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Por Alberto Gómez Font
De todas las variantes de la lengua española —nuestro idioma se habla en 20 países, y alguno más...— la de España es la más taurina, la que más expresiones tiene relacionadas con el mundo de los toros, si bien es cierto que las muchachas y los muchachos ya apenas las utilizan en su discurso. Hay otros países hispanohablantes en cambio, como Chile, donde se prohibieron las corridas en 1823, o la Argentina, que las suspendió en 1891, y varios más en los que la tauromaquia —entendida como en España— despareció hace tantos años que no tiene ningún reflejo en la lengua cotidiana. Sigue, sí, la tradición en México y en Colombia, además de otros estados vecinos.
Se acercan las fiestas de san Isidro en Madrid, y con ellas se retomará la temporada taurina que tanto sufrió —como todos los espectáculos públicos, valga la redundancia— durante estos años de pandemia. Las aficionadas y los aficionados volverán a visitar el coso y resucitarán las conversaciones sobre los lances de tal o cual corrida y sobre las faenas de este o aquel matador. Los tendidos estarán abarrotados; volverá a sentirse el clamor de los «olés»; la banda amenizará con sus pasodobles; habrá abucheos a los toros flojos o tuertos; pitarán a los picadores cuando se excedan con la vara; resonarán los aplausos a un buen par de banderillas y revolotearán los pañuelos blancos cuando la afición pida un trofeo para el diestro.
De nuevo se escucharán frases y expresiones que, aunque están presentes en nuestra forma de hablar cotidiana, recobrarán fuerzas y nuevos bríos durante la Feria de San Isidro: Citar en los medios, dar un pase de pecho, dar una larga cambiada, gustarse, adornar la faena, coger al toro por los cuernos, estar para el arrastre, echar un capote, lanzar un puyazo, entrar al trapo, tener mano izquierda, ver los toros desde la barrera, a toro pasado, dar un quiebro, un brindis al sol y, al final, salir por la Puerta Grande.
También habrá charlas taurinas, en las que participarán matadores, ganaderos, periodistas, admiradoras y admiradores de los maestros, en el Bar Inglés del Hotel Wellington, en Madrid, como las hubo durante años en el bar del Hotel Victoria de la Plaza de Santa Ana. En esos santuarios del vino, la cerveza y los destilados estuvieron, están y seguirán estando presentes los cócteles preparados por otros maestros: los que ofician tras la barra, como lo hizo el gran Perico Chicote, amigo de muchos toreros de su época, a los que en sus recetarios dedicó alguna fórmula, como el Domingo Ortega Cocktail, compuesto por unas gotas de marrasquino, 1 parte de Benedictine y 2 partes de ginebra, y servido en copa de cóctel con una guinda roja. O el Taurino Cocktail, «dedicado cariñosamente al Club Taurino de Bilbao», que aparece en el libro Mis 500 cocktails, con prólogo de don Jacinto Benavente, y que se prepara con unos pedacitos de hielo en la cocktelera (sic), unas gotas de orange bitters, unas gotas de curaçao rojo, ½ copita de jerez seco y ½ copita de vermut italiano. Se agita bien y se sirve en copa de cóctel con una corteza de limón.
Otro de los santuarios en los que se juntaban los cócteles y el mundo de los toros era el bar del ya desparecido Gran Hotel de Salamanca, en el que era fácil ser testigo de las conversaciones de los ganaderos del Campo Charro hablando —mencionándolos por sus nombres— sobre sus vacas y sus toros mientras se tomaban unos dry martinis.
Vuelve San Isidro, vuelve la fiesta y vuelven la vida y la muerte a la plaza de toros de Las Ventas, ese majestuoso edificio neomudéjar donde el 2 de julio de 1965 las ovaciones no fueron para los toreros sino para Los Beatles. Ω
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