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VOX, un partido de gente que madruga
Por Rocío Monasterio
Presidente CEP de VOX
Desde su fundación en 2013, VOX ha tenido dos grandes impulsos. El primero, el golpe dado por los separatistas catalanes para romper España, junto con la inacción del Gobierno del PP presidido por Mariano Rajoy; y el segundo, el acto celebrado el 7 de octubre pasado en el Palacio de Vistalegre, al que asistieron más de 10.000 personas, mientras otras 3.000 quedaban fuera.
Ni la intervención de la autonomía catalana cuyas autoridades estaban en abierta sedición, ni la moción de censura que convirtió a Pedro Sánchez en presidente, ni la elección de Pablo Casado como presidente del Partido Popular, han detenido nuestro ascenso. Parece que los españoles ya no se creen los trucos de manos con que la partitocracia pretende engañarles. Desde hace más de un año crecemos en afiliados (que se comprometen a pagar una cuota mensual para asegurar nuestra independencia) y el ritmo ha aumentado desde Vistalegre.
Nos llaman ‘populistas’ y ‘extrema derecha’, ¡y hasta ‘fascistas’! los tertulianos que admiran a Podemos y a la dictadura castrista o que defienden a la banda del 3%. Igual que a infinidad de otros partidos y candidatos europeos y americanos. No es más que la ristra de insultos con que los medios de la ‘Prensa de Kalidá’ tratan de ocultar la realidad para agradar a sus editores y a los jefes de sus editores, los verdaderos dueños de los medios de comunicación.
VOX es parte de una marea en el mundo occidental harta de ese ‘consenso socialdemócrata’ que une a los partidos socialistas, populares y liberales. Y también a los tenidos por ‘populistas de extrema izquierda’, con los que se nos intenta asimilar. El Gobierno griego de Syriza, que venía a cambiar los cimientos de la Unión Europea, ha cumplido todos los puntos exigidos por la ‘troika’ de Bruselas, en especial la bajada de las pensiones públicas y la subida de impuestos a la clase media. Podemos, por su parte, parece un instrumento obediente a los planes del especulador multimillonario George Soros, ya que propugna la fragmentación de España en nacioncillas tan ridículas como impotentes, una sociedad endeudada y la abolición de las fronteras.
Sin embargo, a VOX no le ha afectado lo que para los ‘populistas’ italianos, austriacos, franceses, polacos, suecos, húngaros y alemanes ha supuesto en estos tres últimos años la inmigración ilegal fomentada desde los gobiernos europeos con la excusa de la guerra en Siria. El acontecimiento que convirtió a VOX en útil fue nuestra reacción frontal ante los planes, anunciados, una y otra vez, por Puigdemont y sus cómplices para celebrar un referéndum ilegal, proclamar una república y romper España. La unidad nacional, que no se discute en Alemania, en Francia o en Italia, en España está en peligro, y entre quienes se desentienden de ella, a la vez que colaboran con los separatistas, se encuentran las izquierdas españolas. Los supuestos progresistas se alían con las burguesías locales y en ocasiones hasta racistas.
En este camino ascendente, ¿qué aportó Vistalegre a VOX para que causase semejante irritación en la partitocracia y en la mayoría de los medios de comunicación? Pues nuestra visibilidad. Hoy ninguno de los partidos presentes en las Cortes, con sus subvenciones, sus aparatos, sus liberados, sus altavoces mediáticos, podría convocar a tantos españoles a un gran acto. Incluso Podemos, que se jactaba de haber nacido en las calles y de controlarlas, ya no reúne sino a un puñado de personas cada vez que trata de llenar la Puerta del Sol. Y eso les desquicia. Y sus pataletas nos dan risa.
