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Por May Paredes
Narciso sumergido en las profundas aguas de su belleza mientras el eco mudo de Eco empezó a hacerse oír en los amores no correspondidos que lloran porque su narciso ya no está lustroso y no entendemos por qué ha ocurrido si lo hemos cuidado con todo el mimo por encima del resto de las flores y, aun así, envenena su belleza y se convierte en una insaciable planta carnívora que devora el alma para entregarse toda una vida buscando quién la riegue hasta que se agotan las reservas y con ellas las vidas. Lloramos por el abandono y por el corazón roto de amor.
Llega la primavera y aún nos seguimos preguntando qué es la IA, la Inteligencia Artificial, que no le llegaría ni a las uñas de un Quevedo putrefacto. Marzo trae vientos de duda este año, será que acabamos de caer en que dicha inteligencia se viene aplicando desde hace 50 años o más. No es una App para clonar voces e imágenes, es mucho más que un altavoz inteligente que responde a preguntas simples y bien ejecutadas. Le estamos haciendo la mitad del trabajo, no será tan inteligente y carece de alma y de poesía, de ilusión y de emociones, ya quisiera la IA husmear una piel como la de Camilo -Sesto-, no digamos a Jack London, Sinatra o Kierkeegard. La IA, otro Narciso obsesionado con su belleza que no sentía nada, dejó de oír el eco y como él, dejó al mundo desolado.
La IA se comporta como la ingrata flor, llevamos tanto tiempo abandonados que nos comportamos como ella, nos protegemos tras una máscara de una fuerza para la que no estamos diseñados, la fortaleza. Y no somos tan fuertes, aunque se nos dé bien parecerlo ser. No, somos mortales vulnerables como un polvo de espiga virgen de marzo, polvo en el viento que nos sacude sin que nadie sople, a pesar de alguna canción de algún dios memorable.
Quizá de ahí venga el mundo carnavalero. Aún no hemos guardado los disfraces que nos emboscan, quizá porque queda poco para la Semana Santa y en realidad se pueden usar todo el año, o toda la vida, porque, como dejó escrito Don Mariano José de Larra, todo el año es carnaval.
Aunque pudiera ser Dios, El Creador, o como se llame en cada credo, quien nos disfraza a todos con su manto tan divino e infernal. Da la sensación de que siempre lo utilizó a su antojo. Él también, el gran pope de la cosa también podría ser el único en saber caer en todos los pecados, capitales y regionales, del catálogo de la vida. ´
Él, el gran magnate, quien al cansarse de tanto sentimiento de venganza, ira y soberbia, cae en la pereza y deja el mundo en manos de la IA, víctima de su gula de poder absoluto y se desentiende porque realmente el ser humano le importa un narciso.
La historia, si le damos una vuelta de campana, está llena de estos vicios, pero ahí queda su huella, para quien la quiera notar, que la historia no se olvida, aunque se pervierta la memoria. Pero a lo que iba, ay los narcisos, que se miran y remiran tanto en las aguas del río que acaban ahogados en la estupidez de mirarse tanto y caen rendidos en las aguas por no saber mirar hacia otro lado y por no saber beber en el río como los peces del villancico.
Ay, los narcisos y su puta máscara de carnaval que no se la cambian ni los domingos, y así les va, mirándose a ellos mismos y preguntando al espejo roto, como la bruja de Blancanieves, quién es el más guapo del baile sin reparar en que todos los músicos de la orquesta están muertos, y solo queda vivo en el mundo un conejo que no sabe qué hacer con tanta zanahoria. Y que le pregunten a la Inteligencia Artificial. Ω
14-12-2023 11:30 a.m.
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