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Por Alberto Gómez Font.
Hay ciertas cosas que son muy difíciles de explicar por la sencilla razón de que no tienen explicación, aunque algunos intenten inventarla y encima pretendan que nos la creamos.
Una de esas cosas inexplicables es la costumbre, cada vez más extendida en nuestro país, de mezclar el vino con gaseosa, hábito muy difundido entre la gente que por razones de trabajo se ve obligada a almorzar fuera de casa, y por razones económicas se ve forzada a acudir a pequeños restaurantes, casas de comidas, cafeterías o bares donde ofrecen menús a precios asequibles. Y se trata de una costumbre relativamente nueva, pues hace cuarenta o cincuenta años era raro que alguien hiciese esa mezcla, aunque en esos años, y antes, sí era corriente añadir un poco de sifón al vino, pero solo en las tabernas.
La única explicación posible y casi lógica sería la del ahorro, es decir, que hubiera escasez de vino y se le añadiese la gaseosa para que la botella tardase más en agotarse; pero da la casualidad de que tenemos la gran suerte de vivir en un país donde se produce mucho, muchísimo vino, y de gran calidad. Somos exportadores de vino, y hay tanto que también producimos muchos y muy buenos brandies, que no son ni más ni menos que aguardientes conseguidos por la destilación del vino, y como además hay excedentes, también se produce en España mucho alcohol vínico, luego usado en la elaboración de licores.
Y si nos sobra el vino no parece haber ninguna razón para que intentemos que no se nos termine la botella. Tampoco nos sirve esa otra explicación, muy extendida, de que solo se le añade gaseosa al vino malo que sirven en los restaurantes baratos, y no nos sirve por la sencilla razón de que en nuestro país no hay vino malo, y si alguna vez lo hay no llega a embotellarse, sino que se destila para hacer alcohol o se tira. Hay vinos muy buenos, vinos buenos y vinos menos buenos; pero malos no, y si los hubiera no mejorarían con el añadido de la gaseosa, sino que terminarían de estropearse. Además, lamentablemente, los que tienen el horrible hábito de hacer esa mezcla infame, no tienen el paladar suficientemente educado como para distinguir los vinos, y se atreven a verter gaseosa sobre cualquier caldo, por bueno que sea.
Lástima que esas cosas no puedan prohibirse, pues apelar al sentido común y a la sensibilidad es tarea estéril con esos bebedores de vino aguado. Ω
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