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Martes 24 de marzo

25-03-2020 7:58 p.m.

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Texto e Imágenes: Ricardo Rubio

Esos son los imprescindibles. Bertolt Brech

Martes quien lo diría. Ese sol que no calienta pero estimula la mañana. Esa luz que todo lo ilumina. Destellos, filtros por donde se escapa la vida para darnos aliento. Batallas que se libran en el cielo entre nubes por encontrar un lugar donde cada uno pueda brillar. Espacios por donde filtrar un halo de sol.

Veo brillar cada día a mucha gente. Albañiles, barrenderos, jardineros, repartidores. Sanitarios que salvan vidas. Abogados que las recuperan. Periodistas que dan un paso más allá de la trinchera y se empapan de miedo pero acuden al toque de arrebato.

Veo personas que cuidan de personas y se olvidan de cuidarse demasiado a si mismas. Todos estamos heridos. No necesitamos más francotiradores. Nos hacen falta manos que nos levanten y hombros que empujen. Vengan de donde vengan y tengan el apellido que tengan.

Creo que tenía 9 años cuando a mi hermana le diagnosticaron escoliosis. Mi padre comprendió la magnitud de aquella enfermedad y se lanzo a por el mejor cirujano. Y no, no podía pagarlo. Mi madre cuidaba de mis abuelos y de nosotros en una casa de 47 metros cuadrados en el barrio de Usera.

El doctor Maceira consiguió enderezar la columna de aquella adolescente a la que le esperaban muchos meses de inmovilidad en una cama. Y muchos otros de convivir con un aparato especial para corregir la desviación. Y otros muchos años de felicidad y ternura. Quién la conoce tiene un regalo.

La solución para su columna: unos clavos únicos que se fabricaban en CHINA. 

Qué difícil es la vida y cómo nos la bebemos sin respirar. A veces a tragos cortos y seguidos. A veces a tragos largos y de un golpe. O simplemente la vemos pasar.

La UME no aparece por la residencia de ancianos. Estoy cansado de esperar. Me voy al aeropuerto. Llegadas, salidas, rampas vacías. Ascensores huecos. Puertas que se cierran y nunca sabes si se volverán a abrir. Parece que los aviones con material sanitario, ese gran misterio, pueden estar por la terminal de carga. Desaparecen los aviones en Madrid. Esto tampoco había pasado nunca.

Que desaparezca la gente no me sorprende. El tiempo pasa y sin más, la gente desaparece. Los ves, les saludas, te los encuentras por la calle y les preguntas por la familia pero sabes que ya no están. Se fueron, hace tiempo desparecieron de tu vida. Hay algunos que incluso duelen. Se van y duelen. Porque no estábamos preparados y de repente se alejan. Y tienes la esperanza de que se oculten por un tiempo. Que simplemente estén escondidos. Y vuelvan a mirarte un día como entonces.

También hay que gente que desparece sin más como cuando Guillermo y un servidor escuchábamos Onmadown de Mike Oldfield en el bosque frio de Ortigueira y veíamos los leds de colores parpadear y el mundo no era mundo y la gente no era gente. Todos al final desaparecían.

Cuestión de meigas. ¡A santa compaña o que se yo!

Jose G, ¡fotógrafo de reyes! y gallego para más señas me despierta cada día con sus cifras. Me levante a las 8 o a las 11 yo amanezco con su cifra de personas que se han recuperado del virus. -“ En total, el número de personas que han sido dadas de alta desde que comenzó la crisis sanitaria es de 3.794”- reza su Facebook diario con la nueva cifra. Gracias Jose G. ¡Cuanto me enseñas estés donde estés!

La mente necesita un despertador. Un sonido limpio que nos llegue de lleno al corazón. Que reparta hostias a diestro y siniestro si es necesario. Que nos agite y nos conmueva y nos empuje a la rutina que nos toque cada día. Estoy cansado pero es más de la gente tóxica que de la propia batalla del día a día.

“El que no conoce la verdad es simplemente un ignorante. Pero el que la conoce y la llama mentira, ¡ese es un criminal!…” Bertolt Brech.

El brillo, aquella luz. Cuanto la echo de menos. Sigue cuidando de todos. Ya falta poco.

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