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Por May Paredes.
Ahora que el otoño nos abriga envueltos en las mantas del confort, somnolientos, reflexivos y morriñosos. Caemos en la vigilia del recuerdo donde ya extrañamos la exultante luz que nos ha acompañado este tiempo sin vernos.
Si abro lo ojos puedo ver toda la realidad, la mía también. Y en esos quehaceres me pierdo, sin fe, sin ti, sin puerto.
Tú puedes hacer que esto sea sostenible, pero cuando no estás todo se vuelve más duro y difícil, más libre, eso estando sin estar, que hace tanto que no te veo viéndote. Me puedes elevar tanto que desaparezco, me despego y podría ser real o eso fue ayer, tal vez hace un millón de años. Pero cuando me dejaste caer, todas las heridas se abren en un dolor infinito. Un dolor que he aprendido a soportar de mil maneras. No te puedo decir cuantas ni cuan éticas pueden o no ser.
Pero me dejas caer tantas veces, que me hundo en el desamparo de tu indolencia, mientras tú te deslizas por parajes de plácida y despreocupada laxitud, tu comodidad, tu olvido, tú.
En este abismo de oscuridad, la claridad es insultantemente iluminadora y no puedo ver más que las cosas que no quiero ver, las que me hieren y aun así, no puedo dejar de quererte, porque quiero quererte, nunca quise y así de forma irracional, suicida, enervante, constante, a mi forma, yo.
En esos pesares me hallo, sin pensar en ello demasiado, pero es mentira, sí que están presentes manque yo quiera negármelo, con mis temores, mis miedos, mis fracasos.
Me he acostumbrado a tragar saliva, a ahogar mi llanto y no hay sonido más fuerte que el del torrente de mi sangre corriendo por mis venas yendo a parar a un corazón que late enfermo, lastimado, luchando por no agotarse, por seguir vivo, tal vez a ninguna parte.
Y se me acaba la fuerza, la vida, mientras los paisajes se apresuran a pasar frente a mí, sin poder prenderlos, conservarlos, solo me pertenecen ese ínfimo instante en que mi retina los captura para que de nuevo sigan su curso, ajenos a mis penas.
Si cierro mis ojos, podría intentar ver ese mundo que nunca me abrió los brazos, lo podría imaginar amable conmigo, incluso generoso. Si aprieto mucho mis párpados, podría creer que toda la belleza, el sol y la lluvia, las pusiste tú para mí. Para nosotros, como deberíamos ser y nunca fuimos.
Y si no vuelvo a abrir los ojos, temo dejar de oírlo todo, mi respiración, la tuya, los latidos, el pulso que mantenemos y que nos une entre el gozo y la agonía.
Mas con todos mis pesares, lamentos y argumentos; lo que más temo es no volver a verte en esta vida. Porque a pesar de todo me aferro a este mundo y a tus palabras, que yo sé que son mentira. Pero me las dices tú.
Y ese falso soplo de aíre me es suficiente para respirar, siempre y cuando no despierte, tu embeleso es la sustancia, el brebaje que calma, que me adormece y me permite soñar, todo sin haber amanecido. En vigilia, oyendo nuestros palpitares, nuestro respirar, el resuello y nada más. Ω
17-06-2023 11:49 a.m.
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