Pero no solo se trata de la cantidad de asistentes a Vistalegre y también a todos los actos que estamos celebrando desde hace más de un año por toda España, desde Jerez a Palma, desde Barcelona a Santander. Me impresiona hablar a teatros y salas rebosantes de gentes que esperan mucho de mí y que reciben mis palabras con aplausos. Tan importante como esto es el origen de los españoles que acuden a VOX, que se afilian a nuestro partido.
Se trata de personas absolutamente normales. No hay promociones enteras de abogados del Estado en busca de un consejo de administración, ni vividores de la política desde que en el bachillerato entraron en las juventudes del partido de marras, ni ‘calvos’ ni violentos. Están representadas todas las profesiones, en especial las empobrecidas por la Gran Crisis, desde arquitectos (y yo lo soy) a camioneros. Pequeños empresarios ahogados por los impuestos y el desprecio de los políticos. Funcionarios que se sacaron su oposición y están sometidos a cargos enchufados. Jubilados cuyas pensiones menguan cada mes. Prejubilados a los que se engañó para convertirse en ‘emprendedores’ invirtiendo su indemnización del despido en una franquicia o un comercio que han tenido que cerrar. Jóvenes y estudiantes que temen que su futuro sea acumular másters para luego acabar repartiendo comida a domicilio o emigrar. Y, sorprenderá a muchos, también se nos acercan extranjeros que vinieron a España legalmente, que han reconstruido su vida entre nosotros y les preocupa la avalancha de inmigrantes ilegales que forman guetos en sus barrios y que desprecian a la nación que les da seguridad y sanidad gratuita.
No creo en el miedo como herramienta política, pero no me resisto a usar la frase de Pablo Iglesias de que “el miedo ha cambiado de bando” para explicar el enfado de la extrema izquierda con nosotros al comprobar que no somos un partido de ‘pijos del barrio de Salamanca’ ni de ricos ‘que van a Misa en Mercedes’. Treintañeros que usan las mismas expresiones que pronunciaban sus padres en los años 70 y 80 del siglo pasado. ¡Qué cascada está la izquierda!
Los llamados ‘populistas’ crecemos gracias a millones de votantes que han abandonado la izquierda por ellos. Esta afirmación la confirman las victorias de Donald Trump, Viktor Orban y Jair Bolsonaro, y las recientes entradas de AfD en los parlamentos alemanes de Baviera y Hesse. Elección tras elección, los partidos socialistas y de ultra-izquierda pierden votos en Europa y América. A diferencia de las oligarquías, las clases populares siguen creyendo en la patria, en la identidad, en el trabajo, en la familia y en el orden, mientras que rechazan la invención de paisitos, las blasfemias, las cuotas por sexos, las palabras que no se pueden pronunciar y los libros que no se pueden leer. Uno de los eslóganes de VOX es que representamos a la España que madruga. Otros, mientras tanto, a las diez de la mañana siguen durmiendo.
Desde hace meses, VOX marca el debate público. Unidad nacional, cárcel para los golpistas traidores, supresión de las autonomías por corruptas, control de fronteras, expulsión de los ilegales, envejecimiento demográfico… Los demás partidos corren detrás de nuestras propuestas, para tratar de apoderarse de ellas o para criticarlas. El desconcierto es tal que algunos periodistas-militantes se atreven a recomendar a sus compañeros que la mejor manera de evitar nuestra expansión es censurarnos. Allá ellos, que siguen desprestigiando a la prensa y tratando a sus audiencias como si fueran niños a los que ellos dan la papilla. En VOX estamos acostumbrados a sufrir censuras, manipulaciones y mentiras. Por fin hemos roto el cerco de silencio. Gracias al trabajo de miles de militantes que salían a las calles y ponían mesas, a la simpatía de millones de españoles que esperamos nos den su voto en las próximas elecciones y a las redes sociales.
Y dentro de poco, la voz de VOX se oirá en el Parlamento. Para hablar de los asuntos que la oligarquía no quiere que se toquen. De los asuntos que le afectan a usted, lector amigo. Ω
07-10-2021 9:11 a.m.
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