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SEPTIEMBRE 2018  /  COMENTARIOS

Fuera de cámara: Por Soledad Arroyo

27-08-2018 11:21 a.m.

El curso de las mujeres
@SoledadArroyoTV

Este va a ser el curso de las mujeres. Debe serlo. No es casualidad que en el anterior, 2017/2018, se hayan producido una serie de movimientos sociales y situaciones especiales en torno a las mujeres, a alguna mujer concreta o al papel que las mujeres queremos tener y todavía no tenemos.

No se trata sólo de reivindicaciones feministas, o como se viene acuñando en los últimos meses feminazis. Se trata de la nueva vanguardia social, la nueva revolución cultural que pretende incorporar al desarrollo de todos, un importante capital que hasta ahora estaba desaprovechado y que, como primera consecuencia, generaba situaciones de inequidad entre géneros.

Algunos de esos movimientos sociales que hemos presenciado han sido absolutamente repentinos, sin preparación alguna, espontáneos, pero generalizados. Protestas como la surgida cuando se conoció la sentencia judicial por el caso de La Manada. Nadie convocó concentraciones o manifestaciones hasta pasadas unas horas, pero la indignación corrió sola de casa en casa y de pueblo en pueblo y por las redes sociales, que en muchos casos, están jugando papeles decisivos.

No fue una protesta femenina. Fue una protesta total, de padres e hijos, madres e hijas, nietos, abuelas, hermanos, amigos. Todos decidieron al mismo tiempo que no les gustaba lo que los jueces habían dictado. No hacía falta que se animara a los hombres a salir a quejarse. Lo hicieron porque también ellos, o al menos la mayoría, comprenden las reivindicaciones de sus compañeras, de sus hijas y de sus nietas y quieren que nuestro mundo sea mejor para todos y más completo.

Esa respuesta inicial, y las muchas que han venido después ya organizadamente han puesto de manifiesto que no estamos dispuestos a pasar por encima de algunas cosas. Que el sistema debe cambiar. También nuestro pétreo sistema judicial debería adaptarse para atender la demanda social. No se trata de acabar con principios básicos del estado de derecho como la presunción de inocencia o la independencia judicial. La tarea que la calle está pidiendo es más estructural incluso. Que la vida, que los tres poderes de nuestra democracia, que los medios de comunicación, que la economía y la empresa, la cultura y cualquier otro ámbito se vean influidos, al menos en un cincuenta por ciento, del punto de vista y de la forma de entender la vida que tenemos las mujeres.

Es la tarea pendiente. Todos debemos ser capaces de entender que es el único camino, como lo fueron antes cambios para acabar, por ejemplo, con la esclavitud, el racismo, la explotación etc.   

Es curioso que este movimiento de protesta fuera, como lo fue en cuestiones como el racismo, la xenofobia o la esclavitud, un movimiento surgido no de una gran victoria de las mujeres, no de un logro sin precedentes. Las mujeres españolas estuvimos esperando para quejarnos a que una de nosotras sufriera una violación (o abuso sexual en términos jurídicos y según el juez que lo interprete) para salir a la calle y responder que esta no es nuestra justicia.

En el fondo lo que estábamos diciendo es que esta no es nuestra sociedad, que no queremos vivir a sí. Y cuando muchas de nosotras gritábamos "esta es la justicia patriarcal" en realidad lo que estábamos diciendo es que esta es una sociedad ampliamente patriarcal. Sin darnos cuenta, incluso las más combativas, nos hemos acostumbrado a una forma de ver la vida y de hacer las cosas que no es la nuestra. Un estilo masculino, impuesto por siglos de patriarcado en todos los ámbitos de la vida, pero sobre todo en una educación que acababa con las inquietudes y las oportunidades de las mujeres.

Hace poco una compañera me decía que la mejor manera para saber si algo es machista es aplicarlo al hombre o al contrario aplicarlo a la mujer. Por ejemplo: "Se le debería caer la cara de vergüenza de dejar a sus hijos tan pequeños para volver al trabajo". Si esa frase no se puede aplicar a los dos sexos es que su enunciado es machista. Un truco para averiguar cuándo no somos igualitarios, incluso sin buscarlo. ¿Seríamos capaces de criticar la vestimenta de un político como se criticó la de una ministra de defensa ya desaparecida? Es que no se nos ocurriría. Porque a los hombres tendemos a medirlos por su valía y a las mujeres por su aspecto. Eso también es muy machista, por muy extendido que esté.

