El Real Madrid ha logrado su 15 Copa de Europa en una noche de miedo y pasión sobre el sagrado paisaje de Wembley. Pero esta historia no trata sólo de ganar, de ser el mejor, de alcanzar un éxito magnífico como las hazañas imposibles del Madrid, los reyes del mundo del fútbol. Porque el sentimiento madridista acarrea una maldición bendita, como ciertos amores. Estar condenado a ser sublime le puede conducir a uno de cabeza a la demencia, o a saber. Y eso es lo que ocurre con el Real Madrid, está condenado a ser bello y exquisito, y, como decía ese Borges, no se puede ser sublime sin interrupción, los dioses no permiten al Real Madrid hincar la rodilla y besar la lona, y a veces sucede, y la parroquia refunfuña. Mientras tanto, a otros se les ensalza en la derrota por esas cosas del coraje y el corazón en las que se refugian las pasiones débiles.   

Así que en esta noche mágica de Wembley el Real Madrid ha vuelto a levantar el puño y la sonrisa como aquellos héroes de leyenda que volvían a casa victoriosos después de sangrar lo suyo en el campo de batalla. O sea, que el Madrid ha vuelto a triunfar, una vez más, fiel a su gloriosa condena. Uno, el que escribe este texto, vivó estremecido ante el televisor esta final de Champions. Con pasión, emoción y un extraño temple que me abrigó inexplicablemente en esta noche calurosa y apasionante. Para este menda el Madrid sí que es más que un club, es el recuerdo emocionante de mi padre llevándome de la mano al tercer anfiteatro del antiguo Bernabéu, entradas populares, ya saben. Y ahí surgió mi primer contacto con el asombro. Siendo un crío la vida era en blanco y negro, Madrid era una ciudad macilenta y llena de escombros y solares. Descolorida, vamos, y la tele, pues eso. Pero al acceder por primera vez al confín más alto del estadio en esa noche de los tiempos, todos los espectadores,  amontonados, metiendo codos para lograr una mejor posición, y por supuesto, todos de pie., me quedé pasmado por la maravillosa luz de los focos, el color verde del césped, y sobre él, los héroes de mis cromos: Pirri, Velázquez, Santillana, Camacho, Benito…. Y ya para siempre llevé al Real Madrid bajo mi piel, como decía aquél. 

Pues eso, esta noche gloriosa merecía ser compartida con alguien especial, pero  no pudo ser,. Me inquietaba la idea de ver el partido solo, sentado en el sofá empuñando una lata de cerveza  ante el televisor. Yo solo. No sé. Así que invité al acontecimiento a mi amigo P. Él vestía a su aire, yo, con la camiseta de Zidane bien encajada.  La cosa se puso fatal para el Madrid en la primera parte del partido. A mi amigo, entre sorbo y sorbo, le rogué que no me hablara según se sucedían las ocasiones de los alemanes, un asedio insufrible del que  los de Ancelotti, salieron airosos de milagro. Empezó la segunda parte y el asunto no se acababa de aclarar, y, cosas que pasan, reparé en que tiempo atrás me había prometido que nunca más vería un partido trascendente del Madrid con la camiseta blanca.  Así que me la quité y me puse una camisa. Y le dije a mi amigo P: Ahora van a pasar cosas. A los dos minutos, gol de Carvajal. Y luego, lo demás. A veces hay que despojarse de lo más querido cuando la situación desespera. Y a veces, sale la cosa bien. Cuando marcó Vinicius el segundo gol, estallamos de alegría, y mi amigo P. ,presa de un entusiasmo inusitado, me pidió que le cogiera en brazos y le regalara mi camisa. Ni lo uno ni lo otro, pero gran momento.  En fin. El Madrid, otra vez campeón de Europa. Y ahí estuvimos, templados y con el aliento cortado, dos amigos con 15 copas de Europa. Y jefe, no se queje!