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La historia con Historia
Por Lucas Montojo
Doctor en Historia
Profesor de la Universidad
Francisco de Vitoria
Hace unos días las secciones internacionales de los diarios de nuestro país abrían con una impactante noticia: “el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, instaba al Rey de España a reconocer y pedir perdón por los abusos cometidos por los españoles en la conquista de México”. Como era de esperar, el titular suscitó innumerables reacciones. Por destacar algunas de ellas, las de los miembros de la Real Academia Española, Arturo Pérez-Reverte o Mario Vargas Llosa que, con su característico estilo fresco y alejado de toda corrección política, dieron su opinión a este respecto, “incendiándose” así las redes sociales con numerosos comentarios a favor o en contra de la petición del presidente López Obrador a Felipe VI.
Ante la enorme repercusión que alcanzó la noticia, quise conocer la opinión de mis alumnos, estudiantes universitarios de Grado de la Universidad Francisco de Vitoria. Para ello leímos en clase la noticia y comenzamos un debate en el que, aunque la mayoría criticaba “la solicitud de perdón”, una minoría decía comprender las declaraciones del presidente. Tanto “partidarios” como “detractores” se apoyaban en argumentos vagos para defender sus posturas, pero se notaba un gran interés por conocer la realidad del asunto.
El interés de mis alumnos por el tema, extrapolable probablemente a otros estudiantes (o no), que quieran conocer mejor la historia de España, me ha empujado a escribir este artículo de opinión. ¿Debe España pedir perdón a México por la Conquista?, ¿tan horribles “fuimos” los españoles? No es fácil responder a estas preguntas, pero lo es mucho menos si lo hacemos desde “el presentismo”, esto es, mirar con ojos de hoy lo ocurrido en el pasado. Esta tendencia de criticar el pasado como si ocurriera hoy mismo es muy común de los tiempos que vivimos y suele darse en un tipo de personas que no tiene ni conocimientos de historia ni interés por comprenderla. Éstas, toman acontecimientos y datos pasados, los descontextualizan y, desde el tiempo presente, los juzgan pensando que saben historia porque usan datos, pero lo que en realidad hacen es deformarla y generar un producto simple en el que Hernán Cortés es un sanguinario exterminador de indígenas y, Moctezuma II, el líder de una especie de comunidad hippie en la que, hasta la llegada del Conquistador, se vivía en la felicidad y la abundancia: una ridiculez.
Sería estupendo para quienes nos dedicamos al estudio del pasado poder entender y explicar las cosas de una forma tan naif, pero al igual que el médico se acoge a un código ético en su desempeño profesional, los historiadores hacemos un esfuerzo ímprobo por interpretar, correcta y justamente, los acontecimientos del pasado. Un esfuerzo que se ve afectado negativamente cuando, en ocasiones, personas con impacto mediático, pero sin formación en la materia, ejercen un intrusismo intolerable sin el menor pudor y con la única intención de elevar su índice de popularidad dentro de un sector de la sociedad.
Que el presidente López-Obrador pida una disculpa del rey de España por los abusos cometidos en la Conquista del Imperio Azteca es como si hoy el presidente de Italia se disculpara ante el Gobierno de España por los abusos cometidos por el Imperio Romano en Hispania. México es un país que nació en 1821 como una escisión del territorio español de ultramar. No es el “renacimiento” de una nación prehispánica, sino una nación nueva que durante trescientos años recibió un mestizaje sanguíneo y cultural que la enriqueció enormemente, siendo España la encargada de trasladar la civilización occidental a aquellos territorios.
Frente a la llamada “Leyenda Negra” no es lícito crear una “Leyenda Rosa” que contrarreste la corriente imperante, pero historia solo hay una y es justo destacar el papel de España en América como observadora del buen cuidado al indígena desde que Isabel la Católica incluyera en 1504 en su testamento, tres días antes de morir, un punto en el que pidiera exactamente eso. Algo que tuvo en cuenta y que abordó su nieto Carlos I, materializado en las Leyes de Burgos, el corpus considerado hoy día como precursor de los Derechos Humanos y donde se detalla el buen trato al indígena. Ambos documentos son solamente un ejemplo.
A modo de conclusión, resulta necesario apuntar que quienes nos dedicamos a interpretar la historia, y sobre todo a compartirla, tenemos la obligación de ser rigurosos. También de exigir a quienes nos gobiernan la no deformación de la realidad en su propio interés, pues cuesta mucho esfuerzo volver a dibujar sobre lo que ellos emborronan. Ω
14-12-2023 11:30 a.m.
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