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Por Alfonso Merlos
“Son una nueva forma de tiranía” (…) “Son una trampa” (…) “Están sustituyendo a los medios de comunicación con graves riesgos” (…). Filósofos, sociólogos, politólogos o psicólogos no dejan de constatar el impacto de las redes sociales en las nuevas formas de organizarnos, de relacionarnos, de comportarnos. Están contribuyendo decisivamente a que estemos atravesando una de las mayores revoluciones en la Historia de la Humanidad. Y el aserto tiene poco de exagerado o destemplado.
Hace mucho tiempo que los periodistas dejamos de presentarnos ante la sociedad instituidos como los únicos guardabarreras, los exclusivos profesionales acreditados (se supone que formados, adiestrados, especializados) para decirle a la sociedad qué era noticia y qué no; o lo que es lo mismo, qué hechos revestían interés general y qué otros no; qué acontecimientos eran de interés público y qué otros carecían del mismo.
¡Qué viejos ya aquellos tiempos de cuatro periódicos (por supuesto, en papel), cuatro emisoras de radio y cuatro cadenas de televisión! ¡Qué cerca y qué lejos! Hace no tanto, en España y en cualquier país de nuestro entorno el problema era la escasez o la falta de información. Hoy es el contrario: el exceso de información que, dramáticamente y con más frecuencia de la deseable, conduce a la desinformación.
En efecto, son pocos ya los ciudadanos que se resisten a dejarse abducir por los cantos de sirena de las redes sociales. ¡Está cambiando tanto nuestra forma de interactuar! ¡En tantos ámbitos! ¡A tantos niveles!
Atrás quedaron aquellos tiempos en los que se pontificaba sobre el llamado ‘efecto CNN’: la política sometida y a merced de los impulsos populares emotivos que desataba la televisión comercial, especialmente en Estados Unidos. Hoy asistimos ya al imperio del ‘efecto facebook’ o ‘efecto twitter’. La presión a los poderosos ya no llega única ni fundamentalmente a través de medios catódicos: crece desde abajo, de manera global, instantánea… no a las horas sino al segundo. Y crece hasta hacerse tormenta (o trending topic) de la mano de personas corrientes y molientes que han ganado poder e influencia (valga la redundancia) gracias a su astuto manejo (en no pocas ocasiones adictivo y compulsivo) de las nuevas tecnologías.
En efecto, las redes sociales han abierto una era al desarrollo de alborotadoras formas de activismo: ciudadanos que se han hecho potentes al manejarlas como un arma no para entretener sino para formar, condicionar, persuadir, manipular… en definitiva, crear corrientes de opinión e imponer voluntades.
Y aún así, los riesgos que se derivan de este emergente escenario son muchos y no precisamente leves. Uno de los grandes pensadores del último siglo, Umberto Eco, ha dicho que “la multiplicación de medios de comunicación, y el impulso de las redes sociales, provoca que se transformen en noticias lo que no son noticias, sino hechos marginales sin relevancia”. ¿Hasta qué punto estamos a salvo de la intoxicación o el bulo?
Es obvio que el diseño de este incipiente escaparate ha coincidido en el tiempo con formas subversivas de descontento (¿ya hemos olvidado el fenómeno de los indignados como embrión de Podemos?). Sí. Internet se ha convertido en una Red Mundial en la que se está consolidando una comunidad de individuos a los que ahora les resulta posible conectarse, comunicarse, concertarse… y lo más importante: ser tenidos en cuenta.
Y esto debe ponernos especialmente en guardia. ¿Por qué? Cada día son más quienes, de forma individual u organizados con disimulo y técnicas taimadas, intentan arrimar el agua a su molino poniendo en práctica principios clave en la manipulación de masas: la simplificación, la hipérbole, la caricaturización, la demonización…
Son estos movimientos especialmente proclives a echarse en manos de la demagogia, a jugar todas las cartas a la ruptura social, a entregar sus ‘ideas’ a liderazgos caudillistas… y son estos movimientos los que han abierto de par en par las puertas y las ventanas del populismo, una vetusta doctrina de más vetustas recetas que datan casi de la aparición del hombre en la Tierra y su necesidad de organizarse afrontando sus primeros desafíos en grupo.
¿Son las redes una bendición o una maldición para el avance de nuestro conocimiento, nuestro bienestar y nuestras libertades? Un cuchillo o un martillo no son ni buenos ni malos. Si el primero se usa para cortar alimentos en la cocina y el segundo para golpear materiales en la construcción son tremendamente útiles. Pero en manos de lunáticos pueden producir muerte y destrucción, daño. Reflexionemos pues y conduzcámonos en este nueva era tecnológica con serenidad, mesura, inteligencia, madurez… y simpatía. Nos irá mejor. ¿No? Ω
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