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Los Toros, esa máxima expresión secular de la esencia española
Por El Pasmo de la Merced
Los Toros, objeto hoy en día de necios ataques, es aparte de una manifestación artística, un volumen de la historia de España. Volumen escrito por grandes hombres que fueron toreros en la plaza y, lo que es más importante, toreros en la calle; mentes privilegiadas, curtidas en la universidad de la vida, que no solo hicieron grande a la Fiesta, sino que nos engrandecieron a nosotros con una sabiduría genuina que conocemos y compartimos.
Podríamos dar una lista bastante amplia, pero para ser someros y algo estrictos, tenemos tres ejemplos paradigmáticos de éstos que podemos denominar “Toreros con mayúsculas”.
El primero, cronológicamente hablando, sería Rafael Guerra Bejarano, el gran “Guerrita”, el Califa cordobés nacido en 1862 que llenó sin competencia una época del toreo; pero aquí me quiero centrar en su aportación a la cultura, ya que su torería fuera de la plaza nos legó célebres frases que hoy utilizamos socorridamente ante circunstancias de nuestra vida: “hay gente pa tó” o “lo que no puede ser no puede ser y además es imposible”, son dos de las perlas que sin miramientos soltó el sublime genio del Campo de la Merced.
El segundo caso no es un solo nombre, es una dinastía de toreros, concretamente diez, algunos más destacables que otros en lo artístico, pero todos adornados por una calidad humana tan grande que hoy en día resultaría hasta desfasada. Me estoy refiriendo a “los bienvenida”, estirpe de Toreros surgida en el pequeño pueblo extremeño de ese nombre y aglutinada en la figura de Manuel Mejías Rapela, “el Papa Negro”, que llenó un siglo de la historia taurina, irradiándose en la sociedad española.
En tercer lugar no podemos encontrar sino al inimitable Juan Belmonte, “el Pasmo de Triana”. Inventor del toreo que hoy conocemos, auténtico revolucionario, es el claro ejemplo de una mente superior no solo para su profesión; con su vida, marcada tal vez por ese destino sublime y trágico que persigue a los grandes genios de la Historia del Arte, es de por sí carne de verter ríos de tinta.
En los tres casos citados trataremos de profundizar en los próximos números, centrándonos más, como he intentado resaltar en esta apertura de capa, en su maestría como artista de la vida más que de la plaza, aunque fue en ella donde se hicieron inmortales.
Una última apreciación: tal vez esta lista se debiera completar con dos nombres más. Gallito, el último artífice del toreo clásico y su máxima consecuencia; y Manolete, del que poco hay que decir pues solo su figura es una escultura al Toreo. A ambos les segó la vida un toro y aunque nunca han muerto para nosotros, la novela de su vida hubiera dado para muchos más tomos, que se han quedado sin escribir. Pero, se llevaron una gloria que nuestros primeros protagonistas no tuvieron, morir en el ruedo. De esa carencia mucho sabía Belmonte. Ω
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