advierten: cuantos más detalles y experiencias negativas compartimos (sadfishing se llama este comportamiento), menos simpatía despertamos. Las redes castigan a quien no finge la sonrisa. Las personas tendentes al narcicismo que suben todo lo que hacen, leen y beben, pero que no suelen contar sus problemas o sus fallos. Que compartan solo lo positivo nos hace creer que viven una vida que, en realidad, no es tan maravillosa.
¿Compruebas a cuánta gente ha gustado la última fotografía que subiste a tus redes? Cuando la elegiste, ¿lo hiciste porque te gustaba o porque creías que gustaría a los demás? La cultura de masas busca audiencias. Afecta a la plataforma con algoritmos, pero también a los usuarios que piensan en si su contenido va a gustar. Nos sumerge en la subjetividad de hacer cosas para buscar audiencia es decir, hacemos contenido esperando gustar al que lo va a recibir. Crear cosas interesantes para nuestro público es parte imprescindible de la relación que creamos en las redes sociales. También lo hacen los influencers que, aunque fieles a sus valores y a su línea editorial, buscan crear contenidos que agraden a quienes van a consumirlos.
Existe cierta obsesión por destacar pero la realidad es que todos copian a quien ha tenido éxito. Para muestra un botón: la cuenta @insta_repeat recoge cientos de imágenes casi idénticas procedentes de usuarios de todo el mundo.
Compartimos selfies, hacemos stories (sólo este año 500 millones de stories de los cuales un tercio son de empresas), la tarta por supuesto de queso que vamos a comer y todo esto lo hacemos para provocar reacciones y sentirnos más unidos, pero también para degustar el chute de egolatría que se dispara cuando tu contenido tiene éxito.
Las marcas lo saben.
Ellas saben que te gusta Instagram. Más del 75% de las marcas norteamericanas tienen presencia en la famosa red. El 50% de los usuarios sigue a alguna marca sino a muchas y por eso apuestan por los influencers. Los hay de todo tipo aunque predomina la moda y la gastronomía así como los viajes.
En realidad, podríamos definirlo como una gran historia de amor entre nuestro ego e Instagram. Lo ideal sería mostrar nuestra verdadera cara pero nadie en su sano juicio es sí mismo en las primeras citas. Intentamos mostrar una versión idealizada y deseable de nosotros mismos a cambio del primer beso o lo que es lo mismo, del primer like.
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