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Por Marta Moriarty.
Poco se puede esperar de mí, quisiera regirme por las cuatro grandes verdades del budismo, por la filosofía metafísica de Swedenborg o por el transcendentalismo de Ralf Waldo Emerson. Pues no.
La cruda realidad es que gran parte de mi conducta de diario obedece a dos dichos populares que ni siquiera alcanzan la categoría de refranes.
Del primero, “Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”, no voy a hablar ahora porque no viene al caso, paso a centrarme en el segundo: “No está la Macarena para tafetanes”, que lleva rebotando en mi cabeza desde hace días por culpa de Annie Ernaux.
Soy bastante obediente y cuando a alguien le dan el Nobel de literatura, suelo correr a la librería más cercana para comprar alguno de sus libros, últimamente corro más que antes porque como no controlo a muchos de los premiados, la culpabilidad curiosa me precipita a por ellos.
Pues bien, corrí a comprar a Annie Ernaux, de quien no sabía previamente, y volví contenta a casa con tres prometedores títulos : Los armarios vacíos, El Acontecimiento, y El uso de la foto.
Me he zampado los tres y aunque para mis adentros, y vuelvo al punto de partida, sólo tengo un comentario: “No está la Macarena para tafetanes “, me esforzaré por extenderme un poco.
A ver, en El uso de la foto, Ernaux nos cuenta el experimento autocomplaciente que hizo en un momento de su vida. Como se ve, y le encanta que veamos, es una mujer apasionada y desordenada por igual, cada mañana, después de una noche de amor, encontraba su salón, pasillo y dormitorio hechos un cisco, con la ropa tirada por aquí y por allá, vasos volcados, braguitas junto a botas, ceniceros llenos y esas cosas, de modo que a ella y a su amante se les ocurrió hacer fotos de ese paisaje matutino.
El libro muestra las fotos triviales y se recrea de paso en los detalles del cáncer que la escritora estaba tratándose por esa época; todo en un tono autocomplaciente y desapegado, vacío de introspección y de emociones, erotismo cero. Yo, en mi humildad, solo podía pensar en cómo mantendrían la espontaneidad en el desparrame sabiendo que lo iban a fotografiar al día siguiente y -esto debe ser mi naturaleza ordenadita-, qué necesidad hay de tanto desparrame de prendas cuando se trata de un amante fijo, que no es un aquí te pillo aquí te mato, con el que duermes en tu dormitorio burgués casi cada noche. Pues eso, que ni la Macarena ni yo estamos para tonterías.
Pero insistí en Ernaux porque el Nobel impone y el gasto ya estaba hecho.
Los armarios vacíos y El acontecimiento son dos libros escritos en épocas distintas que relatan un mismo acontecimiento, el aborto clandestino en su época de estudiante. De entrada, mi empatía, claro, estaba con ella, pero me fui enfriando. Aunque Ernaux se regodea en los detalles físicos más sórdidos, no parece que le traumatizara mucho ni que sintiera profundas emociones relacionadas con el suceso, si es que las tuvo. Lo que en realidad le duele, y ahí se explaya, son sus orígenes familiares, le habría encantado ser hija de unos refinadísimos y ricos nobles o intelectuales parisinos y tuvo que apencar con sus padres, que eran pequeños comerciantes de provincias, sin posibles, convencionales, bien intencionados, y vulgares. Esta realidad le encocora y le provoca un gran rencor, así que el aborto acaba convirtiéndose en una venganza personal contra sus padres por ser tan poco elegantes y no estar a su altura.
Acabé los dos libros, que podrían ser uno, como acabé el primero, sintiéndome sucia, vacía y aburrida.
En este ambiente apocalíptico que nos envuelve desde hace unos años tenemos que andarnos con pies de plomo y leer a Ernaux es lo que menos conviene. No se trata aquí de la cacareada auto ficción, que por otra parte me gusta bastante, esto es la simple autosatisfacción de una señora que se gusta muchísimo, pero a mí me cae mal, más bien fatal, aunque sea mujer, guapa, francesa y escriba con soltura, aunque le hayan dado el Nobel.
No está la Macarena para tafetanes ni quiere estarlo.
Enero es el mes de los buenos propósitos y quiero tenerlos, no quiero leer a Ernaux, no quiero ser amiga de Ernaux, no quiero ser Ernaux, sólo deseo que todos seamos buenos, generosos, imaginativos, amorosos y felices. Lamento mi demodé, ingenuo, toque Capra a estas alturas del partido, pero, aun así, o precisamente por eso, lo reivindico. Ω
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