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Por Tony Capote
Hay cosas que solo suceden en las películas, como debe ser, porque la vida, tan bruja y puta como es, es previsible y dura, contumaz, y se aleja, soberbia, de ciertas ilusiones y emociones crudas que le arrebatan a uno el sentido y la razón, como el zarpazo de un tigre. Iba uno pensando en estos asuntos mientras paseaba por la calle desplazando con fino puntapié algún que otro bote de cerveza vacío que rodaba junto a la acera. Y de repente, del destello de una gota ardiente de alquitrán derramándose por la calzada, emerge Bogart, de impecable esmokin blanco en su bar de Casablanca, Rick's Americain.
Allí, a lo tonto, Rick-Bogart se encuentra con Ilsa -la bella Ingrid Bergman- rogándole al negro Sam que toque la canción que le sacude el alma después de tanto tiempo, “As times goes bye”, el tiempo pasará. Y Rick, enfurecido. Te dije, Sam, que nunca tocarás esta canción. Pero no había reparado Rick en que allí estaba ella, Ilsa, tan luminosa en su piel de blanco satén, purísima, tan increíblemente atractiva, soportando un primer plano de sombra y luz invencible. ¡Y cómo resistir tanta belleza!, y el tormento de la memoria empapada por la lluvia de aquella espera desesperada en la estación de tren de París.
Y ahora, mil años después, se vuelven a cruzar, con el latido escondido de su locura de amor, en ese café turbulento y humeante de intrigas marroquí y, luego, llega la increíble escena del aeropuerto de Casablanca. Todo estaba preparado para volar los dos juntos, Ilsa y Rick, por fin, a América con los dichosos salvoconductos. En Casablanca se quedaría tirado el esposo de Ilsa, Víctor Laszlo, héroe de la resistencia ante el nazismo. Pero todo se revuelve diabólicamente en un giro de guión imposible de última hora.
Si ese avión despega y no estás con él, te arrepentirás. Quizá no hoy ni mañana, pero pronto y para el resto de tu vida, dice Rick.
Ilsa: ¿Y nosotros?
Rick: Siempre nos quedará París. No lo teníamos. Lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca. Lo recuperamos anoche.
Ilsa: Cuando dije que nunca te dejaría…
Rick: Nunca me dejarás.
Te vas con él, yo me quedo, le dice Rick a Ilsa, bañada en lágrimas que salpican la sombra del ala de su sombrero gris.
Buah!!!, que inmensa perfección fatal. Que acción tan heroica, despegada. ¡Qué imposible generosidad!, ¡Qué imposible todo! ¡Esas cosas no suceden en la vida real!, quizá seremos más mezquinos, no alcanzamos tanta belleza. Pero quedan los escritores, que nos salvan de la crudeza de la vida real y se inventan historias gloriosas, grandiosas, modeladas con el material con el que se hacen los sueños que no se cumplen. Los escritores, salvadores de la verdad y la mentira, auténticos fabricantes de los héroes de película. Si no, de qué. Ω
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