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El ladrón de vidas
@SoledadArroyoTV
Decía Inés Madrigal el pasado 26 de junio, media hora antes de que se iniciara el juicio contra Eduardo Vela, que su causa era importante porque representaba a miles de víctimas, a miles de madres y a miles de familias. “Verle en el banquillo supondrá de alguna manera enjuiciar a toda la sociedad que permitió que historias como la mía ocurrieran”, comentaba a su llegada a la Audiencia Provincial de Madrid.
El ginecólogo ya estaba dentro del edificio, esperando en un cuarto para los testigos de la sala cero, en la planta de entrada. Había llegado en un gran coche de lunas tintadas hasta el aparcamiento. Las decenas de víctimas que se habían apostado en la puerta del recinto no pudieron verle más que de lejos saliendo del coche y sentándose en una silla de ruedas.
La semana anterior su abogado, y yerno, había solicitado el aplazamiento del juicio por causa del estado de salud del acusado. La magistrada presidenta de la sala envió entonces a un médico forense para que estableciera, con validez judicial, la situación real de Vela. El informe concluyó que “el estado físico y psíquico del examinado le permite acudir a las sesiones del juicio oral”.
El doctor Vela tiene 85 años y hasta hace un par de años seguía recibiendo pacientes en la consulta privada de su domicilio de Madrid. Tiene achaques de la edad. Lo normal en un anciano. Pero está bien. Es decir, como acusado, debía comparecer en la sala y someterse al primer juicio por un presunto caso de bebés robados.
La Audiencia Provincial de Madrid, tras varios recursos, ordenó la apertura de juicio oral en 2016 y desde entonces el equipo jurídico del ginecólogo había intentado por todos los medios detener el tiempo para impedir que este momento llegara.
Ni siquiera sor María Gómez Valbuena llegó a ser juzgada. Y eso que contra ella se acumulaban decenas de denuncias por los robos de bebés recién nacidos y sus adopciones irregulares durante 20 años en la maternidad de Santa Cristina de Madrid. Faltaban pocos días para que la religiosa vallisoletana volviera al juzgado después de su primera y multitudinaria comparecencia en Plaza de Castilla.
Pero Vela está vivo.
Cumplió medio siglo cuando Interviú publicó la desgraciadamente famosa fotografía del cadáver congelado de un bebé en una cámara frigorífica de San Ramón, la clínica madrileña que el ginecólogo dirigía en el Paseo de la Habana. Y no debió ser el único cuerpo oculto en aquellas neveras a la luz de las declaraciones del propio médico reconociendo que dejaba allí los cuerpos para hacer las autopsias cuando pudiera y averiguar la causa de la muerte. ¿Qué explicaciones le daba a los padres que acababan de perder a sus hijos para guardar los cuerpos hasta que su agenda le diera un hueco? ¿y qué hacía después con los cuerpos?
Preguntas sin respuesta de una larga lista de incógnitas.
Pero nadie solía hacerle preguntas a este médico nacido en Burgos. En Madrid Eduardo Vela era toda una institución que gozaba de un gran prestigio entre la clase alta. Prestigio que le había permitido ganar mucho dinero y participar de varios negocios con hombres poderosos afines al régimen franquista, y una amplia inversión en bienes inmuebles por todo Madrid. San Ramón era sólo una de las patas de su boyante situación financiera.
Cuando el reportaje de Interviú vio la luz, el médico y su mujer realizaron un movimiento estratégico: firmaron la disolución del régimen de sus bienes, hasta entonces gananciales. En el Registro todas las propiedades del médico cambiaron de titularidad. Desde entonces no tiene nada a su nombre. Nada.
En San Ramón fue donde Eduardo Vela “regaló” una niña a los Madrigal, un matrimonio humilde que había acogido a un niño en situación de desamparo a petición de un sacerdote. Paquito se llamaba el niño cuya madre no podía ocuparse de él trabajando de sol a sol. Inés Pérez se ocupó de él. A la mujer le encantaban los bebés, pero no podía tener hijos.
Cuando Paquito se fue con su madre la mujer del ferroviario se quedó desolada. El sacerdote les puso en contacto con Vela para ver si podía “agradecerles” la dedicación a ese niño permitiéndoles adoptar a algún niño.
Porque Vela, como Sor María, se habían convertido en distribuidores de bebés entre quienes no podían tenerlos. Y Vela cumplió.
Primero les explicó que deberían simular un embarazo con toda clase de indicaciones. Salir poco, tocarse el vientre con frecuencia y colocarse un cojín bajo la ropa.
Pero sólo unos días después les llamó para decirles que tenía un “regalito” para ellos. El matrimonio no podía creer su suerte. Acudieron al Paseo de la Habana con un cambio para el bebé. Era una niña muy pequeña, posiblemente prematura. “Si se pone mala no llaméis a ningún médico. Me avisáis a mí”. No hizo falta. La niña, que fue bautizada como la nueva madre, Inés, se crió sana y feliz con sus padres. Sus padres. Porque Vela firmó un documento que no dejaba lugar a dudas: certificaba que la criatura había nacido de Inés Pérez y que él personalmente había asistido al alumbramiento. Con ese documento, los Madrigal pudieron inscribir a la niña como hija propia. “No podrán quitártela nunca” añadió Vela a la pareja cuando se separaba de ellos.
