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Por el DR. Juan José Granizo Martínez
Imagen Ricardo Rubio - Cuando se proclamó el primer estado de alarma, mucha gente del mundo de las cofradías, al que estoy muy vinculado, pensaba que para el Domingo de Ramos la situación estaría resuelta. Viendo que no era así y al hilo de un documento publicado por el Vaticano, todos se empezaron a hacer falsas esperanzas de que en septiembre se podrían retomar las procesiones. Tampoco fue así.
Quizás uno de los muchos errores que ha tenido la gestión de la pandemia ha sido ese: crear falsas esperanzas sobre un irracional optimismo.
Hasta ahora, el coronavirus se ha comportado de una manera bastante predecible para ser un virus de transmisión predominantemente aérea: nos la ha liado siempre que ha podido y cada vez que le hemos dado el más mínimo resquicio nos ha clavado su daga.
Hace tiempo publiqué en las redes sociales una fotografía, tomada en el museo de la Colegiata de Borja (Zaragoza) de un San Miguel sujetando al demonio recurriendo al jarabe de lanza y cadena de hierro. Me parece una manera muy gráfica de entender la política que hay que seguir contra el puñetero virus. Por cierto, hice aquella fotografía en una salida de la Comparsa de Gigantes de Pozuelo por aquellas tierras aragonesas.
Pero no, en Europa y las Américas la idea dominante era convivir con el virus, como quien convive con un vecino molesto. Y esa es una mercancía tarada.
Los países que han tenido verdadero éxito en controlar la pandemia sin hundir sus economías han declarado una guerra sin cuartel al coronavirus desde el primer caso.
Durante el reciente torneo de tenis de Australia hemos visto, de lejos, como se las gasta una de las naciones que mejor lo ha hecho. Con un solo caso de COVID se aplicaron medidas contundentes. La comparación es odiosa: les recuerdo que en España, discutíamos en septiembre si había que hacer cierres perimetrales si se superaban los 700 o los 1000 casos por 100.000 habitantes .
Y encima, nuestros políticos se echan a la cara que no hay argumentos científicos. Para que los tuviéramos, los que estamos capacitados por formación para crearlos, deberíamos haber dejado de hacer lo urgente, para ponernos a trabajar en lo importante.
Es decir, que hemos gastado el tiempo en notificar casos de COVID con la mayor celeridad posible para tener “datos de calidad” con los que tomar decisiones pero no hemos salido a hacer estudios de campo donde se demostrara por donde y como se nos estaba colando el virus en casa.
Más nos vale aprender de los errores. La llegada de nuevas variantes del COVID añade muchos interrogantes al futuro de la pandemia. Estas variantes podrían ser más contagiosas o virulentas, pero lo peor es que algunas no son identificadas por el sistema inmunológico como un virus ya conocido y eso aumenta el riesgo de reinfección en los que pasaron la enfermedad y reduce la eficacia de las vacunas.
Hay que acabar con el COVID. No solo por la salud y la economía. También por el extenso y basto tejido social que vertebra España. En las anteriores quinientas palabras he hablado de las cofradías y de su mano, de las bandas de música así como de los gigantes y los cabezudos. Solo en Pozuelo, eso supone siete asociaciones cuya actividad ha sido seriamente afectada, en mayor o menor medida.
Pero el daño es extensible al resto del tejido asociativo, incluyendo a las parroquias.
Europa ha suspirado por la llegada de las vacunas. Pero estamos viendo que ellas no nos van a liberar de esta plaga a corto plazo. Necesitamos sensatez y paciencia. Algo que hasta ahora no hemos tenido. Ω
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