Otra pista para entender lo que va a pasar en este curso que ahora comienza es lo ocurrido el pasado 8 de marzo. Hablar de momento histórico no sería exagerado. Ese día las mujeres españolas salimos a las calles para compartir muchas más cosas de las que nunca habíamos compartido; para mirarnos en el espejo de las otras y reconocernos como parte indispensable del nuevo mundo que queremos seguir compartiendo con los hombres. Pero también hemos salido masivamente para llamar la atención de nuestros compañeros y de muchas mujeres que aún no son del todo conscientes de que el cambio es imparable, que estamos aquí para quedarnos porque hemos dejado de estar en un segundo término para siempre.

La respuesta de la sociedad española, porque allí estábamos todos, ocupó portadas y sumarios de medios de comunicación de todo el mundo. España protagonizaba, por primera vez en mucho tiempo, noticias positivas sobre un cambio estructural sin precedentes, y no informaciones de rupturas secesionistas, de crisis económica o de atentados y sucesos terribles. El mundo nos está mirando. Y sería un gran error equivocarnos precisamente ahora.

Otra de las cuestiones clave del próximo curso será el desarrollo de la causa de Juana Rivas. Su caso se ha convertido en el de muchas otras mujeres. Un fiscal jefe provincial español me comentaba recientemente que cuando una mujer acude a una comisaría a denunciar, por ejemplo, que le han robado la cartera, prácticamente nadie pone en duda el delito. Ella denuncia y quien la escucha no pone en duda por sistema que fue un hombre de tal estatura y tal complexión el que lo hizo o en qué situación se produjo el suceso. Sin embargo, cuando una mujer acude a un juzgado a denunciar que ha sido víctima de un delito de violencia de género, todos tendemos a pensar que puede estar jugando un doble juego, que quizá quiere sacar tajada de alguna manera y que, en realidad, esos malos tratos nunca se produjeron tal y como ella relata. Ocurre lo mismo con los delitos de índole sexual. En ambos casos se ha generalizado la idea de que se producen muchas denuncias falsas. Que muchas mujeres denuncian agresiones que no se han producido, ya sean sexuales o de maltrato.

Es una posverdad. A base de decirlo, de escribirlo y de leerlo, hemos acabado por creerlo. Incluso el Consejo General del Poder Judicial ha explicado que no es cierto. El número de denuncias falsas es anecdótico, despreciable. Para empezar diremos que las mujeres han tardado siglos en denunciar agresiones sexuales o machistas. La vergüenza ha podido más que los derechos, el sentido del honor nos ha hecho un daño irreparable y la humillación que suponía contar las intimidades ha impedido a miles de mujeres llevar su caso a los tribunales. Lo verdaderamente frecuente es que las mujeres retiren las denuncias por maltrato, que no le cuenten a nadie lo que les ha pasado y que vuelvan a su infierno hasta que la situación se acaba, demasiado frecuentemente, de forma dramática.

De alguna manera el próximo curso debe ser un tiempo en el que se consoliden los derechos femeninos y la sociedad comprenda que no hay nada indecoroso en ser vejada, maltratada o violada; que las víctimas no son las culpables; que tenemos derecho a quejarnos, a denunciar y a intentar llevar una vida digna y libre.

Por eso cuando muchos pusieron en duda la veracidad de las acusaciones de Juana Rivas hacia Francesco Arcuri sin que ninguna instancia judicial se haya tomado la molestia de valorarlas e investigarlas, todos tenemos que llevarnos las manos a la cabeza y exigir al sistema que haga su trabajo y que lo haga bien. La sentencia que condena a la madre de Maracena a 5 años de prisión y 6 de inhabilitación para la patria potestad hablaba de los malos tratos como una artimaña para escapar de Italia y quedarse con sus hijos.

Pero nadie ha abierto un sumario sobre el tema, nadie ha indagado si se produjeron los hechos que ella ha denunciado, nadie le ha preguntado a su hijo pre-adolescente y plenamente consciente, si lo que cuenta su madre es verdad. Le han llamado oportunista, le han llamado mentirosa en un juicio en el que no se le ha permitido explicar las razones por las que huyó con sus hijos de Italia. No se la ha escuchado, pero se la califica de mentirosa y a los servicios sociales de apoyar una estrategia revanchista, a la psicóloga de no conocer su trabajo... pero ni se ha permitido que Juana Rivas explique su martirio, si existió, ni a los servicios sociales cómo analizaron a la mujer, ni a la psicóloga se le ha permitido explicar en qué se basa para decir que Juana y sus hijos sufrieron un maltrato continuado. No han querido oírla, pero la han juzgado por denunciar.

