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Conversaciones con la finalista del Premio Planeta 2018 que transcribe en su último libro la historia de su bisabuela, abuela y madre para conocer de dónde viene y hacia dónde se dirige. Se trata de un Baúl de recuerdos y emociones, en el que no faltan las preguntas sobre su padre Fernando S. Dragó, y en el que el sexo y el amor son preguntas obligatorias.
Por Katy Mikhailova
Imagen Ricardo Rubio
“Lo más importante en la vida es el amor y la familia”, esta podría ser una de las grandes frases que se encuentran en Internet cuando se googlea el nombre de Ayanta Barilli (Roma, 17 de febrero de 1969), finalista Premio Planeta 2018, con la célebre novela (con una base autobiográfica) ‘Un mar violeta oscuro’, que ya va por su tercera edición.
Ayanta nos recibe en su casa de Madrid. Nada más adentrarme en su domicilio, me encuentro con un gato durmiendo cerca del sofá. No dudo en abalanzarme sobre él, con permiso de su dueña, y a entablar una comunicación sobre felinos: recordando el famosos libro de su padre, Fernando Sánchez Dragó (quien fue protagonista de El Baúl hace casi 2 años), ‘Soseki, inmortal y tigre’. “Tengo otro más”, cuenta Ayanta, quien me explica que su amor por los gatos viene también de la línea materna.
“Sabía muy poco de la línea femenina italiana, y necesitaba investigar quiénes eran las mujeres para saber quién soy yo”, explica sobre cómo surge la idea (o casi necesidad) de transcribir su pasado. “Si quería liberarme de mi tristeza, debía conocerme mejor” (frase extraída de la novela).
Y es que Ayanta, ya desde los 18 años, ha realizando “intentonas” con este gran relato; pero no fue hasta hace 6 años que, tras todo un trabajo de investigación para encontrar las respuestas a sus preguntas y, en suma, encontrarse a ella misma, lo ha conseguido.
El libro se centra en la historia de su bisabuela, Elvira; de su abuela, Ángela; y de su madre Caterina (con personajes secundarios, como su tía Carlotta). Ayanta, presente en todas estas historias, va contando en primera persona quiénes eran cada una de ellas: cómo eran víctimas de la época que les tocaba vivir, tratando sus miedos, sus virtudes, sus inseguridades, sus grandezas… pero la dificultad de esta joya literaria reside en el hecho de tener que recomponer esas historias, sin poder entrevistarlas a ellas directamente. De hecho, su madre falleció cuando Ayanta apenas tenía 9 años. Por lo que se ve en la tesitura de recrear un diálogo con Caterina para comprender y conocer quién era su madre.
“Es un proceso difícil y alentador, porque cuando empiezas a tirar del hilo, te vas conociendo a ti misma”, cuenta. Y es que, en palabras de la escritora, arrastramos muchas cosas de nuestros antepasados, aun sin saberlo, que nos dominan y nos condicionan absolutamente.
Partiendo de cartas, fotografías, postales, libros autoeditados (como el de su abuela)... y, en el caso más complejo (a mi modo de ver), el de su madre, un diario, puede recrear así la que es su primera novela, basada en hechos reales (aunque siempre dejando la duda de qué es ficción y qué es real). Sobre esto último, asegura Ayanta “que sólo sus hijos lo saben”.
Más de uno se preguntará con cuál de esas 3 mujeres Ayanta encuentra más parecido. Y la respuesta es casi imposible, porque se siente “muy Elvira” cuando transcribe el relato de Elvira, y se siente “muy Ángela” cuando se centra en su historia, y, por supuesto, “muy Caterina” cuando conversa con su madre. “La conclusión es que hay una única mujer”, completa, siendo Ayanta, en cierta forma, una suma de todas ellas.
“Tenemos muy poco tiempo, y hay que valorar lo que realmente importa”, podría ser la principal misión de ‘Un mar violeta y oscuro’.
Las “mujeres silenciadas” de su pasado
Su historia, su biografía, y tal como la recoge en estas 400 páginas, muestra el empoderamiento de la mujer, limitado por el imaginario social colectivo de la época que le corresponde a cada una. Lejos de caer en el feminismo (con esa connotación peyorativa que se le puede asignar), cuando se dispone a escribir este libro aún no existían los movimientos como el #MeToo. Ayanta nunca tuvo la intención de escribir una novela que refleja un claro componente feminista, pero no hay otra forma de narrar ese pasado, protagonizado por mujeres con carácter, decididas y llenas de vida.
Ayanta, de alguna forma, da voz a esas “mujeres silenciadas”, como ella misma indica. Sin caer en la defensa de la mujer a través del ataque al hombre, este sería un mero reflejo de cómo la época de cada mujer condiciona el rol de la misma, y como tales mujeres se rebelan ante ciertas injusticias .
