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El socialismo madrileño ha decidido convertir la política en una sesión de espiritismo: invocar fantasmas ajenos para no mirar el cadáver propio. Mientras el PSOE nacional se descompone como un yogur olvidado en el maletero —corrupción por aquí, machismo por allá, silencios cómplices por todas partes—, el PSOE de Madrid se levanta cada mañana con una sola obsesión: Ayuso. Ayuso desayuna, Ayuso come, Ayuso cena. Y si no hay nada nuevo que decir de Ayuso, se inventa. La política entendida como acoso terapéutico: repetir el nombre del trauma hasta creer que el trauma desaparece.
La pregunta es sencilla y no requiere comité federal: ¿qué pretende el PSOE de Madrid atacando sin descanso a Isabel Díaz Ayuso mientras su casa arde por dentro? ¿Tapar el humo con pancartas? ¿Convencer a los madrileños de que el problema no es la carcoma socialista sino la mujer que gana elecciones? Porque, a estas alturas, el ataque no es estrategia; es tic nervioso. Un reflejo pavloviano. Suena “Ayuso” y salivan indignación.
El PSOE atraviesa su particular curso acelerado de feminismo selectivo: proclamas altisonantes fuera, mutismo vergonzante dentro. Cuando los casos de corrupción asoman, miran al techo; cuando las conductas machistas emergen, miran al suelo; cuando Ayuso habla, miran con lupa. La vara de medir no es moral: es electoral. Y la moral, ya se sabe, estorba cuando uno no tiene votos.
En Madrid, la izquierda vive instalada en el síndrome del alumno repetidor que culpa al profesor de su suspenso. No hay autocrítica, no hay proyecto, no hay liderazgo. Hay pancarta. Y ruido. Mucho ruido. El PSOE madrileño no discute ideas; discute personas. No propone ciudad; propone caricatura. Ha decidido que Ayuso es la causa de todos sus males, como si antes de ella Madrid fuera una Arcadia socialista donde brotaban políticas públicas de las aceras.
El problema no es Ayuso. El problema es que Ayuso existe y gana. Y gana porque enfrente hay un solar. Un solar ideológico ocupado por siglas cansadas, discursos reciclados y una superioridad moral que ya no compra nadie. El PSOE de Madrid se comporta como esos boxeadores sonados que, en lugar de levantar la guardia, insultan al árbitro. Cada ataque a Ayuso es una confesión involuntaria de impotencia.
Hablan de crispación quienes viven de crispar. Hablan de ética quienes no se atreven a limpiar su casa. Hablan de feminismo quienes callan cuando el machismo les sienta en la mesa del partido. Y todo ello con la esperanza de que Ayuso, por agotamiento o aburrimiento, desaparezca. No entienden nada: a Ayuso no la fortalecen sus discursos, la fortalece la nada que hay enfrente.
Madrid no es tonta. Puede equivocarse, pero no es ingenua. Ve a una presidenta que gobierna —mejor o peor, eso es debatible— y a una izquierda que persigue. Y entre gobernar y perseguir, la gente suele preferir lo primero. El PSOE madrileño haría bien en dejar de acosar a Ayuso y empezar a buscarse. Pero buscarse exige valor. Y de eso, hoy por hoy, andan justitos.
Mientras tanto, seguirán gritando “¡Ayuso, Ayuso!” como quien grita “¡Presidente!” en una noche electoral perdida. Mucha garganta, poca realidad. Y ninguna autocrítica. El socialismo madrileño no necesita un enemigo: necesita un espejo. Pero eso, claro, da más miedo que Ayuso.
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