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Por Alberto Gómez Font.
No hace tantos años la gente se vestía de domingo, y vestirse de domingo implicaba cierta elegancia, se sacaban las prendas que solo se usaban ese día o en determinadas fiestas y compromisos sociales. Las familias se vestían de domingo para ir a misa y a la salida tomaban el aperitivo y después, antes de volver a casa, compraban pasteles.
Fue pasando el tiempo y fueron cambiando las costumbres, y lo de vestirse de domingo se convirtió justo en lo contrario; el domingo se transformó en el día de vestirse cómodo, de esport, en contraposición al resto de la semana en la que muchas mujeres, por su trabajo, vestían traje chaqueta y calzaban tacones y muchos hombres no podían presentarse al trabajo sin ir vestidos con traje y corbata. El domingo se transformó en el día de los pantalones vaqueros, los jerseis y las zapatillas de lona, pero todo ello sin abandonar cierta elegancia, lo que podríamos llamar «elegancia esport».
Y el siguiente momento fue el que muchos desearíamos que nunca se hubiese dado, fue el paso de la elegancia esport al chándal. El domingo se transformó en el día del chándal, y los primeros chándales eran horrendos, de color azul oscuro, con unas rayitas blancas a lo largo de las mangas y de las perneras, y una cremallera que cerraba la chaquetilla hasta el cuello, que además era cuello de cisne... ¡Un horror!
No sé si los feligreses van a misa en chándal, pero sí los he visto de esa guisa comprando el periódico, el pan, y más tarde tomando el aperitivo y comprando los pasteles dominicales. Pero la cosa no acaba ahí, pues resulta que muchos de los usuarios del chándal llegaron desde el primer estadio de vestirse de domingo con prendas elegantes, y al no tener las zapatillas de lona que mencionábamos en la “elegancia esport”, no dudaron en calzarse con los mocasines del resto de la semana, ellos, y con los tacones de todos los días ellas. Me tiembla el pulso al escribir sobre esos horrores, y lo malo es que aún me quedan cosas por contar sobre el chándal. (Continuará). Ω
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