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Por Tony Capote
Les voy a proponer un juego sencillo, similar a esos que aparecen, a veces, en las secciones de pasatiempos de las revistas: deben elegir una de las tres opciones que se ofrecen, A,B o C. Si está en un restaurante celebrando la cena de nochebuena junto a unos familiares y se acerca un grupo de tunos cantando…..
-A) Les invito a que tomen asiento y nos unimos a su fiesta.
-B) Les ignoro olímpicamente.
-C) Me levanto y le rompo a uno la guitarra en la cabeza.
SOLUCIONES:
-Si ha elegido la A:
Su estado de ánimo parece ser noble, jovial, entusiasta, yo diría que peligrosamente entusiasta, por lo que debería poner muy pronto freno a ese tipo de impulsos. Le sugiero que se retire al campo a meditar durante una temporada. No repare en gastos ni en compromisos, sea valiente si, de verdad, desea superar ese difícil bache por el que atraviesa. Piense que está en juego no solo su vida, sino la de su familia, sus amigos, quizá la de ese crío con ricitos rubios que acaba de llegar al mundo. ¿No se da cuenta, criatura, que se está destrozando? Se empieza cantando con la tuna y acaba uno en un adosado de Boadilla o con perilla, si es que no ha terminado ya así. Aún está a tiempo de salvar su vida.
-B) Su actitud denota templanza y prudencia, pero, aunque hay que valorar su reacción serena, debería implicarse algo más y tomar partido por determinadas situaciones radicales. Usted parece discreto y enemigo de los líos, pero eso está bien hasta que la situación es insostenible. Piense que su indiferencia, lejos de espantar al imbécil le anima a seguir cometiendo tropelías sin límite.
-C) Usted se haya en un momento dulce de lucidez y sentido común. No se doblegue si, en ocasiones, su carácter bravo es censurado por el resto de la manada. Su claridad de ideas le ayudará a salir adelante en la vida. No olvide nunca que usted es un hombre de bien, razón por la cual muchos intentarán sacar partido de su noble carácter. Manténgase siempre alerta y no permita que un puñado de gilipollas invada y mancille su territorio sagrado. Y recuerde siempre que, aunque quedan pocas personas como usted, no se encuentra solo pues no faltará el tipo sensible que se alíe con su causa y, después del guitarrazo en la cabeza, ahorque al tuno con las cintas de su disfraz y le haga tragar la pandereta.
Con este sencillo juego de análisis de carácter creo que ha quedado suficientemente claro el rumbo de este escrito. En este caso han sido los apestosos tunos quienes han corrido con la cuenta de los platos rotos, pero no son ellos los únicos responsables, ni mucho menos, del ambiente hediondo que suele envolver las relaciones sociales en general. Desde los orígenes de la Humanidad la historia del hombre es el relato de una farsa y una depredación interminable. Los besugos se han zampado sin masticar a todo aquél que encontraban con rostro de boquerón. Y casi siempre, uno, por pudor, sentido de la educación o galantería mal entendida, ha cedido el paso o ha arrojado la chaqueta al charco que se interponía en el plácido paseo de la dama de turno. Y esto se tiene que terminar de una vez por todas.
Muchas revoluciones, guerras, revueltas y motines a bordo se han llevado a cabo a lo largo de la historia para, al final, acabar todos en el maldito espacio común europeo de Maastricht comiendo gallinejas de cerdo belga. Otro fantasma recorre el mundo, en esta ocasión contagiando a la Humanidad del virus de la estupidez. Ante este lamentable estado de las cosas se impone una auténtica revolución social, un furioso levantamiento contra las conductas cotidianas que le amargan a uno lo poco de vida que le resta.
Pero una revolución seria, con agallas, sin medias tintas ni pijerías como la del mayo del 68. Es precisa una revolución individual con el único objetivo de que dejen de tocarnos las narices y otras cosas y bajo el lema de: ¡Muerte al cretino!, o ¡muerte al vecino!, por ejemplo. Que los vecinos empiezan a ser una especie perversa y perniciosa. Me refiero a ese “vecino profesional”, ese siniestro humano que ejerce en su vida ordinaria de vecino, a a falta de otros alicientes, y se asocia con otros vecinos y se registran como movimiento vecinal y nombran portavoces y se compran altavoces y se lanzan a la calle a protestar como posesos, siempre encuentran un motivo que les distraiga de sus vidas miserables. Ya sean los drogadictos, el volumen de la música de un bar, o cualquier memez que se les cruce.
Hay que tener especial cuidado con el florecimiento de esta nueva tribu urbana que lleva instalada entre nosotros desde hace un montón de tiempo. Un nuevo orden que pretenden imponer, como los tunos que acechan en nochebuena, con tintes más que reaccionarios y autoritarios que se ampara en el mendaz argumento base de que son trabajadores que madrugan y pagan sus impuestos. Como si el crepúsculo marcara la frontera entre los seres buenos y los seres malos. Como si las gentes noctívagas fueran poco menos que rufianes sospechosos de todos los males que padece el mundo.
Actitudes como esas no indican otra cosa que el advenimiento de un nuevo tipo de dictadura de clase, de la que son cómplices los amodorrados y corruptos poderes públicos que las financian y consienten, a cambio de un puñado de votos, así como muchos comunicadores sectarios y carroñeros. Por eso es precisa una rebelión individual contra estas conductas vitriólicas. Vivimos momentos difíciles, en los que la desesperación está sembrando la calle de dragones venenosos que se empeñan en imponer su ley de la horca. Reina con dientes de sangre el imperio de la mentira y se impone la ley del silencio en los salones de purpurina. La justicia ya no la dictan los jueces si no el jugo de bilis que escapa de los genitales de los rufianes poderosos.
Pues bien, no queda otra antes del gran vómito que nos deshidratará a todos. Hay que decapitar a estas fieras corrupias y arrojar después sus cabezas a una gran hoguera. Un aquelarre rockero con música de Los Ramones y brujas minifalderas golpeando con el palo de sus escobas a todo aquél político que se cruce vendiendo su mercancía podrida. O al tuno de turno que se acerque a nuestra mesa sagrada cantando “Clavelitos”. Pues eso. Ω
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