Pero Inés Pérez no necesitaba esas mentiras. Se juró que cuando su hija fuera independiente le explicaría su origen. Otros muchos recién nacidos fueron recogidos en San Ramón. Centenares de hombres y mujeres que llegados a la madurez, intentaron encontrar sus. Todos se encontraron al final del camino el muro de silencio levantado por el médico. En 2010, en un reportaje de EL MUNDO Televisión, Vela le contestaba a dos adoptados nacidos en San Ramón que buscaban a sus madres biológicas que no encontrarían nunca lo que buscaban. Él personalmente se había encargado de quemar los archivos de San Ramón en los que se recogían las historias clínicas de los partos y de las parturientas. Guardarlos habría sido "peligrosísimo para mí", afirmaba el ginecólogo.
Inés Madrigal repite como un mantra la frase “jugaron a ser dioses con nosotros" y continúa: “Pude haber nacido en San Ramón o en cualquier sitio de España. ¿Por qué voy a creer que nací el 4 en Madrid y no cualquier otro día en cualquier otra parte? ¿Tengo que creer ese dato cuando el resto de los detalles que tengo sobre mis primeras horas de vida son falsos?”.
El doctor Vela, durante la instrucción del caso, no pudo negar que sea su firma la que figura en la partida de nacimiento. En un careo que se produjo en la Plaza de Castilla en 2013, entre el médico y la falsa madre, Vela reconoció la rúbrica como suya y también que cuando la hizo, firmaba muchas cosas sin mirar.
Sin embargo, aseguró no recordar las circunstancias que rodearon el nacimiento de Inés. Pero solo un mes después reconoció que esa niña había sido un regalo y que nadie le pagó por ella. Se lo dijo él y también se lo dijo su mujer a dos periodistas francesas que consiguieron burlar su cortafuegos a la prensa solicitando cita en la consulta. Era 2016 y seguía recibiendo pacientes a pesar de la edad. Para hacer más hincapié en sus palabras agarró un pequeño crucifijo de plata que tiene en su escritorio y sosteniéndolo en la mano le puso de testigo de la veracidad de sus palabras.
Pero el médico ha perdido su buena memoria desde entonces. Desde que se le investiga por detención ilegal del menor, delito de suposición de parto, delito de falsedad en documento público y también delito de adopción ilegal.
La resolución de la Audiencia calificó de "revelador" el resultado del análisis del ADN entre la denunciante y su falsa madre: no son madre e hija, aunque lo diga el certificado de nacimiento.
La lentitud de la justicia se ha encargado de que la madre de Inés, Inés Pérez, no haya llegado viva al juicio. Su testimonio forma parte del sumario porque declaró varias veces cómo fueron los hechos. Murió hace menos de dos años.
De alguna manera en estos últimos años de sus vidas, Inés Pérez y Eduardo Vela han tenido una particular competición: a ver quién aguanta más. El médico ha ganado. Él sigue vivo, aunque ahora puede hacer lo que hizo en la Audiencia durante su declaración: titubear, hablar lentamente, decir que no recuerda nada, que no sabe. Ya ni siquiera reconoce su firma, aunque el forense señaló que estaba bien para declarar y para asistir a la vista oral.
Ahora ha negado casi todo. Pero también ha hecho gala de una mala memoria selectiva. A las preguntas de la fiscal y del abogado de la acusación le costaba contestar. Cuando le tocó el turno a su abogado se vino arriba y pareció rejuvenecer rápidamente.
El primer día de la visto declaró y presenció otras declaraciones. Pero al término de la jornada su abogado solicitó que se le eximiera de tener que estar presente al día siguiente. La presidenta de la sala fue tajante: debía comparecer.
Pero no parecía estar en sus planes volver.
Y el miércoles 27 sorpresa. El abogado acudió solo a la Audiencia Provincial. Al parecer el médico había empeorado meteóricamente. La noche anterior se había sentido indispuesto y le atendió el 112. Por la mañana el dolor de cabeza y el mareo persistía –según se explicó en la sala-. El 112 no acudió a su domicilio y entonces se fue a urgencias.
La sala no estimó conveniente seguir adelante con la vista. El resultado podría ser impugnado por la defensa del acusado. Las víctimas que acudieron a la Audiencia para apoyar a Inés Madrigal se sintieron indignadas. Entre las triquiñuelas judiciales y las médicas, Vela y su abogado defensor parecen estar consiguiendo retrasar la que sería primera sentencia por un caso de supuesto bebé robado. La primera sentencia tras más de diez mil denuncias, la primera sentencia tras medio siglo de desmanes y de haber sido tratados como cachorros abandonados.
Inés Madrigal tiene 49 años. Ya no queda viva nadie de su falsa familia adoptiva. Esta sola en el mundo. No sabe qué día nació, quien fue su madre biológica, qué le dijeron tras el parto, qué enfermedades genéticas puede desarrollar ella o sus propios hijos, qué apellidos hubiera llevado en caso de haber seguido con su madre, si tiene hermanos biológicos en algún lugar… No sabe nada. Ella dice en un video que ha grabado para sus redes sociales que no sabe quién es, que no es nadie y que nos podría haber pasado a cualquier de nosotros. Ω
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