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La diócesis de Jaén celebra con emoción el reconocimiento del Papa León XIV a 124 católicos asesinados entre 1936 y 1939 como mártires. Una historia de fe, dolor y esperanza que llega también con la próxima beatificación del querido “cura Valera”.
Redacción Pozuelo IN - La historia, cuando se mira con los ojos del alma, puede hablar no solo de lo que pasó, sino de lo que aún late. Así se vive hoy en la diócesis de Jaén, donde el anuncio del Papa León XIV ha calado profundamente en fieles y familias enteras: 124 hombres y mujeres, perseguidos y asesinados por su fe entre 1936 y 1939, serán reconocidos como mártires y, próximamente, beatificados.
Entre ellos, 109 sacerdotes, 14 laicos —algunos miembros de Acción Católica y Adoración Nocturna— y una religiosa clarisa, Isabel Aranda. Sus nombres y vidas se suman ahora al testimonio silencioso y valiente de quienes, en tiempos de horror, optaron por la fidelidad al Evangelio sin odio, sin armas, sin resentimiento.
Desde Pozuelo o Majadahonda, donde muchas familias conservan memoria de aquellos años convulsos, la noticia resuena como un eco de reconciliación. Porque esta beatificación, aunque arraigada en el pasado, se proyecta hacia el futuro.
“Su sangre no fue en vano”
“Recordarlos no es mirar al pasado con tristeza, sino abrazar el futuro con valentía”, ha dicho monseñor Sebastián Chico Martínez, obispo de Jaén. Su alegría es compartida por quienes han seguido el largo proceso que comenzó en 2016. Durante nueve años, más de 600 testimonios y 30.000 folios han documentado la vida y martirio de estas personas, cuyas historias —algunas casi olvidadas— han sido rescatadas con esfuerzo, lágrimas y convicción.
Entre ellos hay figuras inolvidables como Francisco de Paula Padilla, el sacerdote que se ofreció en lugar de un padre de familia para ser fusilado; Pedro Sandoica, médico de Linares entregado a los pobres; o Obdulia Puchol, viuda y terciaria franciscana que convirtió su casa en refugio para los más vulnerables.
También están los jóvenes como Manuel Melero, presidente de Juventud Católica de Martos, asesinado a los 22 años; el periodista Bernardo Ruiz, director de El Día de Jaén; o incluso Bernabé Toribio, discapacitado psíquico al que todos conocían por su bondad. Ninguno empuñó un arma. Todos sostuvieron su fe.
El tren de la muerte y la memoria
Una de las páginas más oscuras quedó grabada el 12 de agosto de 1936. Aquel día, un tren desviado a Vallecas se convirtió en escenario de uno de los episodios más atroces del conflicto. Allí fueron asesinados el obispo Manuel Basulto, su hermana Teresa y su cuñado Mariano Martín, entre decenas de religiosos y laicos. Aquel crimen colectivo, perpetrado frente a una multitud que aplaudía, dejó una huella dolorosa pero también el testimonio de perdón de sus víctimas.
El milagro del “cura Valera”
Además, el Vaticano ha confirmado el milagro atribuido a la intercesión de Salvador Valera Parra, conocido popularmente como el “cura Valera”. Nacido en Almería en 1816, y fallecido en 1889, este sacerdote fue querido y respetado por todos en Cartagena, Murcia y su pueblo natal, Huércal-Overa.
Durante la epidemia de cólera, Valera se convirtió en símbolo de consuelo y entrega. Pacificador en un motín carcelario, organizador tras un terremoto, protector de los más pobres… sus actos de generosidad, recogidos durante décadas, han sido reconocidos como reflejo de una vida de virtudes heroicas. Su beatificación tendrá lugar probablemente en Cartagena.
Fe, raíces y futuro
La historia de estos nuevos beatos no es solo devoción ni nostalgia. Es, en palabras del obispo Chico Martínez, “semilla de vida nueva”. En un mundo que busca referentes de integridad y coraje, estos mártires y testigos ofrecen algo más que nombres: ofrecen sentido.
Hoy, desde Jaén hasta las calles de Pozuelo, Boadilla y Majadahonda, donde también se honra la memoria de tantas personas silenciadas por la historia como la de los 23 mártires oblatos de Pozuelo asesinados en la Guerra Civil, la Iglesia da un paso hacia la luz. No se trata de abrir heridas, sino de cerrarlas con dignidad y verdad. De recordar que incluso en los tiempos más oscuros, hubo quienes eligieron el bien.
Porque como decía uno de los mártires antes de morir: “Perdonamos. Y esperamos”.
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