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Por Tony Capote.
La pereza, en general mal vista, presenta aristas varias en las que el personal no repara con el debido tino y pasa lo que pasa. Culturalmente condenados a ser productivos el menda que se echa a la bartola, pasa de currar u holgazonea suele causar cierto resquemor entre los parroquianos cercanos. La envidia acecha en cada esquina. También es verdad que no es perezoso quien quiere, si no quien puede, aunque todo es proponérselo y tener cualidades.
De alguna manera, la pereza es un acto rebelde ante la turbulenta presión a que le somete a uno la vida, en todos los sentidos, no solo por la enfermedad del trabajo diario. Un gran detractor de la pereza fue Nietzche, por ejemplo, que la consideraba el gran síntoma de la decadencia de una sociedad. El tío Freidich creía en la idea del esfuerzo y la actitud para sacarle lustre al progreso. Cosas de nihilistas. Sin embargo los escritores franceses Jacques Leclerqc y Jaques Philippe en su libro “Elogio de la pereza” hacen trizas los argumentos, por otro lado previsibles, del filósofo alemán, al afirmar que a en el espíritu de la pereza se establecen varias pautas para alcanzar la felicidad. (Más datos en su libro)
Cuando Bartleby el escribiente, la sublime creación de Melville, una mañana fría de invierno, en el interior de su macilenta oficina, ante una orden de su jefe le responde: “preferiría no hacerlo” , el boss se queda con la boca abierta como un pez globo. Esa actitud de libertad a cuerpo limpio de Bartlebly podría cambiar el mundo, aunque eso no sucederá porque no interesa, normal. Bartleby, al quedarse quieto ante una orden del jefe le da, quizá inconscientemente, un sartenazo al orden admitido y establecido. Preferiría no hacerlo, dijo Bartleby y el jefe se quedó mudo y con cara de piedra pomez ante semejante osadía por parte de un empleado. Y claro, eso no se puede consentir o se desmorona el montaje. No era un acto de vagancia, pereza ni desidia la de Bartleby, es que le dio por ahí. Algo de cierto nivel no encajaba en su paisaje mental después de tantos años cumpliendo fielmente su gris trabajo de administrativo, así que esa mañana de invierno le dijo al jefe lo que le dijo., y se quedó tan ancho.
Parece que está mejor visto ser putero o borracho que un perezoso de esos flacos o gordetes, desgreñados o repeinados y con aroma a sofá caro. Esos perezosos, por muchos envidiados, que van dejando para mañana los deberes que deberían hacer hoy. Pues los harán mañana o, quizá, no los hagan nunca, que tampoco pasa nada. Hay cosas relevantes que pueden esperar, y a muchas no les vendría mal un pequeño reposo, como a la paella después de sacarla del fuego. Pero el virus de la prisa nos ha condenado a todos y el gentío avanza por las calles como pollos sin cabeza.
A lo mejor hay que parar en su momento de alguna manera antes de caer preso de la melancolía y la falta de pasión o de despeñarnos en Navacerrada. Hay que dar el paso pero no todos a la vez, no es necesario. Habrá que hacer turnos, aunque yo preferiría no hacerlos. Ω
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