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Viaje por la ética, la estética, lo divino, lo mundano, lo moral y lo apolítico con el dramaturgo más importante de nuestros tiempos, protagonista de esta obra de teatro que es la vida.
Por Katy Mikhailova
Quedamos en la Glorieta de Quevedo. Albert no teme colocarse en medio de la glorieta mientras le realizan las fotos. Parece estar acostumbrado. Carmen Millán y yo nos quedamos observando todos esos coches que pasan por delante y no dudan en saludarle con una enorme efusividad. Humilde, sencillo, discreto. Sabio. Su rostro refleja el paso de una vida intensa que aún sigue completando.
Sus días felices llenos de inocencia consistían en una infancia en el tiempo de la postguerra: “la pobreza lo invadía todo, pero a los niños nos parecía totalmente normal aquella vida, incluso muy feliz”.
Albert nació un 10 de julio en 1943 en Barcelona. “La Barcelona de mi infancia era tranquila, silenciosa y sensata. Muy distinta de ahora”, cuenta. “Después me llevaron a estudiar a Francia y regresé a una Barcelona muy distinta. Yo también era distinto. Estaba algo más civilizado por la educación francesa”, añade.
De su padre destaca que ha heredado su humor; y de su madre, el gusto por el arte. Aunque afirma tajantemente que la genética es “misteriosa”, ya que se puede heredar “muchos impulsos de antepasados muy lejanos”.
Su infancia olía a las flores del jardín de su casa y de sus vecinos: “a pesar de la precariedad de medios, la gente conservaba el gusto por las flores. Era el sentido de la felicidad barata que entonces tenía la gente”.
Con tan sólo 5 años empezó a asistir a los ensayos de las zarzuelas en las que cantaba su hermano mayor: “Aquello era para mí fascinante. Me parecía más intenso que la vida”.
Comenzó a cursar la carrera de teatro en Estrasburgo, motivado, una vez más, por los impulsos, la naturalidad y la capacidad de adaptarse a las necesidades del momento: “Estudiaba en París y quería ser diplomático. Cuando mis padres me dijeron que no podían costearme la carrera, me dije: ¡Teatro!”.
Su vida podría ser el guión de una película: exitoso dramaturgo que termina en la cárcel logrando huir y que alcanza el reconocimiento profesional en vida. “Sentía formar parte de la antigua historia de nuestro gremio. Un gremio siempre al margen de la sociedad de la corrección y perseguido por los poderes fácticos. Desde monarcas y Papas hasta la Inquisición”, atestigua. Y es que un 2 de diciembre de 1997 fue encarcelado para ser sometido a un consejo de guerra por un presunto delito de injurias al Ejército. ¿La razón? Su obra ‘La Torna’, una sátira que recrea los últimos días de la vida de un delincuente, Heinz Chez. Sin embargo, y por fortuna, Albert consiguió protagonizar una perfecta fuga de la cárcel, huyendo a Francia.
—¿A qué le temes? “A la decadencia y desaparición de lo mejor de la vida. Algo que es mucho peor que la muerte”.
Quince años antes del fugaz episodio con las autoridades, Albert, con tan sólo 19 primaveras y junto a dos compañeros, fundó ‘Els Joglars’, la compañía en la que pudo desarrollarse como actor, director y dramaturgo, y que ha dirigido hasta 2012. Compañía que a fecha de hoy presume de haber montado más de una treintena de montajes en los que la sátira y la crítica social eran la base de los argumentos.
En este sentido, los Pujol fueron una fuente de inspiración durante muchos años para Albert, pero no es el único personaje. “Pablo Iglesias es un viejo con un lifting de moderno. Su discurso es algo que ya escuchaba entre los chicos más pesados de mi juventud. Después, muchos de aquellos se han convertido en millonarios y algunos en auténticos explotadores. Por lo tanto, ya conozco el resultado de estas demagogias”, explica.
“Nada es comparable al ritual taurino”, afirma en multitud de ocasiones.
—¿Te dolió cuando ‘ganaron los animales’ en Cataluña’, haciendo alusión a la famosa portada del diario El Mundo? “Cataluña quería ganar una batalla a España. Los toros significaban para ellos lo más español. Pura ignorancia porque es un arte surgido del Mediterráneo. No fue defender a los animales. Fue una de las primeras maniobras de cara al separatismo encubierta en el respeto al animal. Una impostura más de la Cataluña nacionalista”.
—Prosiguiendo con el dolor, como decía Machado, ¿te duele España? “No me puede doler un territorio tan bello, tan variado, tan libre y con gentes tan abiertas y diversas”, contesta.
Sobre el secesionismo catalán Albert explica que “vivir de fantasías es algo muy peligroso porque lleva consigo el alejamiento de la realidad; o sea, el principio de la enfermedad mental”. “Necesitarán muchos autobuses de psicólogos para solucionar el problema de una paranoia contra un enemigo inexistente”, añade.
