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Por Ricardo Rubio
Suenan el despertador. No me gusta madrugar, casi prefiero no acostarme y esperar a que llegue la hora de salir. Ha sido así toda la vida. Recuerdo madrugar para pocas cosas buenas. Familiares que se nos van, viajes de trabajo con el traje de las 8:45 y una agenda llena de cosas que no terminaba nunca de entender. Aunque siempre se me dio muy bien vender.
Empatizaba bien con las necesidades de los demás. Y creo que aprovechaba la ocasión para colocarles aquello que podrían necesitar. O no. Pero eso ya es otra historia.
Son las siete y media de la mañana y la M40 destila poco a poco luces de freno delante de mi. Consigo contar algunas decenas de coches. Nada para ser lunes. Nada para estar lloviendo. Pero si para estar confinada la población en sus casas. Estamos en cuarentena, pero menos.
La estación de Nuevos Ministerios es un lugar lúgubre y sin color. Los tenues marrones en esos pasos fronterizos que delimitan la luz de la oscuridad. El túnel infinito que manejan estos lugares te hacen no desperdigarte con pensamientos absurdos. Si alguien aparece al fondo cruzarte y cruzarte hasta que desaparezca.
No recordaba yo tanta amabilidad en los vigilantes del Metro. Hoy teníamos bula . Le abro, quiere entrar, por aquí por favor.
Reparto de mascarillas a la población.
Las mascarillas estaban por cajas en el suelo de la estación. Seis policías nacionales armados hasta los dientes vigilaban hombro con hombro los movimientos de la estación. El hall vacío. De vez en cuando alguna persona se acercaba a por mascarillas. Y de vez en cuando los Policías Municipales instaban a los viajeros: caballero por favor coja una mascarilla. No había mucha afluencia ni mucho reparto. Por un momento mire hacia atrás y éramos mas los medios de prensa que los transeúntes. Baje por la escaleras automáticas hacia el anden hice algunas fotos dentro y fuera de los vagones y me fui a dar vueltas por Madrid.
Lluvia de primavera. Poca gente por la calle. Algunas luces de oficinas encendidas. Pocas. En Cibeles fotos entregando mascarillas a los conductores de la EMT. Lluvia fina. Chalar con los agentes.
Sigo buscando el lugar que me hable, que dirija los pasos hasta donde se encuentren las emociones que andan perdidas entre las gotas del parabrisas.
Una breve visita a los juzgados.El corazón se acelera. La razón distribuye la sangre. Dos disparos al corazón de esta comedia con tintes dramáticos.
Bajo a Leganés.
Esteban Peñarrubia era un enfermero de 57 años fallecido con Covid19. Hay que poner nombre y apellidos a los números. Decenas de personas llenas de dolor se han concentrado en la puerta del que fue su hospital: Severo Ochoa. Hay en los ojos mas dolor que culpa. Las lágrimas no remiten. La cámara si. Las imágenes se resignan. Las cabezas se recogen. El silencio de los aplausos continua.
No tengo tiempo de pensar en ti. Quizás es que estamos viviendo varias vidas. Gastamos cartuchos de una en otra y nos encontramos en el mismo recorrido varias veces. La vida nos encuentra. Aunque como en mi caso vivamos a la contra. Porque me perdí en aquella vida tuya. Y aunque tengo varios finales preparados no consigo encontrar el adecuado. Tampoco me lo pones muy fácil.
Mientras tanto miro y miro. Sonrío y sonrío. Maldigo y maldigo. Y nombro a versos cortos y recito canciones con sabor a calles de piedra y tardes de lluvia. Como esta que huele a primavera y sin embargo hiela la sangre como si de un invierno atemporal se tratara.
Pero el cielo esta limpio. Los pasamos relucen en la Gran Vía. Las aceras marcan las huellas y decoran las calles con sus pasos indefinidos.
Huele a vida este Lunes loco. Y con eso me quedo.
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