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Por Almudena Solo de Zaldivar Navarro / FINANCIERA
Durante 33 años me he dedicado a asesorar. Una de las funciones del director de una agencia – no de ahora- era asesorar a los clientes. En teoría, en el área financiera eras el experto de las Pymes y Micro pymes. No así de las grandes empresas.
En un momento determinado de mi carrera, empecé a darme cuenta del poder del lenguaje. Estoy hablando de que fui nombrada directora con 27 años. Y de otro poder paralelo a este, el de la sordera, sin estar sordo. Ambos igualmente importantes.
Cuando te dedicas a ser asesorara, tu única herramienta es el lenguaje. No te sirven los números ni la teoría financiera, para cualquiera que no se dedique a este mundo le es desconocido. Cómo si a mí me dan un libro en japonés. Empiezas a aprender a base de prueba y error. Buscas como llegar y que te entiendan, que no hagan actos de fe, porque éstos, tarde o temprano te vuelven. Te sirve para explicar, te sirve para presionar, y, a veces, para atacar.
Pero la peor sensación la he tenido con los sordos no sordos: aquellos que no te escuchan. Cuando crees que el mensaje ha llegado, preguntas y esta vacío el contenido. Después de tantos años de experiencia no he logrado llegar a muchos de ellos. Pero sí que creo que los tengo catalogados:
Por un lado, están aquellos que saben todo. O bien, porque se lo ha dicho su vecino o su primo. La fuente de información no sabemos que conocimientos tiene, pero sabe más que tú. En esta situación se inicia una dialéctica en la que pretenden dar a entender que no “tienes ni idea” – quizás sea mujer florero y no me lo había enterado -, que ellos saben mas que tú. Hacen que escuchan, pero cuando actúan lo hacen al contrario que tú le has informado. Ahí empiezas a darte cuenta que el tiempo que le has dedicado no ha servido para nada. Pasamos a la segunda fase de ¡Ojo te vas a estrellar! ¡Va a pasar esto!, y pasa. Hacen que escuchan y pasamos a la tercera fase, y se vuelven a estrellar. Y a la cuarta los dejas por vencido y que se maten.
Segundo tipo, los que no se enteran de nada y dicen que lo entienden todo. Estos son en los que me dejo más la piel, porque muchos de ellos tienen vergüenza de asumir que no lo entienden. Si entienden de su trabajo, de su profesión, cosa que normalmente nosotros no sabemos. Pero a la larga se dejan ayudar, poco a poco confían en ti, y el esfuerzo de la constancia sí vale la pena.
Y, por último, están los sordos que no valoran ni les interesa tu trabajo. Que no aprecian el área financiera, y te ignoran. Reconozco que en el pasado he luchado por llegar dentro de sus mentes para mostrar la importancia de las finanzas en las empresas. De la estructura, del ahorro de coste que supone el control de la misma. Y, de que muchas veces, las empresas mueren por la mala gestión. Yo, que puedo decir que he vivido de cerca 3 crisis financieras, muchas empresas se “caían” por aquí.
Cuando te gusta tanto tu trabajo, te dejas la piel, consideras cada empresa como un hijo tuyo: vas creciendo con ellas, las mimas, las trabajas y te enfrentas a “padres” que teniendo una joya en las manos, por su sordera, las matan o las dejan morir, te duele. No tanto como a los padres, pero casi, y a veces te tienes que morder la lengua para no decir: ¡Te lo dije! Ω
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