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Por May Paredes
El verano y la Navidad siempre son temas espinosos, acompañados de discrepancias y conflictos.
He aquí el caso veraniego. Las esperanzas idílicas e imaginadas de los veranos no son siempre la mismas.
Unos sueñan con la playa, el chiringuito y sobre todo con sumergirse en las infectas aguas del Mare Nostrum, quemarse los pies en esa cosa que llaman arena con olor a coco y demás aromas humanos como quien cruza las brasas de San Juan para llegar a la tumbona a buscarse un melanoma, eso sí, conseguir el máximo tono de bronceado.
También y gracias a las redes tenemos al Paul Bowles de mercadillo chino que no le pilló el mensaje al triste Paul. Estos te van narrando su viaje a veinte países en doce días y con mochila a la espalda encuentran un sitio donde llegue algún tipo de Wi Fi y te van ametrallando con fotos, videos y textos de tres pantallas con sus impresiones e intereses adornados con ocho filas de hashtags, todo lo que han hecho, con quien han hablado y el precio del albergue que han encontrado y reservado en “Viajes para Tontos” desde España para diferenciarse del turista y que veamos en que ellos son viajeros. Y uno piensa, para que se ha hecho este viaje si no para de estar buscando red para conectarse a Instagram y hartarte el alma con sus reflexiones y fotos de lugares que ya puedes ver en Google.
Cada uno tiene su patología, todos las tenemos, como las familias que no paran de hablar de lo bien que se lo pasan los niños y a quienes solo voy a dedicar estas líneas.
Por no hacer más daño, no me voy a ensañar con estos que te dicen yo soy más de montaña, que nunca se sabe si van a acampar en un acantilado o a alquilar una casa rural para conectar con la naturaleza, mientras sus hijos buscan una cima en la que encontrar cobertura y con la iglesia hemos topado, hacer senderismo mientras tu familia te odia y te mira con asco porque ellos no querían ir y tú te has salido con la tuya.
Y luego también estamos las rubias y sus amigos. Recuerdo los veranos en Mallorca en Soller y la casa de Trini y sus mansiones payesas. Una chica, Trini Morell, conectada con lo mejor de la isla y por otro lado con nosotros. Todo empezó con Javier de Juan quien nos abrió la puerta del maravilloso mundo de la vida payesa con todos sus encantos y contradicciones.
Nos solíamos juntar Jorge Berlanga, Ambite, Javier y su hermano Jorge Fin y otros pintores locales, Don Pose, el grupo de los médicos y la Señorita rubia.
Nos dedicábamos a la vida contemplativa, ir a fiestas en las mansiones de gente que a veces conocíamos y otras no, incluso íbamos a la playa a comer paella o en la noche una copita de algo.
Dentro de nuestro grupo había de todo, los que querían hacer una excursión a algo llamado “El Nautilus” que resulto ser una gran piedra ovalada a la que se accedía tras bajar por una pared, más bien acantilado, para luego cruzar un puente de cuerda como los de las pelis de Indiana Jones y colocar tu toalla en la bendita piedra a tomar el sol. Un despropósito, y yo allí bajo la única sabina que había maldiciendo a la creación, ahí es cuando oigo una voz que ofrece subir a por bebidas, esta es la mía pensé y me ofrecí a acompañar a esa voz a ir a por los refrigerios. Una vez arriba, esa voz que era la de Germán Pose y yo, no volvimos nunca. En ese chiringuito rodeado de sierra y miles de sabinas nos quedamos sin sudar una gota y esperando que algún día volvieran nuestros amigos, quienes por cierto se hartaron de insultarnos al momento de vernos.
Jorge Fin y yo hacíamos la compra en un ciclomotor en el Supership, la única tienda del pueblo y tras cuatro horas conseguíamos llegar con las bolsas impecables a la casa. Todo se sucedía así hasta que acababa el verano.
Podría seguir, pero es menester recordar a nuestro querido Jorge Berlanga camino del puerto de Soller a comernos unas gambitas rojas de allí, parar a comprarse un equipo de buzo consistente en aletas y gafas con tubo, pues andaba detrás de un atún llamado Pepito a quien describía como una especie de bestia como Moby Dick indestructible y llenos de arpones al que se proponía dar captura. Así con un vaso de tubo con su Smirnoff con Coca Cola, su equipo de buzo se sumergió lentamente en las aguas marinas, hasta que dejamos de ver su bubo de oxigeno para al momento ver el cubata moverse como si flotara por el mar, eso nos tranquilizó, Jorge estaba a salvo. Entre toses y sin Pepito llegó a la orilla sin derramar una gota de su cubata.
Ahora y siempre brindo por mis amigos. Ω
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