“Caterina fue una mujer que tuvo el privilegio de tener una educación muy buena, y además una educación absolutamente feminista, consciente de todo lo que había, se desarrolló en su juventud en una Italia de los 60 y 70, donde la mujer vivía de una forma absolutamente libre”, desvela. “Ella misma vuelve a caer en unos errores que ya había tenido las dos mujeres anteriores que la precedieron; y sí me interesaba analizar hasta qué punto la educación y los patrones familiares se repiten independientemente del paso del tiempo”, añade. Ayanta, en suma, se ha limitado a contar una historia desde el punto de vista de cuatro generaciones.
¿Qué opinas del Feminismo? Le pregunto. “Del feminismo no hay nada que opinar. Creo que nadie está en contra (en esta sociedad nuestra) de la libertad de la mujer y de la igualdad. En este sentido, entiendo que todo el mundo (o casi todo el mundo) es feminista. Creo que si estas historias las relatara un hombre, también sería una novela feminista. Hay una serie de hecho que, independientemente de ser mujer, antaño se consideraban normales y que ahora se consideran un delito, y esto no es discutible.
Reviviendo a su madre, Caterina Barilli: otra manera de conocerse
Ayanta pierde a su madre con apenas 9 años: “sobre todo lo que me obsesionó fue la pérdida de la memoria”, refiriéndose a la memoria que tenía hacia ella. Cuenta que, cuando fallece, se mudaron: “antes de abandonar aquella casa, hice un mapa de cómo era para recordarlo siempre. Es terrible el olvido”.
En ‘Un mar violeta y oscuro’, una de sus tareas principales (en sus palabras, por “necesidad” y “curiosidad”) era revivir a su madre: “cuando eres niño y se muere un familiar cercano, es terrible no poder conocer a esa persona como ‘adulto’”.
“Ese rato que no he tenido con mi madre, lo he reconstruido con ella en esta novela”, confiesa, gracias a contar con su diario, con cartas y otras fuentes de información. “Casi como un ejercicio de exorcismo, he reconstruido su vida, y me he podido tomar ese café largo, consiguiendo preguntarle y ella responderme. He estado acompañada por ella durante muchos años, pasando todo el tiempo que he querido a través de sus letras”.
—¿Todo, todo? ¿No has llegado a un límite en donde, a partir de ahí, nos has obtenido respuesta?
Hay algo incomprensible en el ser humano. Hay preguntas sin respuestas, aún estando vivo. Pero la gran pregunta que me hago y cuya respuesta no obtengo es ‘por qué se dañó a ella misma de esa manera’.
—¿A qué olía tu madre?
A pastel, a dulce.
—¿Cuál es el recuerdo que con más cariño guardas de ella?
Yo era una niña que tenía muchísimos problemas de asma. Y pasaba larguísimas temporada en hospitales. De hecho, he desarrollado una fobia a los hospitales. Recuerdo que una vez llegó la hora de la siesta y nos escapamos. Nos escapamos sin zapatos. Me cogió en brazos y me sacó de ahí. Yo le preguntaba por los zapatos. Y ella me contestó: ‘cuando uno se escapa de un hospital, se escapa sin zapatos’.
—Siendo por la línea materna italiana, ¿te sientes más italiana que española?
Me he criado en Italia. He vivido en Italia hasta los 12. Y esa es mi infancia. Luego me mudé a Madrid. Y de los 17 hasta los 21, otra vez en Italia. Todos los años voy varias veces, y paso todas las vacaciones en Italia. A mis hijos les hablo en italiano. En mi familia dicen que soy dos mitades, incluso cuando hablo en italiano dicen que me expreso de otra forma. No sabría quedarme con una de las dos, no sabría ni querría, me gusta esa ‘doblez’.
Como escudo un libro y como espada una pluma: la influencia de su padre F. S. Dragó
El libro apenas trata la línea paterna (indirectamente sí). Me cuenta que, antes de mandar la novela a Planeta, primero le mandó un manuscrito a su padre. Confiesa que tenía cierta preocupación de si le iba a gustar o no. Y finalmente le pareció muy acertado. Cuando recibe la notificación de que es una de las 10 finalistas al Premio Planeta, asiste con su padre y su marido a la Gala sin contarles nada, siendo para ellos todos una sorpresa.
En diferentes entrevistas Ayanta declara que, cuando se dispuso a escribir esta novela, decía que estaba “escribiendo el Premio Planeta”. En esta línea, aun con dosis de broma lo anterior, asegura creer en la famosa Ley de Atracción: “cuando uno pide ‘bien’ los deseos, las estrellas confluyen”.
“Tener como escudo un libro, y una espada de pluma” ha sido una de las grandes aportaciones de su padre. Teniendo padres que se dedican a las palabras, y a codificar y decodificar la realidad a través de aquellas, raro habría sido que Ayanta no hubiera seguido por este camino.
Con su padre hace ya algunos años han escrito el libro ‘Pacto de sangre’, un auténtico éxito. ‘Un mar violeta y oscuro’ sería su primera novela como tal.
A mi pregunta de qué parecidos encuentra con su padre a la hora de escribir, responde que “todos y ninguno”: “soy su hija y me he criado con él. Somos dos escritores muy diferentes”.
