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Por Alberto Gómez Font.
Del mismo modo que, en principio, están más o menos claras las lindes, tanto físicas como horarias, de hasta dónde se puede ir con traje de baño o biquini y a partir de dónde hay que ir vestido, deberían establecerse los límites para enseñar los dedos de los pies, me refiero a los hombres, y que siempre estuviera claro hasta dónde se puede avanzar descalzo, o con chanclas o sandalias, y desde dónde se debe caminar con zapatos.
Desafortunadamente en verano esos límites están harto difusos, y hay muchos hombres que optan por calzar sandalias lejos del campo y de la playa, se las ponen en la ciudad, y van y vienen enseñando impunemente el talón, el empeine y los dedos de los pies, sin tener para nada en cuenta lo molesto que resulta ese espectáculo para muchas personas que tenemos la desgracia de ser algo más sensibles que ellos, y sin importarles lo antihigiénico de esa postura, ya que al cabo de diez minutos de caminar así por el asfalto tienen los pies renegridos por la suciedad propia del pavimento de las ciudades... en fin, que no tienen disculpa.
Pero menos disculpa tienen aún aquellos que, además de optar por las sandalias, en lugar de buscar algún modelo clásico y discreto, de los que más cubren los pies, se dejan influir por las modas de los bárbaros del norte y les da por adquirir unas sandalias que se anuncian como anatómicas y que provienen de Dinamarca. ¿Las han visto ustedes? ¿Han visto algo más feo? Son esas que van ensanchándose desde el talón hacia la puntera, cuya huella tiene una extraña forma de trapecio con uno de los lados redondeado, y que apenas tienen un par de tiras de un lado a otro para atar la suela a los pies. No sé si las he descrito bien o mal, pero creo que ya saben de qué se trata. Bueno, pues ha llegado el calor y quien les habla ya ha visto, horrorizado, paseando por Madrid, a más de un sujeto con bermudas, calcetines cortos y esas sandalias. La única solución en esos momentos en los que nuestra mirada choca contra un espectáculo tan deprimente es inspirar fuerte y lentamente y mirar hacia el cielo mientras imploramos que las cosas no sigan así. Ω
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