Hasta hace poco se nos ha animado a las mujeres a denunciar cualquier maltrato del que fuéramos víctimas, se nos decía que la sociedad y las instituciones nos ayudarían. Yo me pregunto ahora que para qué van a denunciar algo así las mujeres que sufren un calvario en casa: ahora ya sabemos que les espera otro calvario aún mayor en la calle y en los juzgados.

La justicia tiene que enfrentarse a esta situación con valentía. Quizá haya que cambiar algunos comportamientos, incluso alguna leyes que no son justas para determinados delitos. Pero habrá que hacer algo para evitar que mujeres, que como cuenta Juana Rivas, sean maltratadas en sus casas, tengan que esperar a ser asesinadas para que el maltrato cese.

Me permito aquí entonar un mea culpa en nombre de algunos compañeros  de los medios de comunicación. La Directora del Centro de la Mujer de Maracena fue llamada por un medio de comunicación para hablar sobre la sentencia. Se llama Francisca Granados. La presentación que se hizo de ella fue que era "amiga de Juana Rivas". Cuando me lo contaba me hacía reconocer una actitud machista. "¿Se diría de un hombre con bigote y corbata, que fuera director del Centro de la Mujer de Maracena, que es amigo de Juana Rivas?¿o se le presentaría simplemente por su cargo?" me planteaba amargamente. Y creo que tiene razón.

Este curso, también de una forma repentina se ha cambiado de gobierno. Ha sido un cambio inesperado en muchos sentidos. Pero sobre todo me quiero fijar en la composición del ejecutivo. Es la primera vez que hay más mujeres que hombres. Lo mejor es que se ha buscado a algunas de las mejores. Y las hay. No cabe duda de que muchas de las profesionales que han accedido a sentarse en el Consejo de Ministros son grandes profesionales muy capacitadas para las tareas que se les han encomendado y que han dejado de lado brilantes carreras en la administración pública o en la empresa privada para servir a su país. El ejemplo del nuevo Presidente del Gobierno no puede ser tomado sólo como una cuestión estética. Las mujeres que le acompañan en la tarea ejecutiva están plenamente preparadas. Y si Sánchez ha podido formar un equipo así, otros deberían poder hacerlo a partir de ahora. Y no sólo en política.

Empresas, instituciones y organismos públicos están ahora llamados a buscar a las mejores para que accedan en igualdad de condiciones a puestos de responsabilidad. Mujeres formadas y preparadas. Mujeres que han trabajado tanto como sus colegas y que pueden ayudar a cambiar las bases de nuestro mundo para hacerlo un poco más justo.
No será un curso fácil. No se cambiarán las sentencias contra los violadores de la noche a la mañana, ni se cambiará la ley. Tampoco se podrá ya absolver en primera instancia a Juana Rivas del delito de secuestro de sus hijos. Tendrá que recurrir a otro tribunal y esperar que se haga justicia, que su voz sea tenida en cuenta y que se investigue si sufrió o no lo que dice haber sufrido. No se van a cambiar los consejos de administración de las empresas, ni las cúpulas de los grandes bancos y multinacionales para hacerlas más igualitarias. No. Los cambios no serán radicales ni rápidos. Pero las mujeres hemos dado un paso adelante este curso pasado y no parece que estemos dispuestas a retroceder.

Por eso el curso que ahora comienza deberá ser prolijo en pequeños cambios. Para empezar debería incluirse en los colegios alguna materia que hablara de igualdad de oportunidades, de equidad social. Tampoco estaría nada mal que  los uniformes dejaran de ser tan sexistas como lo son ahora en la mayoría de los colegios y que dejaran de diferenciarse a niñas y niños con ropas diferentes. No tiene sentido que las niñas sigan llevando faldas con leotardos cuando bajan las temperaturas o que lleven las piernas al aire en verano, solo por normas dictadas hace décadas que sólo favorecen que se perpetúen las injusticias. Si ellos se ven iguales desde el principio, les costará menos verse iguales después. Gestos hacia adelante, sencillos.

También debería estudiarse si es necesario cambiar la legislación para adaptarla a un punto de vista femenino y feminista no excluyente, o si lo que hace falta en realidad es fomentar la formación de todos los agentes judiciales en violencia de género y agresiones sexuales. Más preparación de jueces, fiscales, policías, guardias civiles, abogados y peritos en los delitos relacionados con las diferencias de género.

El mundo avanza despacio. Las sociedades avanzan lentamente: pequeños pasos adelante y atrás. Los cambios radicales han demostrado que suelen ser también violentos. Pero ese no es el estilo femenino. El nuestro es el estilo del consenso. Queremos convencer, no sólo vencer, queremos compartir y no imponer y queremos ser oídas, comprendidas y valor.   Ω

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