De danza, teatro y radio
Más allá de esta célebre novela, que casi podría responder a un Baúl de Katy sin la presencia de la autora, la historia de esta romana-madrileña está llena de arte y grandes sorpresas. Ha estudiado ballet clásico con Víctor Ullate quien, en palabras de la comunicadora, “es uno de los grandes maestros”. El ballet fue su primera pasión cuando era pequeña. La danza te aporta, tal como explica, un aprendizaje sobre la creatividad y te enseña la disciplina. Sin estos valores y lecciones de vida, no habría podido acabar esta novela, por ejemplo.
Ayanta ha vivido una evolución pasando de la exposición física como actriz a figurar “en ningún lado” y a “ocuparse del teatro entre las cajas”, confiesa, en relación a su etapa en el mundo del teatro y la dramaturgia.
Con esta última tendencia vital, la del anonimato, se empezó a encontrar muy cómoda en la radio (al menos en la que se hacía antes del boom de las redes sociales y el streaming): en donde es la voz y el oyente. Nadie ve pero sí siente. Y eso a Ayante le encanta.
Por eso, en estos momentos, su dedicación también a la escritura le permite continuar con esa intimidad soñada (y alcanzada).
Su proceso creativo con la escritura funcionada a menudo “rodeada de gente pero en soledad”.
Del silencio; de la física y la metafísica; del sexo y amor; de la felicidad y los miedos
—¿Qué has aprendido del silencio?
Que es muy necesario. Estamos constantemente interrumpidos por el ruido. Mi móvil, de hecho, siempre lo tengo en silencio.
—¿Tienes fantasmas que te rodeen?
Me gustan los fantasmas. Son una fuente creadora extraordinaria.
—¿Y el miedo?
Si no te paraliza, sí.
—¿Cuál es tu mayor miedo?
Que les pase algo a mis hijos. (Ayanta tiene 2 hijos, Caterina y Mario)
—Durante años has presentado ‘Es amor’ en esRadio. ¿Qué es el amor y qué tipos de amor has descubierto?
El amor familiar, el amor hacia un hombre (como en caso), el amor hacia uno mismo, el amor hacia una vocación. Todo esto me alimenta. El amor es un arte. Por eso hice aquel programa durante tantos años, porque me interesaba muchísimo escuchar a la gente sobre este tema. Por amor uno acaba siendo la persona menos amable y menos amada del mundo, al mismo tiempo. Y escuchar todas esas voces que llamaban al programa fue muy aleccionador: me hizo reflexionar sobre mí misma. Las personas que han conocido el amor de pareja, cuando les preguntas cuál es el truco (esa pregunta tan tonta) nunca te saben contestar, porque lo tiene. Todo lo que sigue siendo esa parte tan misteriosa y tan mágica me sigue interesando.
—Desde un punto de vista científico, hay muchas teorías que apunta a cómo se genera ese vínculo afectivo (el amor) a través, por ejemplo, de la segregación de la oxitocina durante la cópula…
Me interesan muy poco. Todo lo que es computable, sobre todo en el amor o en el sexo, me parece que hace que se pierda inmediatamente el interés. Me hablan de oxitocina o de números de orgasmos... y digo “vale, no me interesa”. Se me pasa el deseo de cualquier cosa. Creo que discurrimos por otros lugares mucho más interesantes que esos.
—Pero, con mucha frecuencia, se confunde sexo con amor, y amor con sexo.
Yo, particularmente, pienso que el amor sin sexo es doloroso (en el caso de una pareja), y el sexo sin amor es menos interesante.
—No sé si podemos hablar de religión y si puedo preguntarte si eres creyente…
No he recibido una educación religiosa. En la rama de mi familia italiana eran complementan ateos. En la parte de mi familia española, tenía una abuela muy creyente, pero realmente el espacio de educación sobre la religión no discurría por esos lares. Y el concepto de la espiritualidad era algo mucho más libre, en el que se mezclaban tradiciones occidentales con las orientales. Por lo tanto sí tengo un sentido místico de la existencia, pero no me considero católica, ni budista…
—¿Tampoco atea?
(Duda). Atea tampoco. No tengo ninguna agresividad hacia personas que son creyentes, como les pasa a muchos ateos.
—Transmites felicidad. No puedo clausurar este Baúl sin preguntarte por tu concepto de la felicidad…
Hay dos tipos de personas: las que no hacen lo que dicen que van a hacer, y las que hacen lo que dicen que van a hacer. Creo que las personas que consiguen hacer lo que dicen, tener esa disciplina y voluntad (no hablo de éxito), es para mí la definición de la felicidad. Cuando tengo la sensación del “deber cumplido”, pero un deber autoimpuesto (algo que yo he deseado hacer y lo he hecho, en todos los ámbitos vitales), soy feliz. Ω
10-05-2018 7:45 p.m.
04-03-2016 1:19 p.m.
04-12-2015 8:06 p.m.
12-03-2015 9:01 a.m.
19-01-2015 11:43 a.m.
19-10-2014 7:05 p.m.
12-10-2014 9:53 p.m.
01-09-2014 12:55 p.m.
19-08-2014 2:29 p.m.