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Érase una vez un pueblo que tenía unos gigantes que alegraban sus fiestas. Los gigantes eran dos reyes: Isabel y Fernando y los acompañaba una corte de cabezudos burlones.
Por Juan José Granizo
Pero un día un incendio los destruyó y nadie más se preocupó de reconstruirlos… y las fiestas nunca más fueron lo mismo.
Sin embargo, el recuerdo de aquellos reyes gigantes perduró en el corazón de los niños. Y un día ese recuerdo brotó de nuevo.
Ese día llegó en julio de 2014, cuando la Peña El Albero celebraba en Pozuelo una jornada sanferminera inspirada en la fiesta navarra. Y un puñado de aquellos niños, que ya tenía casi cincuenta años, decidieron ir a Pamplona a disfrutar de sus tradiciones, entre las que destaca la de sus gigantes y cabezudos.
Y fue verlos bailar por las calles estrechas de la vieja Iruña y recuperar la ilusión. Ya de vuelta, a la altura de Medinaceli, la ilusión era una idea. Y en septiembre, cuando llegaron las fiestas de una Virgen de blanco y oro, ya había una asociación: la Comparsa de Gigantes y Cabezudos de Pozuelo de Alarcón.
Por las calles de ese Pozuelo, que tuvo gigantes de manera documentada la menos desde 1914 -un siglo atrás- los vecinos echaban dinero en una hucha para comprar unos nuevos gigantes. Parece mentira, pero es verdad. Casi novecientos euros salieron de esa manera y en octubre la Comparsa se puso de largo con el proyecto y la ilusión de recuperar aquellos gigantes.
Bueno, en realidad, no rehízo “aquellos” gigantes. La comparsa reinterpretó la idea. Los gigantes del siglo XXI serían personajes históricos de Pozuelo. Contarían la historia de esta centenaria villa y serían los emisarios de otro tiempo en el nuestro, los embajadores de la ciudad.
Por eso, los dos primeros gigantes representan a Gabriel Ocaña de Alarcón, primer mayorazgo de Pozuelo (de Alarcón gracias a él) y a su segunda esposa, Mariana Garnica y Ramírez de Haro. Ambos recuerdan la venta de la jurisdicción de la aldea de Pozuelo de Aravaca en 1632 a los Ocaña, para formar un mayorazgo y la consiguiente transformación en villa y cambio de nombre.
Él era un alto funcionario de la Corte de Felipe IV. Por eso lleva en sus manos una pluma y un libro con notas, donde quizás estaban anotadas las cuentas del Rey. Se han vestido siguiendo cuadros contemporáneos de Velázquez y se pagaron íntegramente con donativos de los vecinos de Pozuelo. Se estrenaron en las fiestas patronales de 2015 arropados del calor y el cariño de sus niños. Algunos de aquellos niños de antes lloraron de emoción ese día.
Al año siguiente, llegaron los 5 cabezudos, el contrapunto divertido y zascandil a la seriedad mayestática de los gigantes. A vergazo limpio se ganaron las calles de Pozuelo y de todos los pueblos y ciudades por los que han pasado. Sus nombres se eligieron por votación popular: la policía municipal se llama Espe, un guiño amable a los que ponen orden, aunque a veces nos moleste. El brujo con pinta de pirado es Casimiro. Hay dos abuelos, él –gruñón- se llama Celedonio y ella -risueña y dulce- como todas las abuelas, es Blasa. Es nuestro recuerdo cariñoso a nuestros abuelos que nos enseñaron a querer las tradiciones.
Por último, Bonifacio, el ferroviario. Un homenaje a lo que ha sido el tren y la Estación para la historia de Pozuelo. Viendo su cara dulce, de padre bueno, uno no se imagina como arrea con la verga. Pero es lo que hay: es su naturaleza.
En 2017 llegaron dos nuevos gigante que son un tributo a la gente trabajadora de Pozuelo en dos de sus oficios más tradicionales: El curtidor, Crispín, recuerda al Santo Patrón de nuestros curtidores, industria que gozó de gran prestigio en nuestra localidad. Su delantal es de badana auténtica, realizada por una de las pocas empresas regentadas por pozueleros que aún se dedican al curtido. Hasta para eso somos románticos.
Y ella es una lavandera, Julia. Lozana muchacha de ojos verdes. Para vestirla echamos mano del Museo del Romanticismo de Madrid, donde encontramos un cuadro con unas lavanderas en las orillas del Manzanares. Julia homenajea a Julia Díaz Olaya, la mujer que pagó de su bolsillo el primer techado que tuvo el histórico lavadero de la Poza.
Para hacer esta familia de personajes estaba escrito que Pamplona daría el impulso a los nuevos gigantes de Pozuelo. Así que en la ciudad del Arga apareció un chaval joven que es el Miguel Ángel de los Gigantes: se llama Aitor Calleja y donde pone un gigante triunfa.
Los caballetes de madera están hechos en Pozuelo. Juan Pedro, presidente de La Lira de Pozuelo y carpintero en los ratos libres los hizo en su taller y la ropa se cortó y cosió por Carmen Beleña y Paco Sánchez en su tallercito de cortinas y tapizados de la calle Virgen de Fátima.
Pero el arte es de él. No son gigantes de serie, como los perdidos en los años 80. Si dijera que son artesanales diría poco, porque son fuera de serie. Aitor es el mejor constructor de gigantes de los últimos cien años. Pozuelo no se merecía menos.
Pero la gente nos pedía unos reyes, que recordaran a aquellos perdidos. Con esto la comparsa completaría su proyecto en lo material con tres parejas de gigantes. Solo le hemos pedido a Aitor que haga los mejores gigantes de España. Y en esas estamos.
Mientras tanto nuestra joven comparsa sigue en su proyecto: recuperar unas fiestas populares, limpias, participativas, donde tengan cabida todos los públicos y todas las sensibilidades.
Hay una generación de pozueleros, la nacida a partir de los años 80, que ha perdido a los gigantes y que hay que recuperar para la causa. Para ello es fundamental crear oportunidades para que todos los vecinos vean a los gigantes en su barrio, asociar a más personas y aumentar el número de personas que cooperan desinteresadamente para que la comparsa se pueda poner en la calle. Esto último es de vital importancia, para que podamos seguir avanzando.
Nos ha ayudado mucha gente a ello, nuestro Ayuntamiento, comercios, asociaciones y los medios de comunicación, como POZUELO IN, para difundir este proyecto. Porque los gigantes son de todos.
Si quiere colaborar con nosotros, puede pedir más información en gigantesycabezudospozuelo@gmail.com o seguirnos en las redes. Ω
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