Durante 8 años ha llegado a dirigir los Teatros del Canal (2007-2017). El triunfo del dramaturgo en esta etapa consistió en conseguir llenar tres teatros de nueva planta, cuyo público era enormemente heterogéneo, pues la programación era muy variada. “Para mí ha significado un éxito impensable. No hice un teatro para una élite sino para todos los madrileños. Me faltó completar de teatro los exteriores que tienen espacios muy sugerentes”, contesta.
Albert Boadella es autor de numerosas obras que han cosechado un enorme éxito en el mundo entero como ‘Columbi Lapsus’ (1993), ‘Teledeum’ (1994), ‘Yo tengo un tío en América’ (1995), ‘El rapto de Talía’ (2000), ‘Memorias de un bufón’ (2001),’ Adiós Cataluña. Crónicas de amor y de guerra’ (2007), Premio Espasa de Ensayo: ‘Dios los cría y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción’ (2010), junto a Fernando Sánchez-Dragó; ‘Diarios de un francotirador’ (2012), entre otras tantas obras.
La musa le visita analizando lo que ocurre fuera de su cuerpo y su mente: “Solo se trata de mirar el entorno y allí está todo. Porque no hay nada tan fascinante como la realidad. La fantasía nunca la puede superar. Se trata de tener un ojo predispuesto a desvelar este entorno de una forma comprensible para el espectador”.
A su espíritu le falta ser más confiado: “estoy demasiado predispuesto al ataque de los ruines. Afortunadamente, la placidez y la nobleza de mi mujer compensa este instinto de combate constante”.
Me siento una afortunada. Creo que he vivido una de las entrevistas más auténticas, naturales y sencillas. Un personaje que, pese a haber experimentado una intensa vida, no necesita edulcorar su historia; está al margen de la vanidad y de los halagos, y que vive por y para él mismo, pero para hacer arte y contar su verdad por encima de todas las cosas.
Se define en multitud de ocasiones como ‘asilvestrado, rebelde, desobediente’.
—¿Obedeces a Dios? “Necesitaría tener una idea muy precisa de Dios para obedecerle. No la tengo. Tampoco soy un descreído. El arte nunca es laico. Incita el misterio de lo desconocido. Yo vivo con la sensación de este misterio”, contesta con mucha verdad en sus palabras, cierta dosis de incertidumbre, y lleno de humildad y belleza.
—Y, ante el arte, ¿te rindes? “Me rindo ante la belleza. La belleza en el arte y la belleza en el comportamiento de los humanos”, afirma.
—Pero es muy difícil definir el abstracto concepto del <arte>. “El arte es la máxima expresión de lo intangible, que es capaz de emocionar y transformar el espíritu de los hombres. Incitan mucho más el sentido trascendente las Pasiones de Juan Sebastián Bach que la Encíclica de un Papa”, completa.
—¿Y la belleza? ¿Qué es? Llevo ya 4 años discutiendo con Enrique Loewe acerca de si está en el objeto o en el sujeto que la observa. “La belleza forma parte de nuestro ente más civilizado. La parte animal de nosotros desconoce la belleza. De la misma forma que la desconocen los animales. El vuelo del águila puede ser muy bello pero aquel animal ni es consciente de ello ni lo hace por esa razón. Nuestra parte de acumulación de conocimientos es la que lo admira y lo produce”.
—Alguien que ha conocido la cárcel, que ha profundizado en la corrupción moral y estética del ser humano, que ha tratado y sigue tratando con los antitaurinos quizá pueda contestar a esta pregunta.¿Puede haber belleza en la fealdad? “Huyo siempre de un supuesto arte que se esfuerza en ser desagradable. Que no es armónico ni placentero. El arte siempre debe irradiar un fondo sugestivo, ya sea en los más trágico o lo más cómico. Noto enseguida cuando el supuesto artista es un resentido o tiene un impulso destructor”.
—Pero Nietzsche decía ‘vive la vida como si fuera una obra de arte’, en tu caso sería una obra de teatro, pero real, como tu obra ‘El Sermón del Bufón’… ¿qué parte de tu vida has decidido no transcribir? “Hay una intimidad que afecta también a personas muy queridas que no tengo derecho a hacer pública. En lo exclusivamente mío tengo pocos límites. Cuento aquellas cosas que me parecen de interés hacia los demás”.
Y, a pesar del agnosticismo que se puede apreciar en este baúl de los recuerdos y de las emociones, el concepto de la `felicidad´ aprehendida por Albert se basa en la cultura cristiana: “Provocar la felicidad de los demás. Ya sea la familia y amigos o la del propio público”.
Después de este diálogo entre ‘mentor’ y ‘mentada’, con permiso del maestro, Albert me confiesa que se dirige hacia el desenlace final, procurando “mantener la dignidad e irradiar el optimismo ajeno”. No se rige nunca por lemas. En palabras del dramaturgo, vive pensando que sus ideas más sólidas mañana podrían no ser ciertas: “no soy hombre de doctrinas inamovibles”. Ω
14-05-2024 6 a.m.
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