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Cuando se habla de Toros, si mencionamos el nombre de Manolete, cualquiera, por muy profano que sea del tema, colocará en su mente una de las páginas más brillantes de su rica historia. Ahora bien, si de lo que se habla es de Barcelona, muchos no pensarán lo mismo. Pues es incierto, la Ciudad Condal y sus dos Plazas de Toros constituyen uno de los pilares esenciales para entender nuestra Fiesta; conviene que se enteren algunos maldicientes manipuladores que ahora rondan por ahí, y la prueba más evidente de ello es su relación con el torero de los toreros, el último Califa, el gran Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete.
Voy a basarme para demostrar lo indicado en un artículo que el excelente periodista y escritor catalán Néstor Luján publicara el 21 de abril de 1957 en el diario ABC titulado “La Época de Manolete y Arruza”, donde brillantemente, era un gran aficionado, va desgranando la relación entre el diestro y aquella ciudad hasta el trágico agosto del 47.
Entre 1939 y 1947, y más concretamente entre 1944 y el mencionado verano fatídico, Barcelona, de la mano de Manolete, vivió un apogeo tal, que como señala Luján “la época mencionada, fue sin lugar a duda, el último gran momento de una auténtica afición a los toros”, resaltando que a la plaza iba el suficiente número de aficionados para contrapesar el mayor contingente de público. El por qué de ello: La inmensa figura de Manolete que surge en Barcelona allá por el 1 de octubre de 1939 después de tres años sin toros, y “desde el primer momento los aficionados vieron algo excepcional en el torero cordobés”. El primer damnificado de esta pasión fue Marcial Lalanda, ya torero maduro, pero que en esas fechas y en esta plaza desarrolló las mejores faenas de su vida en sus mano a mano con nuestro Califa. A continuación, prosigue el mencionado escritor recordando que Manolete tuvo dos posibles rivales en Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez. Con el primero no tuvo rival, “explicaba su lección escueta como un lógico profesor”, mientas que con Pepe Luis, que sí pudo haber sido, todo “se hundió en una ráfaga de abulia que se apoderó del gran torero sevillano” señala Don Néstor. La prueba de todo esto fue un mano a mano celebrado en Barcelona en 1942 donde se dieron todas las evidencias de que el torero de San Bernardo, aun con todas las cualidades, no iba a entrar en la lucha con el de Córdoba, eso no iba con él.
Entonces Manolete tuvo el mano a mano más difícil de su trayectoria, el de la suprema soledad de la cumbre, que “acabó incluso con el hombre más macizo moralmente que han dado los toros”, dice Luján refiriéndose al Guerra. Efectivamente en el verano de 1944, el público que tan fervientemente lo había seguido estaba de uñas con él. Es cuando Manolete torea al natural al toro de Miura, faena inmortalizada en esa fotografía que es una de las imágenes de la Tauromaquia; ese 4 de julio en Barcelona, Manuel realizó una de sus faenas más clásicas, y aún así, parte del público le silbó.
Pero apareció Carlos Arruza, “visión deportiva y musculada de la fiesta”, y esto justo era lo que necesitaba Manolete para dar, insisto en Barcelona, entre los años 1944 y 1947, lo mejor de sí como torero ante una afición entendida, dividida y entregada, escribiéndose con ello una de las páginas más excelsas de la historia del toreo. Fiesta de la Merced, año 1945, mano a mano Manolete y Arruza, ante los estallazos del torero mejicano “responde el cordobés toreando con una capa lenta y enjabonada, trazando aquella media verónica en la cual el capote parecía tener una circulación sanguínea. Su último quite se esculpió siempre con el público enajenado, sin volver de su asombro”. Verbigracia de todo lo dicho.
Termina N. Luján indicando que diez años después de aquello “no queremos discutir sobre la calidad de los toreros ni de su toreo, pero si decir que el público va a la plaza sin aquella ilusión, sin aquella esperanza, sin aquella profunda alegría que durante aquellos años vivimos”, reflexión que creo sirve también para el año 2020 que ahora decrépita.
Todos los ilustres nombres que han paseado por estas líneas, todos ellos dignos de desmonterarse, al que hay que añadir el del promotor de todo ello, D. Pedro Balañá, mítico empresario de aquella plaza, y todo lo que se ha descrito, ocurrió entre 1939 y 1947 en la ciudad de Barcelona, repito Barcelona. El que no avanza recordando su pasado, tropieza... Ω
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